Flectere si nequeo superos,
Acheronta movebo.

(Virgilio, «Eneida», VII, 312)

1. Adormecimiento

No quiero que anochezca. No quiero arroparla en la cama. No quiero emparejar la puerta de su cuarto con una sonrisa después de desearle buenas noches, aunque seguramente ya no me escucha. La oscuridad trae consigo un manto turbio y pesado. Soy su madre: la conozco perfectamente. La manera en la que los ojitos se le cierran cuando vamos a la mitad del cuento antes de dormir; la fuerza cansada con la que abraza sus cobijas cuando la está venciendo el sueño; el tintineo suave de pestañas, que indica que la vigilia está por terminar. No te duermas, por favor, no te duermas.

2. Sueño ligero

Yo tardo unas horas más en cerrar los ojos. Sé lo que se viene. Me gustaría poder prevenirlo: tomarla de las manos —tan chiquitas, tan de niña— y volverla a acostar. Pero de nada sirve. Así que sólo me queda revolcarme en la cama, tomar un libro, encender la televisión para escuchar las últimas noticias del día. No te duermas. Y con estos acontecimientos nos despedimos de usted. No te duermas. Sintonícenos mañana, en el mismo horario, en el mismo canal. ¡Que no te duermas, por favor, no te duermas!

3. Transición

Generalmente me asomo a su cuarto como a las nueve de la noche. Para asegurarme de que no ha habido cambios. De que está tranquila, de que puede dormir bien. Ya está oscuro, pero me da cierta serenidad verla acostadita, como un bulto debajo de las sábanas. Escucho su respiración acompasada y me permito un momento de descanso. Todavía no pasa. Todo va bien. Puedo regresar a la cama por el momento. Total, estamos a un pasillo de distancia. Si hay algo, lo voy a saber. No te duermas, te digo que no te duermas.

4. Sueño profundo

La novela que estoy leyendo me cae como cemento sobre los párpados. Que si ya se acostó con otro, que si la Revolución Rusa, que si el Comunismo y quién sabe cuánta cosa. Los rusos son complicados: me caen pesados, pesadísimos. El realismo arrulla entre rollos de tinta rasposa, espesa, como el oleaje turbio de invierno. No te duermas. Y el susurro de las olas se confunde con la voz de un omnisciente que te arroja hacia el otro lado del sueño. No te duermas. Y el frío de los últimos meses del año hace que las sábanas sean corazas cálidas. No te duermas.

La puerta se abre.

5. Sueño paradójico

Tiene el pelo sobre la cara. No se le ven los ojos, pero sé que los tiene abiertos, en blanco. Balbucea en algo similar a arameo antiguo. Me llama. Camina con pasos erráticos al borde de la cama. Los pasitos caen sobre el piso de madera como gotas pesadas sobre el vidrio de la ventana. Granizo en forma de niña, que no sabe lo que dice, que no sabe lo que hace y que me llama. Hijita, regresa a tu cuarto, le digo. Hijita, dame la mano. No contesta. Tiene la boca abierta y le escurre un hilo de saliva por la comisura izquierda. Se acerca a mi lado de la cama. Estoy cubierta hasta la nariz por las cobijas. Eres su madre. Haz algo. Pero no puedo. Ella balbucea y no le entiendo. Me paralizan sus ojos inflamados por el sueño. Blancos, completamente perdidos, con las pupilas corriendo de un lado al otro de la cavidad ocular.

6. Coma

Un grito. La niña se tropezó con alguno de los cables de mi computadora, que dejé conectada. Vi su carita de confusión, y luego se soltó en lágrimas. No sabía en dónde estaba. No tenía manera. Entre suspiritos de angustia la llevé otra vez a la cama. Y es todo. Ése fue el episodio de la noche. Son apenas las diez. La casa se envuelve en silencio nuevamente. Todavía tengo oportunidad de encerrarme en el cuarto. Todavía puedo soñar con sus ojitos hinchados. Todavía puede visitarme cuando cierre los ojos.