Los niños aprenden sus valores a través de series de animación o de cuentos infantiles, pero desde que era solo una niña, Zoe creció viendo documentales sobre Economía. «Me gustaría decir que son documentales sobre los animales, los océanos o, incluso, aquellos que tratan sobre teorías conspiratorias», solía responder con una mueca de conformidad cada vez que salía el tema.

Su abuelo Toni fundó en los años 80 una pequeña tienda cuyo nombre original nunca llegó a aprenderse. A los pocos años nació Zoe y, con ella, el futuro de su empresa… Al menos en la mente de su abuelo.

Al igual que Zoe fue aleccionada, casi desde el día en que llegó a este mundo, en el arte de la riqueza, su padre también lo fue; sin embargo, este nunca llegó a interesarse por el tema tanto como el abuelo pretendía. Escogió un camino sencillo en el servicio público el cual, 50 años después del nacimiento de su hija, le ha proporcionado sorpresas que nunca esperaría.

Aunque parezca inusual, el avance tecnológico es más asombroso para el padre de Zoe que para el abuelo Toni. Hoy en día va al trabajo y disfruta de los cambios con la misma ilusión que cuando solo era un joven que se abría su primera cuenta de Facebook.

Un día en el año de 2036, tras incontables documentales sobre el Antiguo Sistema (tal y como lo llamaba Zoe) en los que la joven aprendió a apreciar la importancia del Sistema Monetario Internacional, el funcionamiento de los mercados y la historia de la Era de Oro del capital (como lo llamaba el abuelo), Zoe se disponía a realizar uno de los trabajos que le habían encargado en la universidad para la asignatura de Programación de segundo curso.

Cuando cumplió los 18 años, en vista de aquella decisión a la que la juventud debe enfrentarse una vez en su vida, y para la alegría de su abuelo (ya que no tenía ningún otro pasatiempo del que pretendiera hacer carrera), Zoe se matriculó en Economía. Como no podía ser de otra forma, Historia de la Economía era su asignatura favorita: era fácil y ya se sabía la mayoría del temario. Programación... no entraba dentro de esa misma categoría. «A ver para cuándo se jubila» era el comentario más común entre sus compañeros de clase.

Al profesor J.M. (como le llamaban los alumnos, no como se hacía llamar), le gustaba enseñar a la antigua usanza y, aunque sabía usar los nuevos métodos, prefería hacer que sus alumnos hicieran trabajo de campo. En aquel caso, Zoe tenía que construir un banco de imágenes desde cero.

Para cualquier otra asignatura podría haber entrado al banco ya accesible en la Red, en el que hay suficiente variedad como para crear un buen banco de imágenes propio, original y único (adjetivos usados en la tarea). Bing. «No te creas que nos deja hacer un banco simple ¡No! Quiere uno completo, con imágenes de consumidores incluidas. ¡Ugh!», le había dicho Zoe a su padre cuando recibió la notificación de J.M. «Pues voy a Spyglass y les pido a los clientes que me dejen sacarles fotos. Total, ya se las están dando al abuelo, ¿qué más les da dármelas a mí?».

Cámara en mano y dispuesta a conseguir su banco de imágenes de la forma más cómoda posible, Zoe se encaminó a la tienda del abuelo Toni. Cuando llegó estaba reunido con Peny, su asesora comercial. «¡La mejor que existe! De las de toda la vida, como debe ser», solía bromear el abuelo cada vez que Peny le daba la razón. La agencia de Peny fue una de las pocas que se mantuvo tras la crisis mundial de hace ya unos 15 años, igual que la tienda del abuelo Toni. Él apreciaba eso, al igual que apreciaba que fuera la propia directora quien se encargaba de su empresa.

Después de más de 20 años trabajando juntos, se diría que el abuelo haría caso a todas las recomendaciones que le hacía su asesora, pero las relaciones comerciales no consisten en eso. «Ese tipo de cosas déjaselas a mi nieta. Ella ya se encargará. Está estudiando Economía para que yo pueda jubilarme de una vez. Después de 68 años, pensarías que ya me lo merezco». Peny, como buena profesional, se reía cada vez que su cliente le repetía por enésima vez ese comentario. Creían haber construido una relación con la confianza suficiente como para que ella pudiera decirle que no le gustaba nada que una cría, que todavía no había salido de la Universidad, se entrometiera en sus estrategias para el negocio y para que él pudiera mencionar que, cuando Zoe tomara el control, ya no necesitarían sus servicios, pero las relaciones comerciales no consisten en eso.

El abuelo Toni había sabido adaptarse mejor que su propio hijo a los cambios que ocurrieron a lo largo de su vida (la cual le parecía más larga de lo que era en realidad). Uno de los cambios más recientes que había instalado, como parte de la experiencia que vendía, había sido gracias a su nieta. Aunque Peny ya se lo había urgido desde hacía meses, fue Zoe quien realizó esta mejora.

Sabía reconocer que el sistema de detección de clientes con el que contaba estaba anticuado; sin embargo, no sabía explicar por qué. Zoe había aprendido hace poco a pedir permiso para acceder a los datos de todos los clientes que entraran a la tienda. Como era casi preceptivo desde hace unos años, contaban con un sistema de detección de clientes con el que podían recomendar ofertas y productos personalizados a todas las personas que entraran o se acercaran a la tienda. El abuelo Toni no lograba entenderlo del todo, pero era un tema en el que tanto Zoe como Peny estaban de acuerdo, así que no dejó pasar la oportunidad. Gracias a la última actualización que le había añadido su nieta, podría acceder a la carpeta de «Galería» de sus clientes y, de esta forma, «dar un trato exclusivo y completamente personalizado, además de conocer mejor los gustos de tus consumidores y poder adelantarte a sus necesidades», en palabras de la asesora.

Bing. El abuelo Toni se sintió aliviado al ver el pop-up en la pantalla del ordenador de que su nieta acababa de entrar a la tienda, podía descansar un momento de las brillantes ideas que Peny le venía repitiendo. Por su parte Peny, hizo un gesto de cansancio con los ojos cuando vio la misma notificación, lo último que necesitaba era volver a escuchar los brillantes comentarios de la niña sobre su estrategia.

—¡Abuelo Toni! —gritó Zoe— Peny... perdón no sabía que estuvierais reunidos.

«Algo quiere», pensaron ambos al ver sus movimientos tan inocentes como fingidos.

—Zoe, hija, no te preocupes, ya estábamos terminando.

Peny se guardó un amago de grosería y se despidió de sus clientes solo para poder desahogarse con su socio a los pocos metros de haber abandonado el establecimiento. Lo suficientemente lejos del radar del sistema de detección, por si acaso.


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Economia02

—Abuelo Toni, ¿puedo coger imágenes para mi trabajo fotografiando a tus clientes? —El abuelo se quedó un rato parado sopesando la confusa oferta de su nieta.

—Supongo, hija, eres tú quien sabe más de eso.

Bing. Otro pop-up emergió en el ordenador de la oficina, dos chicos acababan de entrar a la tienda. Bing, bing, bing... Tras esa notificación llegaron unas cuantas más informando sobre la inminente escasez de existencias de varios productos en el stock de la Web que requería la atención inmediata del abuelo. Este dejó a su nieta que resolviera aquello que tenía que hacer como quisiera para sentarse a atender esas notificaciones.

Bing. Bing.

—Ugh no fastidies...

—¿Qué ocurre?

—Este establecimiento pide acceso a todas nuestras fotos... no se cortan, eh.

—¿Todas? ¿No te deja elegir qué álbumes puedes compartir?

Odi miró su teléfono para comprobarlo.

—No. —Se adelantó Nai.

—Bueno cariño, es una empresa pequeña, quizás no saben hacer todavía esa distinción en su app. —Concluyó tras aceptar la petición.

Nai fue un poco más desconfiado a la hora de aceptar, aunque, qué remedio, sino ¿para qué entraban en esa tienda? Había crecido en una familia muy tradicional lejos de la ciudad. No había sido sino hasta hace un año que se mudaron y conoció a Odi en el nuevo instituto cuando había descubierto todo aquello que podrían ofrecer los diferentes establecimientos. Pero no había sido el único que había descubierto un nuevo mundo. Estaba convencido de que a Odi le encantaba (en secreto) ir a los sitios a comprar. Era diferente que hacerlo todo online. Para Odi ir de compras con Nai significaba descubrir una teoría conspiratoria nueva cada vez que tenían que aceptar algún permiso y, para Nai, ir de compras con Odi era como ver a un niño descubriendo los pasillos de un antiguo museo.

—¡Qué vintage! —se le escapó con grata satisfacción a Odi al tiempo que sonreía a Nai, haciéndose a la idea de que este ya estaba escrutando cada rincón de aquel lugar y asegurándose de que no escondía nada raro.

Bing.

—¡Nai! —llamó Odi mientras se alejaba camino a un par de gafas de sol que le habían recomendado en el móvil y que le parecieron geniales.—Man, c’mon.

Como tuviera que esperarle cada vez que se ponía a imaginarse cosas no avanzarían nunca. Habían creado una dinámica perfecta para ambos: Nai les entretenía con sus historias y Odi encontraba los mejores productos incluidos en la lista que ofrecían en cada sitio. «Lo más único dentro de lo único» lo llamaba él.

—¡Me encantan! —dijo Nai al ver a su novio con aquellas gafas.

—Me pegan con la camisa roja de rayas.

—Vamos a hacernos una foto.

—¿Estás seguro? —preguntó en tono burlón.

—Ya que les he tenido que dar acceso, al menos que pueda aprovecharme yo y sacarme fotos sin tener que comprar ¿no?

Bing. Nai hizo amago de ojear la lista de recomendaciones que le había llegado sobre esa sección para, al final, coger el modelo más estúpido que pudo encontrar. Eran enormes y cuadradas, nada parecido al estilo ovalado y delicado de las de Odi. «Siempre sale mejor en las fotos. Por algo es el guapo de los dos», pensó Nai para auto justificarse.

—¡Noo! Vaya cara que has puesto, jajaja.

Los dos chicos estaban jugando y besándose cuando Zoe se acercó con discreción.

—Perdonad, mi abuelo es el dueño de la tienda...

Los tres pasaron un momento incómodo mirándose, Zoe no tenía muy claro como continuar y los dos chicos no tenían mucha curiosidad sobre lo que venía a continuación.

—Estoy haciendo un trabajo para la universidad y me preguntaba si me dejarías haceros alguna foto con las cosas que os interesen de la tienda. Os prometo que no las publicaré en ningún sitio más que en mi trabajo.

—Mmm, lo siento, preferimos que nadie tenga nuestras imágenes. Espero que lo entiendas. —Contestó Nai al cabo de unos pocos segundos sin necesidad de mirar Odi; sabía que, en este caso, él pensaba lo mismo.

Ambos se quedaron unos minutos más dando una vuelta a la tienda. Les pareció monísima; tenía mucha variedad de productos: desde accesorios de moda, hasta elementos de decoración, incluso, cosas para mascotas extra cuquis. Cuando se dirigían hacia la salida la imagen de una de las pantallas cambió:

Hello

Summer

¡Siéntete único!

Ahí estaba su foto. Era cierto que Odi siempre salía mejor.

—¿A cuál crees que se refiere? —bromeó Nai—. ¿A tus gafas de leer o a mis maravillas que me disimulan perfectamente las imperfecciones de la cara?

Las fotos siguieron cambiando, mostrando las mismas gafas: la gente las lucía en fiestas, en sus casas, rápidos unboxing, etc.

—Oye, ¿y si me las cojo para la fiesta del sábado?

—Te pegarían con la camisa de roja de rayas.

—¡Pero si eso mismo he dicho yo antes!

Nai le dio un golpe juguetón en respuesta mientras se dirigían de vuelta a la sección de los accesorios. Para su satisfacción, Zoe ya no andaba por ahí. Cogieron las gafas y se dispusieron a pagarlas. Al pasar el producto por el lector, la máquina les pedía que se crearan una cuenta. Dejaron las gafas en el mostrador y salieron del pequeño establecimiento.

—Ya las pediremos por Internet ¿no? —dijo Nai mientras sacaba el móvil del bolsillo. Bing.

—¡Eh! ¿¡Por qué tienes una notificación de Tinder!?

Bing. Zoe también estaba en esa aplicación.