Regresé de Belgrado con todavía mayor determinación de procurarme condiciones para replantearme la vida en Chile, y deseando que fuera pronto.

Escribí entonces la carta que sigue.

Mi querida prima:

Se me ocurrió escribirte sobre la identidad porque en tu caso la relaciono con el cuadro aquel de Renoir que me recordó la tarjeta en que te escribí, y que fue la razón por la que te la quise enviar; pero también porque lo de la identidad propia me ronda en mi situación actual.

Supuse que habrías visto Danza con Lobos; es una buena película de hace algunos años que en todo caso te recomiendo, y a ver si no te estropeo el interés con la sinopsis que paso a contarte ahora.

Tiempos de guerra; la de secesión en los EEUU, que es por donde empieza la película, y también aún la de extensión de la frontera oeste hacia territorios indios. Un teniente herido del ejército del Norte se retira por sus medios de un hospital de campaña para evitar que le amputen una pierna en la que hay riesgo de gangrena. Regresa a su trinchera, donde la tropa lleva largo tiempo inmovilizada frente al enemigo; más que a la guerra, su estado de aniquilamiento parece deberse a la inmovilidad. El teniente entonces, con la pierna a la rastra, monta a caballo, cruza el campo al galope y lo recorre frente a la línea de adversarios sorprendidos, regresando entre los hurras de los suyos. Hecho, puesto que a pesar de los disparos en su contra sigue vivo, y ante el aliento que su intrépida acción ha insuflado a sus filas, decide repetir el desplante, estando ahora todos claramente advertidos, en especial la línea de los enemigos que lo esperan fusil al hombro; y afronta el fuego graneado con los brazos abiertos en cruz, al galope tendido, hasta que cae. Esta vez, sin embargo, los suyos reaccionan, acometen, la batalla se desata; y triunfan ampliamente. El teniente caído está inconsciente y malherido, pero vivo. Se le considera un héroe, recibe cuidados especiales, se recupera por completo, es condecorado, se le ofrece la destinación que quiera. Elige ir al puesto más distante, más avanzado en la frontera oeste («antes de que la frontera desaparezca», explica). Al llegar, no encuentra a nadie: la dotación se ha esfumado. Decide permanecer. Solo, procura adecuar las precarias condiciones, preservar los víveres, asegurar su subsistencia. La relación con la naturaleza se va haciendo preeminente: la extensión ilimitada del paisaje, la inmensidad estrellada del cielo, el entendimiento con su cabalgadura (la misma que había elegido para su carga aquella). Sabe que su encuentro por los indios es inevitable e inminente. Y que no podría resistir su ataque.

Un lobo lo acecha; al comienzo, desde lejos. Cada vez merodea de más cerca. Cuando se aproxima, inquieta al caballo, que denuncia su presencia. Después, ya pasea en las inmediaciones. El protagonista le lanza alguna comida, trata que el lobo se allegue enteramente. Aparece en fin un indio. Cuando ocurre, el protagonista está desnudo y así lo enfrenta, dando gritos y sin mostrar temor alguno, haciéndolo que huya entre espantado e incrédulo. El contacto con los indios se va desarrollando lentamente. Hay entre ellos quienes aprecian lo que ha hecho el blanco. Se ha mostrado capaz de subsistir, tal vez sea conveniente averiguar qué hace, por qué está ahí, cuántos vendrán tras él. Llega el día en que es nuestro personaje quien resuelve asumir la iniciativa e ir en busca de los indios, vestido de uniforme y llevando en alto su bandera. En el camino encuentra a una mujer herida porque intenta suicidarse: viste como india y habla su idioma, pero es de raza blanca; el protagonista hace jirones la bandera para vendarla y la lleva de regreso a su tribu. El campamento impresiona por su amplitud, su organización, su perfecta armonía con la naturaleza.

Poco a poco va siendo acogido y compartiendo; la mujer a quien salvó la vida fue adoptada de niña tras quedar huérfana de sus padres colonos, recuerda precariamente su idioma original y empieza a oficiar de intérprete. Una noche, todavía en su puesto, solo, el protagonista danza alrededor del fuego; el lobo lo observa desde muy cerca. Otro día, que galopa hacia el campamento indio, el lobo corre junto a su caballo; y cuando desmonta para tratar de ahuyentarlo, el lobo lo evita, corren ambos en uno y otro sentido, como si estuvieran bailando, hasta que el lobo se enreda entre las piernas del personaje, haciéndolo caer, mientras desde lejos algunos indios observan. Se traslada en fin al campamento y se asimila a la vida de los indios; se entera que le han dado un nombre: Danza-con-Lobos; su relación con quien le sirve de intérprete se ahonda. Entonces, en una ocasión que regresa a su puesto, escribe en su diario: Amo a De-Pie-con-Un-Puño, que es como se llama la mujer que encontró herida, y firma lo escrito con su nuevo nombre. El lobo se acerca luego hasta recibir comida de su mano. Más adelante el protagonista dirá que, al escuchar su nuevo nombre repetidamente, «supe por primera vez quién era realmente». Poco después, su unión con la mujer que ama es consagrada en una ceremonia india.

Al cabo de un tiempo, un contingente del ejército llega hasta el puesto. El personaje, vestido de indio, es considerado traidor, golpeado, reducido, enviado de regreso prisionero. Durante el trayecto, el lobo lo sigue, mostrándose claramente desde una altura paralela a la planicie. Los aprehensores le disparan sin conseguir ahuyentarlo, golpean al preso que aún maniatado trata de evitar que le disparen, finalmente hieren al lobo, que todavía así no se retira, y terminan rematándolo.

Los indios se enteran de la captura y rescatan al personaje, tras lo cual trasladan su campamento y se adentran en la montaña. El protagonista los persuade de que debe irse, porque ahora será buscado por fuerzas cada vez superiores y los indios atacados sin contemplaciones. Parte entonces de vuelta, acompañado por quien ha llegado a ser su pareja, en busca de quienes puedan escucharlo para abogar por los indios perseguidos. Mientras avanza en su sendero del regreso, al caer la noche, contra la luna enorme entre todavía algunos arreboles, aparece en lo alto de una ladera, recortada contra la luna, la figura del lobo, con la cabeza mirando hacia arriba y aullando con fuerza.

No es todo, por cierto. La película es de algo más de tres horas, con bella fotografía de grandes planos; la trama es más nutrida que lo dicho y se desarrolla sin concesiones, pero es alentadora y vivificante.

Le comenté a mi hijo mayor lo que me había gustado. Me preguntó qué me parecía que representaba el lobo. Respondí a tientas que una síntesis de toda la película; el valor de la integración equilibrada con la naturaleza; la bondad de lo primitivo y lo contenido de su violencia frente al desborde descontrolado de la civilización por la violencia; la ilustración del aserto: El hombre es el lobo del hombre…

Más que todo eso -me replicó -. Representa el sí mismo.
Y como sólo lo miré impresionado mientras terminaba de entender lo que había dicho, se explayó:

Por eso su aproximación al personaje ocurre en la medida que éste se encuentra en relación a lo natural; por eso es el único testigo en el momento de exaltación mística de la solitaria danza ritual; por eso la sabiduría de los indios consagra su identidad con el nombre dado; por eso — concluyó -, el lobo reaparece en la escena final, cuando el protagonista reemprende la marcha con su sentido de la existencia firmemente recuperado en su naturaleza interior, que permanece…

No recuerdo haber dicho más nada, salvo tal vez:

Entiendo…

Aunque lo dije sobre todo porque, cuando vi la película, me quedó la duda sobre por qué la reaparición del lobo, que me recordó algo que no conseguí discernir qué era, y se me acentuó por tanto la incertidumbre sobre sí entendía o no esa última escena; y apenas terminé de escuchar a mi hijo me apareció de golpe el recuerdo relacionado: la escena final del lobo es una réplica patente de la última escena de Bambi, cuando aparece también en lo alto como un ciervo adulto, grande y majestuoso; una película de mi niñez que volví a ver cuando mis hijos eran niños.

Al margen del cine, entiendo que la búsqueda del sí mismo no tenga por qué darse a
partir de la desesperación, ni recurrir a límites extremos; pero es necesaria y tal vez siempre se replantee. Como sea, me doy también cuenta de que es asimismo una cuestión de interacción con los demás y de compañía de vida: el protagonista de la película reemprende la marcha no sólo tras haberse reencontrado, sino junto a la pareja con que se ha aunado; y te agrego en fin que, para que hayan podido unirse, el personaje femenino ha debido a su vez reconstituirse rememorando su propio pasado.

Que cómo estás tú.