Hace apenas una semana compartí mesa con un amigo de hace años y con una mujer a la que conocía casi solo de oídas, pues había coincidido con ella en una ocasión durante la cual cruzamos un puñado de frases.

Fue un plan inesperado: «¿Te vienes a comer paella a casa?», me preguntó mi amigo. Podría decir que titubeé o que me lo pensé mucho antes de asentir… pero estaría mintiendo. Mis habilidades culinarias son bastante deficientes, mejor dicho, casi inexistentes, así que cuando se me presenta la ocasión de saborear comida de la de toda la vida (que ahora llaman real food, o sea, comida de la abuela) me apunto sin dudar y, luego, si además me puedo llevar un tupper, pues ya es la felicidad absoluta. ¿He dicho tupper? Pues rectifico, prefiero llamarla fiambrera.

Me provoca cierta lástima que recurramos a términos de otros idiomas o utilicemos palabras «modernas» para denominar a elementos tradicionales de la cocina. ¿Acaso no es más adorable llamarla «nevera» en lugar de «frigorífico»?, como los neveros que se han utilizado a lo largo de gran parte de nuestra historia para guardar la nieve durante el invierno y utilizar el hielo en épocas más calurosas. ¿Y qué me dices de la palabra «infiernillo»? Rezuma magia por los cuatro costados. ¿Y alacena no te huele a harina y a azúcar, al bizcocho de la abuela? Por favor, perdona el paréntesis, sigamos con la historia.

Como suele suceder, la sobremesa se alargó como el hilo de esa bobina que se escapa entre tus dedos y nunca terminas de rescatar. Fue un día delicioso. Sin embargo, de todo lo vivido aquella tarde algo me sorprendió y me hizo reflexionar cuando llegué a casa y saboreé la resaca de un día genial. Aquella mujer con la que compartí más que mesa, se disculpó en varias ocasiones por sus lágrimas; lloraba cuando con pesar recordaba terribles tiempos pasados, pero también sus lágrimas se escapaban cuando algo le hacía reír, y a cada lágrima la acompañaba una disculpa: «Perdonad, soy muy llorona».

¡Dios mío! ¿Cómo se puede pedir perdón por ser sensible? ¿Por ser un alma transparente? ¿Por tener las emociones tan a flor de piel? ¿Por llorar lágrimas sinceras? Tal vez todos debiéramos llorar más para rescatar esos sentimientos que, tozudos, nos empeñamos en sepultar. Confieso que tengo algunas lágrimas sin estrenar a la espera de que alguien o algo me dé motivos para dejarlas correr sin miedo y sin vergüenza, como una heroína valiente de las emociones, como mi nueva amiga…

En fin, antes de publicar esta breve reflexión se la envié a mi amiga en un mensaje de WhatsApp para que me permitiera compartir un trocito de su alma, y se lo envié con una advertencia final que decía así: «Por favor, si vas a llorar con este mensaje… ¡ten cuidado con el móvil porque con la humedad se estropea!». Como puedes comprobar, accedió a mi petición… aunque creo que en estos días anda en busca de móvil nuevo.