Los patos son animales acuáticos, pero pueden moverse en tierra firme. Eso sí, de manera torpe y dificultosa. Siempre me sentí como un pato en mi relación con Ana, no estaba en mi elemento natural pero lo intentaba.

— ...¿quieres ser uno de esos que no se comunican con su pareja?

Habla Ana. En aquella época todavía era muy guapa, un halo de misterio emergía en su presencia de manera física, como algo tangible aunque inexplicable, al menos para mí. Podría haber jurado que la quería para desmentirlo al instante con alguna torpeza propia de mi carácter. Y aun así, permanecía a mi lado analizando mis porqués, intentando convertirlos en algo que ella pudiera entender y aceptar.

— ...si no vamos a hablar de ello está bien, pero no deja de ser real y acabará por afectarnos. Son palabras que se han grabado en el disco duro de mi cerebro para atormentarme.

Joder, Ana, ¿por qué no lo intentas? ¿Por qué no lo intentamos todos? Ser un cabrón egoísta es lo más fácil, o no, eso depende de la opinión que tengamos de nosotros mismos.

Asesinato. Es la única palabra que tiene sentido cuando pienso en ti, cuando recuerdo tus palabras.

— La gente como tú y yo no debería existir.
— Por qué?
— Porque somos defectuosos y necesitamos piezas de recambio con demasiada frecuencia.
— ¿Crees que necesito una reparación?
— Claro, igual que yo. No una, necesitamos muchas. Es nuestra sensibilidad.
— ¿Y cuál es mi sensibilidad?
— El asombro, no te deja avanzar.
— ¿Hacia dónde?
— Eso no es lo importante.
— También es tu sensibilidad.
— Eso es lo que digo.
— Vale. Estás pensando en algo en concreto. Puedes decirlo.
— Seguramente ya lo sabes.

Y, ¿he mencionado que durante los cuatro años que estuvimos juntos, nunca terminamos una conversación? No de una manera lógica, al menos. Nos limitábamos a cubrir temas sobre la naturaleza del ser humano, en un juego de comunicación imposible por falta de referencias comunes. Creo que ahí empecé a matarla un poco. No hubo nada en particular que desencadenara su enfermedad, simplemente sucedió y me dediqué a contemplar en silencio su sufrimiento, incapaz de hacer nada para evitarlo. Como ella solía decir, nuestras sensibilidades eran iguales, y me aterraba la posibilidad de acompañarla en el viaje que había iniciado. Me convertí oficialmente en el cobarde que siempre había sospechado que era.

— … cuando encuentre las respuestas adecuadas, te llamaré para hacértelo saber. Pero no prometo compartirlas.

Nunca antes había estado tan hermosa.