No únicamente es dura la gran exposición de la figura a través de tu padre; me ha tocado lidiar con las críticas que giran en torno al momento en el que, dada su edad, ya no hace tan bien las cosas. La gente es cruel. Cuando era la «gran maravilla», las críticas se centraban en la incapacidad que teníamos todos de ser tan geniales como él. Ahora, mira nada más. Vuelve la mirada al suelo y dibuja un pequeño círculo con la punta del zapato.

Naturalmente, se defiende. No me ha gustado este papel, el material no era tan bueno. No ha servido ser impulsivo, bravucón como leche hervida, el resultado ha sido evidente. En las comparaciones, siempre sale perdiendo. Entre las diferencias y semejanzas que la gente ve, le toca salir perdiendo, pero, en general, trata de hacer oídos sordos, de no escuchar. Siempre habla y habla. Es tanta la exposición mediática, que van a hablar bien y van a hablar mal, y eso lo aprendí de él. No hagas caso, hay que seguir, mirar para adelante, más allá de lo que te digan. Separar, tomar lo positivo. Lo negativo también sirve, es constructivo. Sigo su ejemplo. Trato de tomar lo mejor, a veces no se puede.

Al mirarlo, intento comprender lo que quiere decir. Al observarlo, caigo en la cuenta; es imposible no empezar con las comparaciones. No es, ni de cerca, lo guapo que era su padre a esa edad, a su sonrisa le faltaba ese efecto seductor y los hoyuelos que se hundían en las mejillas jamás fueron tan fascinantes como los de su papá. Lo peor no era la incapacidad manifiesta para estar un poco a la altura, era que se daba cuenta y se rebelaba. Nacer con un apellido ilustre tiene sus ventajas, pero, también, sus lados malos. Lo que podría ser una gran fortaleza, se transforma en una debilidad feroz y desalmada.

Cuando tu padre ha sido uno de los intérpretes más importantes de la historia de la música vernácula, así como uno de los compositores más reconocidos del género, es muy difícil ganarte un reconocimiento bajo su sombra. Para el hijo del mítico intérprete de «Sin perdón», las cosas han sido más difíciles de lo que todos creen. ¿No hubiera sido más fácil que siguiera otro camino?

Como si hubiera escuchado mis pensamientos. Eleva el rostro y clava la mirada directamente en mis ojos. Es guapo, pero desabrido. Los ojos son grandes pero vidriosos, los dientes derechos pero muy grandes, las manos enormes pero femeninas. Lo peor es la voz, incluso hablando tiene cierto tiple que resulta estridente. Me he ganado a pulso cada dólar y cada céntimo que he conseguido desde que tenía 16 años. Mi padre es de la vieja escuela, ¿sabes?, así que nunca se me ha dado nada gratis. Me ha hecho trabajar cada moneda que me ha dado. ¡Ay, pobre! Se la pasa diciendo lo mismo toda la vida. Si se tuviera un poco de compasión, guardaría silencio.

Pienso en los titulares de las revistas: la nueva promesa y tantas frases rellenas de palabras vacías. Elogios tan comunes como las letras de sus canciones, fotos con sonrisas rígidas, tan naturales como un pedazo de plástico. Se lanza al escenario con la seguridad que da la inconsciencia, creo que el pobre no se da cuenta. Pero, sí se da. Lo leo en sus ojos, en su postura, en la tensión de su quijada. Decidí que ya era hora de soltarme de la mano de mi padre. En el plano interpretativo, evidentemente, y tras trabajar junto a él en Banderas su último álbum, salté a un papel protagonista y saqué mi propio material, El viaje más bonito.

Entre los dedos alargados, juega con la caja de un disco compacto que se quedó en los almacenes. Nadie aceptó distribuirlo. Lástima. La teoría de la evolución humana dicta que cada generación mejora a la anterior. Aquí está la excepción que confirma la regla. Él no pertenece a ese tiempo en que las nuevas generaciones consiguen afianzarse más que las precedentes. ¿Y si se hubiera dedicado a otra cosa? No se atrevió.

A veces creo que escucha mis pensamientos. Pero, claramente, y si eso fuera así, no me hace caso. Ya sé que hay otros caminos. Hay hijas que lograron hacerse respetar por encima de su apellido. Hay hijos no tuvieron que achicarse ante la fama de su padre. Desde luego, este no es el caso.

Hace tiempo, creímos verlo como un muchacho con un talento que prometía un buen desarrollo, si ensayaba con esmero. Iba avanzando y conseguía los premios al trabajo bien hecho. Pero los de mecha corta no saben esperar. Forzó la oferta que, según él, no podía rechazar. Sus propias expectativas, las que lo rodeaban y la necesidad de no defraudar a quienes le doraron la píldora, lo hicieron tragarse el dulce ensalivado.

Era lógico, no pasó mucho tiempo antes de que se verificaran los resultados. Se hizo el desconcierto entre los de arriba y los de abajo, entre la gente de buena voluntad y los que traían su propia agenda. Lo nunca visto, no pudo lidiar con el escenario: le quedó grande. El padre nos tenía acostumbrados a dominar cada milímetro de las tablas. Ni modo, las revistas del corazón son un nido de víboras que van a degüello. Te dan a beber el veneno que se enrosca en el cerebro y te incapacita para metabolizarlo. Luego, ya no puedes vivir sin contarles, aunque sean tus fracasos. Todo con tal de encontrar, aunque sea, un elogio de huida. Lo tienen en el suelo, enroscado, retorcido por los estertores mortuorios y los sigue invocando.

La historia no está hecha para los fugitivos. Pero, qué bien sabe decir un no a tiempo. ¿Qué vamos a hacer?, me pregunta como queriéndome endilgar la responsabilidad de una respuesta. Pagar. Los dedos alargados aprietan tanto la caja del disco compacto que tengo miedo de que en cualquier momento estalle en mil pedazos. ¿Con qué? El material está embodegado, se está echando a perder. Habla de las diez canciones del álbum y del sencillo «El ilustre» como si se tratara de plátanos. ¿Qué el arte no es atemporal? Elevo los hombros. ¿Me prestas? Te pago pronto, lo juro. Los acreedores ya me están yendo a buscar a la casa.

Y, a veces, un no es más valiente que todos los síes de este mundo.