No podía demorarlo más, así que el lunes decidí organizar la montaña de papeles de mi escritorio, donde retozaban documentos importantes con apresuradas notas en pizcas de papel. Profesional y personal, serio y absurdo, todo mezclado sin pudor.

En mi limpieza, como si de la limpieza de mi cabeza se tratara, lo que hacía meses había considerado importante, ahora me parecía digno habitante de la papelera…

Y entre todos esos retazos de vida encontré una carta de mi padre. La reconocí perfectamente porque la había visto muchas, muchísimas veces desde que era pequeña, ya que cada vez que había un accidente de tren mi padre la sacaba de su mesa y nos la enseñaba para que la leyéramos. Sinceramente, reconozco que aquel asunto de un accidente de tren que había pasado a mediados de los años cuarenta no me interesaba en absoluto... estaba demasiado lejos.

Sin embargo, cuando este lunes la encontré comencé a leerla con cierto interés. Tal vez dijera algo interesante sobre el famoso accidente de trenes de enero de 1944 que ha despertado la curiosidad de investigadores de enigmas y misterios, pues contaban que ese terrible choque de trenes fue anunciado por un revisor «fantasma» unos días antes de suceder.

Pero antes de desmenuzar el contenido de esa carta, creo preciso dar algunos datos sobre mi padre. Paco nació en el año 1919 en un castizo y bullicioso Lavapiés (Madrid) y fue un niño un poco «atípico», pues obligaba a su madre a mentir a sus amigos cuando iban a buscarle porque prefería quedarse en casa leyendo tranquilamente. Cuando apenas había cumplido 17 años comenzó la guerra civil y sucedió algo que marcaría su vida para siempre: un miliciano le entregó una pistola y le convenció de que debía enrolarse en las filas republicanas. Incomprensiblemente para su madre, que le creía un joven sosegado y poco dado a las aventuras… mi padre aceptó y marchó a hacer la guerra.

El día que terminó la contienda, Paco fue hecho prisionero y retenido junto a algunos de sus compañeros en un portal de la calle Raimundo Fernández Villaverde de Madrid, a la espera de ser conducidos a una prisión. Mientras permanecieron en aquel portal, dos niñas de apenas ocho años pasaron frente a ellos para subir a su casa y miraron con temor a aquellos milicianos sucios y vencidos.

Finalmente, Paco solo pasó unos días en un campo de concentración y fue liberado, aunque con el compromiso de servir en el ejército durante nada menos que siete años, concretamente en Orense. Al menos seguía vivo.

Fue precisamente tras un permiso de Navidad cuando sucedió el choque de trenes que mi padre relata en su carta fechada el 5 de enero de 1944, y que transcribo:

«Orense, 5 de enero de 1944

Queridos padres y hermanos. Os voy a contar “una de miedo”.
El asunto es un poco conocido, trata de un choque de trenes con “carambola”.

¡¡¡Chis!!! Ya empieza:

Era un viaje tranquilo, tanto es así que desde mi salida de Madrid fui durmiendo hasta las nueve menos cuarto, que bajé en León a tomar un café con leche. Continuamos el viaje hasta Astorga, que nos quitaron una de las dos máquinas que traíamos, pues ya no eran necesarias, pues el trayecto que quedaba era cuesta abajo hasta Monforte. Pero, aquí viene lo bueno: al llegar a un pueblo anterior a Torres (León) se observó que no paraba, pero no le dimos importancia, al suponer que tenía que recuperar las dos horas de retraso que llevaba. Y al llegar a Torres tampoco paró y observamos que algunas de las personas que se hallaban en la estación se llevaban las manos a la cabeza y se volvían de espaldas y…

¡¡¡Pom!!! ¡¡¡prrrum!!! (Lo primero es el choque del tren, y lo segundo, las maletas cayendo sobre nuestras cabezas). Yo me encontré con la maleta de Encarnita en la cabeza […] el vagón se iba volcando poco a poco y esperé a que terminara de volcar y cuando dejó de moverse a causa de un montón de carbonilla salté por la ventana después de romper el cristal de un puntapié y mi “prima” me echaba el equipaje desde arriba y yo lo recogía desde abajo; nos separamos un poco del tren y empezamos a observar y a enterarnos de lo que había pasado, pero para que os deis cuenta voy a trazaros un esquema.

ESQUEMA

Como veréis, he procurado que aparezcan todos los datos posibles.

Resulta que la máquina que hacía maniobras (3) estaba dentro del túnel y al llegar nuestro tren le dio un “porrazo” y la mandó rodando (sobre sus ruedas de …) contra el mercancías (4) que subía por el lado contrario. En nuestro tren, a consecuencia del choque, empezaron a chocar unos vagones contra otros dentro del túnel y nuestro vagón (6) se salió de las vías y al chocar con el anterior se volcó, quedando sujeto por el montón de carbonilla (5). No había transcurrido un minuto cuando empezaron a salir llamas por el túnel, impidiendo el salvamento de casi todas las personas que atiborraban los dos vagones anteriores al nuestro, salvándose únicamente los que pudieron salir por su pie de entre los restos del último vagón, el que iba delante de nosotros, los que se recogieron de la parte del retrete de nuestro vagón y el anterior y estos son los muertos y heridos que dio la prensa, sin contar desde luego un vagón completo (el primero) y casi todos los del segundo. A las seis y media únicamente se había podido llegar, entre los escombros, a cinco metros de la entrada del túnel, o sea, a los retretes del pedazo de vagón que sobresalía del túnel (7). Y como resultado, calculando a doscientas y pico personas cada vagón, unas cuatrocientas víctimas y no creáis que exagero, pues los ocupantes del tren que venía detrás del nuestro decían que iban sacados quinientos… aproximadamente.

Después de todo este jaleo nos fuimos al pueblo, cruzando un puente de tablas (8), nos dimos un “latigazo” en la tasca (2) y seguimos “latigaceándonos” en la otra tasca (1), hasta las siete, que en camiones nos llevaron a Bembibres, donde se formó un tren, que tardó, en un trayecto que corrientemente se hace en tres horas, ocho horas, hasta llegar a las nueve de la mañana a Monforte. Desayunamos y a las diez formaron un tren que llegó a Orense a las doce menos cuarto del día 4. A las doce y media estaba con Encarnita y su marido, este, que sabía lo ocurrido, estaba preocupado. A la una menos cuarto os puse un telegrama en la que no decía nada del accidente creyendo que no os enteraríais; volví a casa de Encarnita y estuve comiendo con ellos y después subí a presentarme al cuartel. El capitán se alegró bastante de “vernos buenos” y sin darme tiempo a respirar me pagó los dos duros de la lotería. Por la tarde estuve en el cine y cuando regresé había en la oficina un telegrama de Manolo, bajé a Telégrafos y os contesté.

Y esta es la historia verídica, espeluznante, etc., etc. del choque de trenes con “carambola”.

Ahora mismo acabo de subir de Teléfonos de hablar con mamá y ahora cuando termine de escribir voy a ver si me queda algo de comida en la tartera y cenaré. Después, a las doce y veinte de la noche, tengo que entrar de imaginaria hasta las tres menos cuarto.

La maleta de la Encarnita, a pesar de lo dura que tengo la cabeza, no sufrió nada, gracias a que llevaba poco peso. Y menos mal que la maleta de “mi prima” iba debajo del asiento…

Bueno, yo creo que ya he escrito bastante; si queréis preguntar algo lo hacéis en la próxima carta. Y si encuentro un fotógrafo de esos callejeros os enviaré una foto para que veáis que estoy enterito.

Muchos recuerdos a todos y vosotros recibid un beso de

Paco.

Le voy a poner a los Reyes Magos las botas a ver si me dejan un equipo de recién nacido:

Unos pañales, una mantilla, un jersey azul celeste, unas botitas, un biberón, un sonajero y un chupete.

Paco».

Tras su lectura me quedé en silencio y comencé a reconstruir el recuerdo de mi padre (fallecido hace más de 15 años) con la misma pulcritud y cariño que se restaura un objeto artístico. En aquellas líneas estaba dibujado sin velos el joven Paco que con los años se escondió tras la apariencia de un padre serio y reservado.

Descubrí en esta carta su fina ironía y su manera de contar las cosas con fidelidad pero con una pizca de humor, tal vez como forma de escapar de su realidad y hacerla más amable y habitable; recordé que a veces no era tan serio como aparentaba; me vino a la memoria ese regalo que siempre tenía a mano para cualquier ocasión: un síseñoryunmandeustedconlasmangasverdes; me di cuenta, en fin, de que aquel hombre de aparente hieratismo tenía un alma grande, y que de él aprendí muchas cosas… quizá mi pasión por contar historias.

Por cierto, y hablando de contar historias, con el discurrir de los años y sin ser consciente de ello, Paco se casó con una de aquellas niñas que habían sido testigos de su captura el último día de la guerra civil. Pero esa es otra historia…