Felices los que escuchan y hacen caso, porque el tiempo está cerca.

(Ap 1:3)

A

Si estuviera segura de lo que vi, te lo diría. Puede haber sido un sueño, no lo sé. Dicen que así se comunican con nosotros, justo cuando estamos dormidos, soñando. Pero, creo que no fue eso.

1

Recuerdo haber visto un cielo como éste. Al ir corriendo por la playa, encontré a un ángel que estaba parado a la orilla del mar, muy cerca una roca grande. Llevaba una túnica blanca, tan larga que se confundía con la espuma de las olas que reventaban al golpear con la arena. Me parece que eran las primeras horas del amanecer, porque los troncos de las palmeras se torcían suavemente con la brisa y las hojas junto con las jóvenes inflorescencias se agitaban con la ventisca marina, el sol apenas despuntaba y entre las nubes algodonadas de color de rosa, salía un arcoíris que rodeaba la cara del ángel.

Conforme me acercaba, logré percibir una cara luminosa que me sonreía. Era claro que me estaba esperando. La voz del ángel era un susurro atronador: llevo aquí una eternidad, haciendo minutos y segundos para lograr esta coincidencia: ya no habrá más demora. Elevó el pie derecho, lo sacó del agua de mar y pisó con fuerza en la arena. Una serie de relámpagos cayeron desde el cielo hasta el fondo del mar. Me detuve en seco, pero mis piernas seguían moviéndose, sin obedecer mis instrucciones. Apreté los dientes, cerré los ojos y le ordené al cerebro que las parara de inmediato. No tengas miedo, decía el estruendo. Me estrellé contra su pecho. El ángel levantó la mano y la pasó por mi espalda: respira, no tengas miedo. Escucha con atención. Los siete ángeles están a punto de hacer sonar sus trompetas. Tocarán en orden del primero al sexto y no será hasta que los hombres lo pidan que el séptimo tocará la suya. ¿Es una advertencia?, me atreví a preguntar con la voz hecha un hilo. No, es un regalo, me respondió. Sus alas me envolvieron. Permití que me acunara.

2

Mientras en otras partes del mundo la Humanidad está despertando de una pesadilla oscura, aquí apenas estamos entrando a una Fase 3 de confinamiento. Las reglas de la sana distancia se alargan. Las personas se distancian. Nos recomiendan no frecuentar a nuestros viejos: si los quieres, no los visites. Respirar representa una actividad de cuidado: hay que hacerlo con cubrebocas. Si se tiene una careta, es mejor. Para salir a la calle a hacer la compra, es preciso disfrazarse de cirujano: con ropa estéril y guantes de látex. Los usamos y los tiramos porque el bicho es pegajoso y se adhiere a las superficies.

Un virus ha hecho temblar el planeta. Ha confinado a la Humanidad. A la fecha ha segado más de doscientas mil vidas y cambiado la forma en que vamos a vivir. Dicen que esto lo ocasionó un experimento en un laboratorio. Dicen que no se provocó a propósito. Dicen tantas cosas. Algunos sospechan que es la temida guerra biológica. Mientras aquí estamos tratando de entender lo que pasa, del otro lado del mundo ya se preguntan ¿cómo será el mundo que nos espera a la salida de esta crisis? ¿Qué rumbo debemos tomar?

3

Entre sus alas, sentí protección. Me dejaba llevar por ese vaivén de las olas con el que me acunaba. Los serafines de las siete trompetas se preparan en el cielo para tocar, me dijo el ángel. Se produjo un silencio. Una nube con perfumes a jazmines y gardenias corrió por el cielo y se paró sobre nosotros para resguardarnos de la tormenta de truenos y relámpagos que cada vez caían más cerca de nosotros. Un rumor llegó desde el horizonte y la tierra se estremeció suavemente, como si hubiera sufrido un espasmo. El ángel me tomó las manos y me ordenó: no te sueltes.

4

Deberíamos vivir, sin miedo, sin infierno, sin culpa, sintiendo la redención para todos los seres que hayan manifestado, en algún momento, chispazos de amor, de compasión o de perdón. Fuimos perdiendo oportunidades. Nos ganó la indiferencia, me temo. Somos seres sociales, pero nos aislamos primero y luego nos confinaron. Nosotros empezamos el distanciamiento. Si seguimos en ese terreno, creo que la pandemia nada va a cambiar; sólo va a aumentar el sufrimiento de un mayor número de personas.

Es durísimo ver que el trato que damos a nuestros mayores sin que nos arda la piel. Hemos sido crueles, displicentes, discriminatorios. Cada vez más, llego a la conclusión de que esto se debe a un asunto de mala conciencia. En una sociedad acelerada, en la que todos estamos a las carreras, no hay modo de ajustarnos a sus pasos acompasados. Ni se les respeta como ancianos ni se les reconoce la sabiduría. Los abandonamos como si no fueran parte del tiempo presente y los desterramos por su debilidad. Lo logramos, bravo por nosotros. Los dejamos encerrados en asilos y apartados de la vida social. De hecho, la pandemia nos proporciona una justificación perfecta para este abandono. Cerramos la pinza perfecta, si no los visitamos, si mantenemos la sana distancia, protegemos su vulnerabilidad, estamos haciendo una buena acción. ¿Qué estamos haciendo?

5

De la nube perfumada salían olores a incienso y se empezaron a escuchar las oraciones de la muchedumbre de los santos. Pedían gracia y paz. Las olas iban y venían. Los truenos se alternaban con los silencios. Volví los ojos al cielo. Agucé el oído. Quería ver la nube y escuchar los cantos. Los ojos no fueron capaces de contemplar toda la luz, ni las orejas de atrapar el sentido de las palabras que se pronunciaban. Hubo gritos. Me volví para ver quién vociferaba. Era una turba de humo. Vivir lejos. Vivir distanciados. Trabajar a la distancia. Estudiar en la lejanía. Se escuchan los aplausos. El eje de resonancia, de la escucha y la respuesta a través del tiempo, ha enmudecido. Hay una difícil pérdida de la armonía temporal. Los minutos y los segundos se desajustan. Mientras el ángel los pone en su lugar, se forma un remolino de mar en el que van todas las generaciones pasadas y viene en nuestra dirección como una ola. No te sueltes.

La mano del ángel me sostenía. Escucha, van a empezar a tocar. Ten calma. Los primeros acordes de las seis trompetas rompieron el silencio y acompasan el ritmo del mar. Tocó el primer ángel. Tocó el segundo ángel. Tocó el tercer ángel. Tocó…

6

Nos confinamos porque estamos huyendo. Moriremos, un día cualquiera, de la misma forma en la que hemos vivido. No habrá tanto estruendo, ¿por qué lo habría? Tampoco es algo del otro mundo, todos los días la muerte nos visita y lo seguirá haciendo hasta que habite nuestro cuerpo y nos libere de nuestras dudas y de todas las preguntas sin respuesta. A unos nos encontrará con tristeza, con miedo al dolor, tal vez sintiéndonos entrañablemente culpables por lo que pudimos haber hecho y dejamos de hacer. Abriremos la libreta en la que escribimos la vida para escudriñar todas las pláticas que no tuvimos, las palabras amables que nos guardamos, las caricias que contuvimos, los perdones que no pedimos. Algunos sonreirán por las buenas semillas que sembraron en la tierra.

Si la brújula se desajustó, habría que arreglarla. Hace tiempo que nos dimos cuenta que la brecha nos está separando. Cada día nos apartamos más. Nos estamos abandonado. Tendríamos que rediseñar el algoritmo. Recalibrar las ponderaciones. Tal vez así, pueda conseguirse que se comercie menos con los más dependientes, que haya menos crimen, más justicia, más equidad, más resiliencia. En fin, tal vez podamos recuperarnos.

En el plano individual, la pandemia sí ha cambiado conductas y valores en las personas que la han vivido en hospitales o residencias, o han contribuido de alguna manera al bien humano común. Algunas de ellas son, a mi juicio, la esperanza de las generaciones futuras.

7

Recuerdo que antes de partir, le pregunté al ángel cuándo tocaría la séptima trompeta. Escucha, me dijo con voz tan dulce, hay varias formas de caminar hacia el destino y esto no va a cambiar: algunos irán a su encuentro con curiosidad; otros irán a buscarlo, impacientes por encontrarlo, viviendo sin vivir más que por ese anhelo de llegar; otros se lo toparán y darán las gracias; y pocos se dejarán caer suavemente en esos brazos paternales que te lleven al sueño eterno: algunos lo descubrirán durmiendo, sin darse cuenta. Será cuando lo pidas. Entonces, y sólo entonces, se escuchará el clamor de la séptima trompeta. No te sueltes. Recuerda: no te sueltes. La grieta se llenó de agua de mar. Un viento fuerte me revolvió el cabello. Las alas del ángel se abrieron. La brisa retomó su ritmo.

Abrí los ojos, una serie de burbujitas se formó en la playa. El mar se echó para atrás y pude ver la huella de otro par de pies que se dibujó en la arena.

B

Si estuviera segura de lo que vi, te lo diría. Por eso, cada que veo el cielo así, como éste que veo desde mi confinamiento, recuerdo y no me suelto.