«Miedo a la piel», ese es el título del artículo que quería publicar en el mes de marzo, cuando esta maldita pandemia comenzó a azotarnos sin piedad. El artículo estaba escrito en un tono ligero y simpático y en él hablaría sobre la cobardía de las relaciones humanas cara a cara, que hemos sustituido por un sinfín de emoticonos, caritas sonrientes o pícaros personajes con mirada traviesa.

Qué ironía, mi cabeza estaba ordenando todas estas ideas para describir la hipocresía que se esconde detrás de todos esos emoticonos, sobre la reticencia a mostrarnos tal como somos, sobre el miedo a la piel, al cara a cara, al encontrarse frente a frente con el otro.

Y de repente sucedió algo inaudito… ¡debíamos permanecer encerrados en casa! Al principio parecía un juego, una experiencia diferente; pero a medida que los días pasaban poco a poco fueron escapándose todos los miedos que habitaban en mi cabeza para ceder malvadamente su espacio a los nuevos inquilinos: mis emociones; de modo que fui confinando también las alegrías porque en el mundo exterior no había sitio para ellas, igualmente se encerraron mis ilusiones, a la espera de tiempos mejores, y se refugiaron del mismo modo en mi cabeza las palabras, esas que creía que siempre caminaban a mi lado, que fieles traducen mis sentimientos cuando no sé expresarlos de otro modo.

Durante todos estos meses ni una palabra vino a aliviar ese forzoso encierro, ninguna. Conforme pasaban las semanas sentí la necesidad de entretener a mi pensamiento con alguna actividad manual que pudiera hacer sin echar mano de material especial, y encontré navegando por YouTube un tutorial para hacer encuadernaciones caseras con apenas cuatro cosas: cartón, hilo, papel y un punzón. ¡Perfecto!, pensé, tengo de todo en casa. Y me puse a ello con un hilo de ilusión que pude rescatar a escondidas del miedo. He de decir que el resultado, aunque no fue muy perfecto, me gustó, de modo que decidí invertir todo ese tiempo que ahora me sobraba en hacer encuadernaciones, muchas encuadernaciones de papeles en blanco que hacía siempre pensando en la persona a la que se lo iba a regalar. Una vez terminado el confinamiento comencé a enviar todos los cuadernos que había hecho con mis propias manos, pero que estaban huecos, vacíos… Sentí como si estuviera enviando señales de socorro a cada uno de los destinatarios para que llenara de palabras esas páginas en blanco que yo me sentía incapaz de escribir.

A pesar de que han pasado varias semanas desde que vivimos en semilibertad, son todavía muchas las emociones que se han mudado de mi cabeza a mi corazón, donde siguen atrincheradas a la espera de salir sin miedo de ser mutiladas ahí afuera. Tengo millones abrazos que insensatos aporrean la puerta queriendo huir de ese confinamiento que no entienden, de ese miedo a la piel… que ojalá fuera solo metafórico.

Pero seamos optimistas… cuando llegue el momento abriré la compuerta y entonces, solo entonces, todos esos besos y abrazos serán una deliciosa realidad.