Finalmente perdí la soga y la cabra; tengo las manos vacías. No puedo amarrar nada y no tengo nada que amarrar. He quedado en ese espacio de horizontes en estampida, donde las nubes se desmoronan en el azul del mar, derritiéndose gaseosas en burbujas blancas con lenguas de olas.

Los momentos escondidos tras los recuerdos esperando, desfilando entre una audiencia intranquila de conceptos, ideologías, pasiones, filosofías -que con ceño fruncido expresan su objeción, ante un ser, que ahora ni tiene soga para ser práctico, ni tiene cabra para soñar.

Es verdad que la soga siempre se deshilaba, que no era de la mejor calidad que existía en el mercado. Yo me acuerdo además de que mi madre siempre me decía: busca la cabra, para que quieres soga si no. Y bueno pues desatendí la búsqueda de la soga mientras buscaba la cabra y llovió tanto y tanto en mi vida que se mojó la cabra. De manera que cuando finalmente alcancé la cabra, no tenía soga y la cabra estaba tan resbalosa que se me fue. Se me fue, como el Unicornio Azul aquel de Silvio (por cierto, acabo de descubrir que los unicornios son en realidad una especie de cabras y no de caballos).

En fin, que regresé angustiado por una soga para enlazar la cabra mojada. Pero la soga también estaba mojada y se deshizo en hilachas de tal vez y la cabra de nuevo se me fue. Y así fue como me quedé, quizás nuevamente, pues no recuerdo el momento en la historia, sin la soga y sin la cabra, y por aquí ando aquí ahora sin pasados, ni horizontes, ni memoria.

Volcándome en mí mismo sin saber quién soy. Apenas despunta una sonrisa inerte en mi rostro al pensar que a lo mejor en la muerte se está mas vivo que en este limbo de ser.

Y así voy, reconstruyendo cada pedacito de vida, por ahí almacenado y desperdigado, el rompecabezas que viví, mientras buscaba alcanzar la cabra sin la soga. Ahora ya no tengo soga, y tampoco tengo cabra, y cada minuto es largo, y cada destino es incierto. Pero de manera extraña, las puntas de los dedos se me llenan de caricias todo el tiempo, como capullos en planta a reventar de primavera. Y este río que fluye subterráneo, se desborda en las entrañas y ahoga cada cosa.

En esa serenidad, aquí me siento a la vera del camino, a esperar a Doña Blanca, sonriente y valiente, porque nadie puede morir después de muerto, ni nacer cuando ya está vivo. A ver si en el próximo ciclo me quedo con la soga y con la cabra. Porque eso si aprendí, que la una no vale la pena sin la otra.

Que la soga sola no amarra nada y la cabra sola siempre se va, que lo importante es perseguir las dos a la vez.