Le escribí a Viviana acompañándole el texto que sigue, que corresponde a palabras dichas al presentar un libro poco antes de mi regreso a Chile, y que había quedado de enviarle por la cita que contiene de «nos casará la luna».

Toda su vida

Considérense por ejemplo estas palabras:

«Entró a mi vida, como él lo dice en un verso, echando la puerta abajo. No golpeó la puerta con timidez de enamorado. Desde el primer instante, él se sintió dueño de mi cuerpo y de mi alma. Me hizo sentir que todo cambiaba en mi vida (…) No sabía de sentimientos pequeños, ni tampoco los aceptaba. Me dio su amor, con toda la pasión que él era capaz de sentir y yo lo amé como nunca me creí capaz de amar. Todo se transformó en mi vida».

Tal vez toda mujer desearía haber podido escribir estas palabras. Pienso por mi parte que todo hombre quisiera, al menos alguna vez, provocar tamaño estrago.

¿Quién las escribió, a quién se referían? He aquí lo dicho antes por su autora:

«Mi persona no tiene importancia, pero soy la protagonista de este libro y eso me hace estar orgullosa y satisfecha de mi vida.

Este amor, este gran amor, nació en agosto de un año cualquiera (…) Él venía de la guerra de España. No venía vencido. Era del partido de Pasionaria, estaba lleno de ilusiones y de esperanzas para su pequeño y lejano país (…) Siento no poder dar su nombre. Nunca he sabido cuál era el verdadero, si Martínez, Ramírez o Sánchez. Yo lo llamo simplemente mi Capitán y éste es el nombre que quisiera conservar en este libro».

En fin, ¿quién escribió tales palabras, para quién, a qué libro se refieren, qué tiene que ver ese libro con el que se presenta hoy día?

Por de pronto, puedo decirles que el país del que se habla, aquel pequeño y lejano país, es en realidad el mío, el país que represento, Chile.

En cuanto al libro aquel, fue publicado por primera vez en 1952, en edición limitada; y más ampliamente desde 1957, aunque en ese tiempo todavía de autor anónimo y con una carta de presentación firmada por Rosario de la Cerda.

¿A qué viene entonces todo esto, ahora, aquí?

El título de aquel libro, enunciado a partir de la carta que lo presenta, es Los Versos del Capitán. Como posiblemente todos ustedes sepan, desde 1963 se publicó con el nombre verdadero de su autor, quien recibió en Chile el Premio Nacional de Literatura en 1945 y el Premio Nobel de Literatura en 1971, nuestro poeta universal, Pablo Neruda.

Y en cuanto a Rosario de la Cerda, se le preguntó alguna vez a Matilde Urrutia si aquella carta había sido escrita en realidad por Neruda. Habría habido entonces en su voz un tono de orgullo al responder:

La escribí yo, y enterita, ¿sabe?

De la Cerda es por lo demás el segundo apellido de Matilde; y Rosario, el nombre con que Neruda la menciona ya en algún poema del Canto General, en 1950.

Las palabras evocadas al inicio fueron pues suscitadas por Neruda y escritas por Matilde Urrutia: fue el de ellos el amor que las produjo.

El libro que se presenta ahora de Matilde Urrutia, Mi Vida junto a Pablo Neruda (Memorias), es la historia de ese amor, antes y después de la muerte de Neruda.

Hay en este libro, por cierto, varias referencias a Los Versos del Capitán.

En el capítulo 4:

«... era el 28 de agosto de 1951 (…) Pablo volvió con un papelito que subrepticiamente me pasó (…) era el primer poema que me escribía, Siempre; esa noche, sin que él ni yo lo supiéramos, nacía su libro Los Versos del Capitán»*.

El capítulo 6 está en realidad centrado en el poema con que se cierra Los Versos del Capitán: Carta en el camino.

En el capítulo 8, Matilde reproduce las palabras de Neruda: «En unos días más, cuando la luna esté llena, quiero que nos casemos (…) nos casará la luna, hoy mandaré a hacer el anillo que usted llevará toda su vida». Y se agrega que Neruda hizo inscribir en el anillo:

Capri, 3 de mayo, 1952, Su Capitán.

El capítulo 9 empieza: «Pablo ha terminado Los Versos del Capitán»; hacia su fin, su autor aparece mencionado como Neruda Urrutia, el hijo que Pablo y Matilde no tuvieron.

El libro entonces de Matilde Urrutia que se presenta ahora es a la vez la historia de su amor con Neruda y también su referencia a la historia reciente de Chile; la vida con Pablo y la continuación, después, de su obra y de su lucha; fue escrito para no olvidar y para ayudar a que se rompiera el miedo; para seguir adelante, como hizo Matilde desde el primer día tras la muerte de Neruda.

Habría dicho alguna vez Matilde:

Yo soy muy poco literaria.

Pero escribió este libro. Lo podrán juzgar ustedes. Por mi parte, leí su edición en castellano, que es de 1986, sólo hace poco, cuando me lo prestó quien lo edita en serbio, y lo presté a mi vez; pero lo devuelvo ahora, y con muchas gracias por su traducción y por editarlo en serbio.

Les recomiendo a todos que lo lean; y les recomiendo a ustedes que lo recomienden. Es una historia que merece conocerse, memorias que merecen perdurar, la poesía de la vida y el amor que se recrean, se alientan y prosiguen sin fin, en todas partes.

Muchas gracias a todos.

Y, terminado el texto, agregué a Viviana lo que sigue.

La intervención a que corresponde lo que te he transcrito fue menos de dos semanas antes de que regresara a Chile al término de mi alta función aquí, donde de nuevo resido ahora. Después de que terminó el acto, debí quedarme un rato respondiendo a algunas consultas de periodistas; cuando aquello concluyó, la mayor parte de la audiencia se había retirado. Al despedirme, alguien de la organización me dijo:

Espere, espere por favor... — y miró en torno suyo, como buscando -. Qué lástima — agregó entonces -, ya se fue.
Quién se fue - no pude menos que preguntar.
Una dama -me respondió -. Una dama muy buena moza que lo estuvo esperando todo este rato.
Quién sería -inquirí entonces -. Qué querría.
No sé - me contestó —. No la conozco, alguien de la Universidad me pareció; pero dijo algo que tal vez pueda interesarle...
Qué sería - pregunté esta vez.
Que quería conocerlo - señaló -, porque... porque debía estar usted muy enamorado para expresarse así como había hablado...

Me enteré pues de este modo de que estaría enamorado, o de cuán enamorado estaba, o de que se me notaba. A decir verdad, ni siquiera entonces me enteré; no me vine a dar cuenta en realidad sino cuando ya me faltaba sólo poco para irme, es decir me alcancé a dar cuenta apenas antes de que me fuera, aunque al menos aún a tiempo para declarar mi amor; o a lo mejor ya lo sabía, y es sólo que no había terminado de percatarme; o me quedó sonando lo que se habría dicho, y se fue decantando en mí lo que sentía; vaya a saberse cómo haya sido lo que sea que haya ocurrido; aunque nunca llegué a conocer ni volví a saber de aquella dama, ni quién pueda haber sido.

Pero me quedó además, desde entonces, lo de «nos casará la luna», aunque en nuestro caso no haya ocurrido sino mucho después, tras haberme reencontrado contigo y de haber vuelto a recorrer repetidamente, de idas y venidas, largo trecho. Ya que, por de pronto, me fui no más; prácticamente a las antípodas, que es donde está nuestro «pequeño y lejano país»; cargado asimismo «de ilusiones y de esperanzas» partí, y con la determinación de que sería allí que querría vivir mi nueva vida.

Alcancé también a convenir, antes de irme, el compromiso de escribirnos. Mas Viviana, no tan sólo de escribirnos, sino de contarnos todo; todo lo que sintiéramos, o nos ocurriera, o recordáramos, o soñáramos, o pensáramos, o deseáramos; todo, sin reservas, siempre; como si fuera para nosotros, para ambos, para entendernos mutuamente pero a la vez cada uno a sí mismo y poder ser así entendido por el otro, con lo que se fraguó el nosotros por entero; el verso de Neruda que vendría aquí mejor podría ser: El amor supo entonces que se llamaba amor. Y aunque por mucho tiempo no tuvimos más relación que la que pudimos tener escribiéndonos cada día, fue «…brotando, brotando, como el musguito en la piedra…» (que podría decir Violeta), y se fue haciendo cada vez más fuerte, más arraigado en terreno cada vez más vasto y mejor conocido.

Algunos meses después de mi regreso a Chile, fui a pasar unos días de descanso en la playa, a solas conmigo y mi amor distante. Me escribió entonces una noche contándome que en su ventana se veía la luna, que estaba llena y se veía enorme, preguntándome si donde yo estaba sería sobre el mar que podría verla; y que le recordaba el lugar al que, cuando era niña, iba de vacaciones con su familia, una isla en la costa adriática, a poca distancia de Dubrovnik, donde en los atardeceres caminaban por un sendero que bordea la costa hasta un extremo de la isla para ver las puestas de sol; y que, cuando había luna llena, su luz se reflejaba en el mar y parecía continuar el sendero, como si fuera posible caminar hasta la luna… Encontré y leí su mensaje de regreso al departamento en que estaba, cuando también para mí ya había anochecido; y al entrar después al dormitorio, que tenía un muro de ventanal a un balcón con vista al mar, me encontré con que, de frente a mí, directamente hasta el balcón, relucía el sendero trazado por la luna, como si estuviera allí para que a mi vez hiciera mi parte del camino…

En el mar riela la luna…, no pude entonces menos que pensar. Pero más aún, confirmé así algo que se supone que debería haber sabido, aunque si me lo hubieran consultado seguramente habría tenido dudas: la luna llena se ve igual desde ambos hemisferios, y ya sea en el este que el oeste (mientras que en sus otras fases se ve distinta: creciente en el norte y menguante en el sur, o viceversa).

Viví ese momento como si hubiéramos estado juntos, aunados por la luna, pese a que no haya sido todavía entonces que nos casara. Soñé en cambio esa noche con mi amada, aunque volando, asomado a la ventanilla del avión en que viajaba, mientras sobrevolaba una isla de cerros boscosos hasta la costa y, en medio de ellos, una playa, en la que entre varias otras personas que miraban hacia arriba, la veía nítidamente hacerme señas, mientras por mi parte trataba de indicarle que me esperara allí, que apenas aterrizara iría por ella…

Durante más de dos años, volví a Belgrado varias veces. El amor se fue expresando cada vez más cabalmente, pero no fue tampoco en la primera ni en la segunda de mis venidas que nos casó la luna. Hasta que decidimos darnos una escapada por un fin de semana largo. A nuestra llegada donde fuimos, nos tomamos lo que quedaba de día para algunos recorridos y para continuar la incesante conversación del viaje. Regresamos al lugar donde pernoctamos ya al anochecer. Cuando subimos a la habitación, para nuestra sorpresa, porque no teníamos noticia de que así fuera, en medio de la ventana, enorme, complaciente, nos esperaba la luna llena… Nos abrazamos para contemplarla sin que volviéramos ya a desasirnos, y llegó el momento en que, mientras con mis manos retenía a mi amor de su cintura, la vi echarse atrás hacia la ventana, para levantar sus brazos a la luna hasta alcanzarla con la yema de sus dedos, y me transportó con ella: habíamos terminado de unirnos para siempre.