Camino por los pasillos de este mercado al lado de Baudelio, mi amigo de toda la vida. Como todo mercado mexicano, éste tiene un olor particular, entre picoso y dulce, resultado de los productos que se venden en los puestos: chiles anchos, serranos, güeros, jamaica, tamarindo, chocolate, mole, miel, amaranto, semillas de girasol, mangos, guayabas, naranjas. Todos los colores: amarillo de la flor de calabaza, verde de los nopales, rojo de los rábanos, blanco del maíz pozolero, anaranjado de las naranjas, ocre de las mazorcas, prieto de los zapotes. Las texturas suaves de los duraznos, ásperas de los zacates, blandas de la carne, rugosas del chicharrón de cerdo. Mi amigo viene albergando una gran esperanza, yo lo acompaño. Observo. Baudelio está triste, es un abogado muy experimentado pero lleva más de seis meses sin encontrar trabajo, encima cortó con la novia y anda todo alicaído. Me pidió que lo acompañara esa mañana al mercado. No quería ir solo, pero me hizo jurar que no le diría a nadie lo que íbamos a hacer. Si mi padre se entera, me mata. Si mi madre sabe, me excomulga. No les vayas a decir. Estuve de acuerdo, además no me gusta andar de chismosa. Así aprendes lo que es México. Muy bien, vamos.

Sí, en más de un sentido, los mercados contribuyen a dar identidad a sus las comunidades. Basta poner atención para descubrir que estos lugares son una especie de libros abiertos que nos hablan de las costumbres, los gustos, los ritmos y cadencias de la gente que los visita. Aunque similares, no es lo mismo un mercado en París que en Oaxaca, en Praga que en Catemaco, incluso en una misma ciudad pero en diferentes barrios, los mercados tienen peculiaridades que los distinguen. No son iguales los mercados de Coyoacán y el de Sonora.

Aunque en ellos se gestan las transacciones de compra y venta esenciales de la vida diaria, de ahí que sean un reflejo fiel de la cotidianidad, no en todos se encuentran las mismas cosas. En general, la gente va al mercado en busca de aquello que necesita para cubrir sus necesidades vitales, buscan comida, bebida, ropa, servicios. Se dibuja nuestra identidad. En un mercado tenemos a nuestro marchante de la fruta, de la verdura, pero también encontramos al plomero, al cerrajero, al afilador y uno que otro servicio más. Con ellos platicamos, por lo menos una vez a la semana, conocen nuestros gustos, nuestros presupuestos y nuestras casas. Están al tanto de más de lo que nos imaginamos. A veces, saben más que nosotros mismos lo que nos hace falta.

En México lo sabemos bien. En nuestros mercados tradicionales se encuentran mercancías especiales en los que las mercaderías ofrecidas atienden más a las necesidades del alma y cuerpo enfermos y se sustentan menos en la ciencia y más en la magia, con la cual, se dice, se puede cambiar la realidad de acuerdo a nuestros deseos y a la ayuda de entidades divinas.

A simple vista, este mercado parece uno común y corriente. Camino muy cerca de Baudelio. En los pasillos de cabecera están los puestos de flores que ofrecen claveles, nardos, crisantemos, rosas, acapulcos, orquídeas, jazmines que dan la bienvenida al comprador con sus olores y colores. Entramos a los pasillos interiores donde están los que venden fruta y verdura, en el perímetro están los carniceros clasificados por especialidad: ternera, cerdo, res, luego las pollerías y las pescaderías. Más atrás están los yerberos y los de las semillas.

Ahí empiezan las peculiaridades de este mercado. En los puestos de hierbas se vende romero, manzanilla, ruda, alcanfor, epazote y todo eso. En una esquina está el puesto que hace tan diferente a este singular mercado, el puesto de Tere.

Baudelio me cuenta que Tere nació en Papantla, Veracruz, pero desde chica se fue a Catemaco a vivir con su abuela. Ella le enseñó el oficio, pero allá hay mucha competencia, por lo que decidió mudarse a la Ciudad de México a ofrecer sus servicios. Poco a poco se fue haciendo de su clientela. La voz se fue corriendo, la fama creció de boca en boca, se labró un buen prestigio. Ahora hay que apartar un lugar con anticipación pues su agenda está muy apretada y si llegas sin aviso previo puedes quedarte esperando mucho tiempo. Nada se le dificulta. Está capacitada para resolver cualquier tipo de problemas y ofrecer todo tipo de protecciones. Mi amigo y yo llegamos puntuales a la cita pero tenemos que esperar unos minutos porque está ocupada. Aprovechamos para echarle un ojo a la mercancía.

En el puesto de Tere se encuentran a la venta imágenes de santos, pócimas infalibles para hacer realidad los más íntimos e inconfesables deseos y también hierbas y plantas medicinales para curar cualquier mal. Los trabajos de Tere son ampliamente conocidos así como las mercancías que ahí despachan. Su hija nos enseña artículos varios que nunca imaginé que existieran: polvos mágicos que vienen desde Cuba y Venezuela; manteca de cacao para limpiar el aura; la muy famosa Cédula de San Ignacio para alejar las malas vibras de la casa y negocio; ordenadores fetiche para evitar los virus en el computador de verdad; polvos para proteger del odio, una fórmula con el poder para alejar y separar a las malas personas; un poderoso polvo del destierro de las malas voluntades; polvos quita-maldición, plantas aromáticas para preparar un baño contra conjuros; hierbas denominados de rompe zaragüey contra envidias y la mala suerte deseada por otros; atados amansa-guapos elaborados con flores y plantas mágicas que atraen amor y afecto a nuestras vidas; polvo original del Corderito Manso, para «domar a las personas que le hacen daño a usted y a su familia», y tantas cosas para el uso diario. La mirada de Baudelio danza alegremente de un producto al otro.

Los amuletos de Tere tienen mucha fama, la hija nos enseña las herraduras para proteger las casas, velas y veladoras de todos colores para trabajos específicos: verdes, de sanación; azules, para fines académicos; rojas, para cuestiones del corazón; blancas, para deseos muy sublimes; amarillas para atraer el dinero. Mi mamá no usa las negras, esas son para pedir favores al maligno y eso se te regresa, nos explica la chica. Vende también polvo de oro, sal negra y de otros colores; agua de San Ignacio para deshacerse de las personas indeseables, lociones de fuertes aromas y jabones para reforzar el efecto, y lo que haga falta para conseguir novio o para que la pareja nos ame eternamente. Me sorprende que Baudelio mire con tanta devoción estos objetos, él toda la vida se ha preciado de ser agnóstico. Sospecho que Tere se está tardando para que podamos ver bien todo lo que nos pueden ofrecer.

Por fin. Se abre una cortina, sale una mujer muy enjoyada que saca una cartera color café con el monograma francés más famoso del mundo y le paga con un montón de billetes. La sigue una mujer menuda, de cabello corto y sonrisa amable. Es Tere. Pásenle. No espera a que le diga que yo me quedo afuera, desaparece detrás de la cortina. Baudelio me toma de la mano y me pide que lo acompañe. Parece mentira, tan grandote y tan miedoso. Entramos a un cuarto pequeño tapizado de estampitas de santos. ¿Qué hago aquí?, me pregunto.

El prestigio, Tere se lo ganó principalmente a fuerza de limpias. Son limpias blancas, dice ella, y cuando hacemos una limpia –ella habla de sí misma en plural- lo que te vamos a hacer es alejarte todos aquellos obstáculos que pudieran obstruir el paso de la energía positiva, para que lleguen a ti, a los tuyos o a tu casa la buena suerte, amor, prosperidad. También te vamos a procurar protección, para atraer las buenas vibraciones para que te multipliquen el amor que te quitaron, el dinero, el trabajo que andas buscando, para que se te alejen las envidias y sobre todo para deshacernos de maleficios y hechizos que se te puedan haber enredado. ¿Cómo supo que mi amigo anda buscando trabajo? ¿Cómo supo que la novia lo dejó? La mujer me mira y eleva las cejas y vuelve a sus explicaciones.

Baudelio la escucha con atención y asiente. ¿Estás listo? Con esta limpia desechamos lo que ya no sirve, sacamos aquello que no hace falta y damos paso a todo aquello que es nuevo y positivo. Bueno, vamos a empezar. Tú quédate allá en esa esquina, indica el lugar en el que me debo quedar para no estorbar, se lleva el índice a los labios y me señala un aviso que dice: Apaga tu celular. Lo saco de la bolsa y lo pongo en vibrador. Apágalo, por favor. Obedezco de inmediato. Ni de chiste la quiero hacer enojar. ¿Cómo supo que no lo apagué?

Inicia el ritual. Tere usa como herramientas un huevo que le pasa por todo el cuerpo al paciente, le frota las piernas, la espalda, el pecho, le hace círculos en el vientre, sube a los hombros y a la cabeza, luego truena el cascarón y echa el contenido en un vaso con agua. Hunde un manojo de plantas en una cubeta llena de agua perfumada y lo rocía de arriba a abajo para limpiarla de lo malo y dejarlo listo para recibir lo bueno. La camisa de Baudelio queda medio mojada y por la cara le escurren gotas muy gruesas. Después, ella se coloca los lentes sobre la punta de la nariz y analiza las formas que se hicieron con la clara y la yema del huevo en el vaso. No, esto no me gusta. Vamos a tener que hacer algo más potente. Párate aquí. Coloca a mi amigo en el centro del cuarto, toma una botella de alcohol y con el chorro dibuja un circulo a su alrededor. Enciende un cerillo y lo avienta. Baudelio queda rodeado por una circunferencia de llamas que le llegan a la altura de los tobillos. Se apagan casi de inmediato. Acto seguido prepara el sahumador del que brota un humo muy blanco con un olor a copal. La fumata sigue una trayectoria desde el suelo al techo y en su recorrido se enreda entre las piernas, los brazos y el cabello de mi amigo.

¡Listo!

Tere regresa a leer el vaso con agua y huevo. Interpreta y receta las pócimas, los polvos y amuletos que son necesarios para aliviar los males de mi amigo. No te preocupes, con el fuego te alejamos definitivamente todas las malas vibras que no se querían ir, ya quedaste. Te aseguro que vas a tener buena fortuna y vas a encontrar lo que andas buscando. Habrá amor y trabajo. ¿Cómo sabe lo que Baudelio anda buscando?

Anota en un papel de estraza lo que debe de comprar en el puesto para que el efecto sea duradero. Mi amigo sale con una bolsa de plástico negro llena de artilugios. ¿No quieres nada?, me pregunta, muy amable. No, gracias. Tere le guiña el ojo a la hija. Tome, llévese este atado de toronjil, le va a servir para que ya no haga tantos corajes. ¡Canija bruja! ¿Cómo supo que soy corajuda?