Cuenta una leyenda turca que si alguien libera un ave se asegura un lugar en el paraíso.

I. Una colibrí ve a un gorrión atrapado en una jaula

Suspiré despacito cuando apareció tu figura taciturna al final de la barra. Me dio comezón ver cómo te arrellanabas en la penumbra del último asiento. Fumabas pesado y el humo se te enredaba en el pelo. Tenías la pinta de un gorrión casero, de un pardal de tonos grises. Parecía que todos tus días eran martes trece. Ibas con la postura jorobada y la comisura de los labios torcida. Levantaste la mano con temblores, como si quisieras que el cantinero no te hiciera caso. Pediste algo con la voz hecha un hilo. Empezaste a beber un whiskey en las rocas y daba la impresión de que estuvieras susurrándole frases para adoctrinar. Prolongabas los labios para hacer contacto con el vaso y a lo lejos tus labios se veían como un pico que chocaba contra el vidrio. Se te notaba que estabas luchando entre polvos y lodos contra un monstruo imaginario.

Eras como un mirlo de jaula sin dueño. Llevabas los mechones mal acomodados, despeinados, la barba mal afeitada. Usabas una alianza en el dedo anular de la mano derecha. Mi interés no era hacer contacto visual, pero tu figura me jalaba los ojos tu lado de la barra. Sonreí con una media sonrisa, incliné la cabeza a un lado y eche un vistazo bastante descarado. De sobra sabes que aunque te descubrí sentado ahí, no te veía más que con una especie de interés científico. Si hubiera sido otra mi intención, seguro me habría hecho la complicada y te lo hubiera dificultado hasta los huesos.

Pero es necesario recordar que fuiste tú quien hizo el primer avance. Te acercaste con esa cara de golondrina hambrienta, de canario al que se le gastó la voz y que fuerza el canto para tocar a la puerta del cielo. En fin, parecías suplicar sin pronunciar una palabra. No me molestó que te cambiaras de lugar y te sentaras junto a mí. Te juzgué inofensivo.

Te presentaste como un gorrioncillo que muestra sus heridas sin pudor. Creo que eso me confundió: creí que era valentía y era todo lo contrario. Pero fue el veneno de tus ojos o la tercera copa de champaña o no sé. Me clavé la espina del ramo de rosas que jamás prometiste. Debí tener cuidado.

Hay una novela turca en la que tres chicos crean en Estambul un negocio de venta de pájaros para que sean liberados.

II. Una colibrí entra a la jaula y abre la puerta

Hay quienes se aferran a la melancolía de los recuerdos como a esos zapatos viejos. La comodidad impide ver el hoyo en la suela. Yo nunca he sido amiga de los que viven en la calle de la lágrima fácil ni de los que se instalan en el eterno puchero. Me gusta que aquellas gotas de lluvia que cayeron sobre mojado se asienten en el fondo del río y dejar de azotarme por los pecados cometidos.

Es cierto, fuiste tú quien empezó el combate. No podías saber que yo no juego para empatar ni yo que a ti te basta un porque sí. Llegaste con las alas caídas y el pecho inflado, haciendo reverencias y piando agudo. Acepté a pasar al hueco de tu árbol, al rellano de tu vicio, a la alcantarilla del mal hábito. No debería contarlo y sin embargo, cuando vuelvo a una copa de champaña en soledad parece que liberé una parvada de urracas negras. No creo haberme ganado el lugar prometido en el paraíso.

Mentiría si dijera que entre los besos que voy dando no te recuerdo. Faltaría a la verdad si no reconociera que el veneno de tus ojos me infectó la piel. Fue escupir al cielo, nidificar al aire, poner mi resto sobre las ramas más frágiles de los almendros. La amargura del café, la locura de las sábanas frías, el aroma a tinto rancio y el sonido de las cuerdas de esa guitarra en la madrugada son tuyas y de nadie más. Se me para el pulso cada que vuelvo a aquel lugar y miro al fondo de la barra con la esperanza de que el asiento no esté vacío. La margarita que deshojé por ti, se quedó sin pétalos. El último dijo que no. Así son los labios del pecado, los pasos en el túnel oscuro, la llave de aquella habitación que no fue ni tuya ni mía, la mancha de culpa en el encaje del pañuelo blanco.

Creo que te quise por amor al arte, por jugar a la heroína, por ser Aracne tejiendo los hilos de un sueño ajeno. Sentí que estaba abriendo la puerta de la jaula que te mantenía prisionero a ese whiskey de mala calidad, a esa vida adormilada, a ese pasillo mal iluminado, a esa paloma tóxica que te tenía prisionero. Sentí que estaba frotando la lámpara del genio para que surgieras libre y me concedieras la oportunidad de pedir el deseo de verte vivo, corriendo a encontrarte con un destino de playas soleadas y oleajes tibios. Quise despertarte de ese coma profundo, enjugarte esas lágrimas que rodaban por tus mejillas y espantar esa panda de polillas polvorientas que ennegrecían más tu sombra. Pero a ti te gustaba el humo y a mí me gana la risa; a ti la frente fruncida y a mi las ampollas por tanto caminar; para mí los caballos que necesitan la rienda firme y para ti los de hoja de lata.

No miento si juro que a me gusta ver las cosas fáciles, que hubiera atravesado el Océano Pacífico, el Mar Mediterráneo y el Atlántico, que me hubiera metido con el Minotauro al laberinto, habría volado con las alas de Ícaro y me habría calzado los zapatos de Hermes si eso me garantizaran que no te perdería. Pero hay cosas que jamás haría. No puedo vivir con una cuerda amarrada en el cuello, con un grillete en el talón, con las alas desplumadas. No me sale vivir en segundo plano, me gusta la primera fila. A ti te gusta la jaula y yo moriría al sentirme encerrada. No tengo plumas grises, no me gusta un nido con despojos y deshechos. Me cansé de las visitas clandestinas. Un colibrí necesita el espacio que el gorrión no sabe apreciar.

Pero los habitantes de la ciudad se han vuelto escépticos a la leyenda, hay gorriones que no quieren ser liberados.

III. El proyecto de la colibrí fracasa

No hay nostalgia peor que añorar lo que no sucedió. Tú no querías oleajes ni distancias. Querías semillas y nido. Te importaba poco que fueran amargas y te sacaran llagas. Querías a tu jilguero matutino y no te dabas cuenta que te estabas acabando. Buscabas comederos que se rellenan a diario y bebederos que brotan por gravedad. También quieres del alimento que da alguien más, el que ya no te pude dar. Te amarraste con un nudo gordiano. Los barrotes de la jaula perdieron el color blanco. No te importa que estén oxidados, descarapelados. Juraba que mis palabras eran tu catecismo. Muchacho de ojos tristes, pajarillo de ojos venenosos, no consigo olvidarte. No consigo borrarme de la cabeza el día que juraste que morirías por mí. Pero no cumpliste. Ojalá que estuvieras conmigo volando alto, viendo el agüita del mar. Tú no querías más amor que el que cabe en la jaula. Abrí la puerta de la celda. Volé sin mirar atrás. Sólo que, a veces, me acuerdo. Hay leyendas que son cuentos turcos.