Durante más de dos años estuve en Chile tratando de conseguir una ocupación que me permitiera permanecer en el país, sin más resultado que un par de consultorías profesionales que realicé por cuenta propia. Viajé entretanto varias veces a Belgrado: para recibir una condecoración que me fue otorgada por el gobierno yugoslavo, para la presentación de un libro publicado con distintas exposiciones hechas en mi condición anterior, para preparar la visita de un grupo empresarial chileno, para acompañarlo después en la visita, para impartir algunas clases como profesor visitante; y confirmé cada vez más que lo que deseaba ante todo era vivir el amor encontrado, y que si no me era posible en Chile, me trasladaría de nuevo a Belgrado.

Hacia finales del segundo año me terminó de quedar claro que no tenía sentido persistir en una expectativa que no tenía visos de resolverse tampoco el año siguiente, y al despertar una buena mañana resolví sin más que partiría. Mi decisión tomada, preferí darme el resto del día para reconsiderarla con calma y esperar hasta al siguiente antes de poner manos a la obra; pero tan pronto la tomé, me invadió una suerte de alivio repentino y de seguridad en lo resuelto: amanecí el día después sin duda alguna y, por el contrario, con una idea clara de cuanto debería hacer y con energía renovada para los preparativos necesarios, la que se fue convirtiendo en franca alegría al acometerlos y a medida que se iban concretando como en una cadena bien eslabonada.

Empecé por asegurarme el boleto de avión. Para mi sorpresa, no lo había para antes de a lo menos cinco semanas; excepto si partía el último día del año para llegar el primero del año siguiente, lo que me hizo dudar por lo inusitado de la fecha, pero en realidad calzaba con un plazo suficiente para concluir cuanto me era necesario; de modo que lo acepté con entusiasmo y como signo de buen augurio: en fin de cuentas, no tendría tampoco nada que hacer la noche de Año Nuevo, cuando más encima tiendo a ponerme triste; y sería para mí una muy buena manera de cerrar el año y empezar el siguiente: año nuevo, vida nueva, no pude menos que pensar; y por lo demás, después de mi llegada, tendría todavía por delante las celebraciones de la Navidad y el Año Nuevo según el calendario juliano, que en el país de mi destino rige todavía para las festividades religiosas y, por ende, en particular para la Navidad, pero también, y de manera adicional, para algunas conmemoraciones tradicionales, como en particular la de Año Nuevo; de hecho, tengo desde entonces, cada año, dos celebraciones de Navidad y dos de Año Nuevo: ahora no tan pesarosa para mí la primera de término del año, que es en fin de cuentas también ya no sólo la de inicio del siguiente, sino asimismo la de aniversario de mi nueva vida, pero además distendida la segunda de Fin de Año, y diferentes, aunque igual de emotivas siempre, las dos de Navidad.

Asegurado el pasaje, me aboque a los distintos trámites preparatorios de una ausencia indefinida; dejé la mayor parte de mis libros y algunos efectos personales embalados en bodega; despaché el equipaje que envié por carga marítima (buena parte reexpedido sin haberse empleado en mi retorno); y tuve buen cuidado de hacer todo con calma, para no olvidar nada que debiera dejar resuelto.

Me despedí de algunos familiares y amistades, a veces sin siquiera mencionar que me despedía; me comuniqué con el hijo que estaba entonces en el extranjero para avisarle mi partida y compartí todavía lo que pude con los hijos que estaban en el país.

Fui a Valparaíso por el día para despedirme de mi padre, pensando de nuevo en que, ahora sí, ya tal vez no volvería a verlo; y, sin embargo lo volví a ver, y nos volvimos a despedir, todavía tres veces más en los años siguientes.

Pasé la Nochebuena como otra cualquiera; y el día de Navidad, temprano, fui a visitar y dejarle flores a mi madre.

Pensé muy bien en qué más querría hacer antes de partir, y resolví que nada especial; lo que realmente quería era nada más, ya de una buena vez, tan sólo partir.

Terminé de preparar mi equipaje de mano, todavía más abultado que de costumbre, tarde la noche anterior al viaje.