Myriam no deja de revolverse en mi vientre. Nos han dicho que no les pongamos nombres y que no nos encariñemos con ellos porque no son nuestros, pero, ¿cómo no voy a sentirla mía si es carne de mi carne? Siempre quise tener una niña, pero Dios solo me bendijo con tres hermosos varones a los cuales me es difícil mantener. Ahora viven con mi madre porque mi embarazo está muy avanzado y dicen que es más cómodo y seguro que estemos todas las gestantes en el mismo sitio para que el médico pueda pasar visita más rápido.

Comparto habitación con Oksana y con otras dos mujeres embarazadas. Es la segunda vez que trabaja como gestante y está esperando un niño. No le ha puesto nombre, pero le llama bicho cuando habla de él y yo sé, porque lo veo en sus ojos, no pueden ocultarse nada, que lo hace con cariño. Oksana me dice que esto son como unas vacaciones en un hotel todo incluido en el que no hay masajes ni piscinas ni paseos, pero en el que te preparan la comida tres veces al día y no tienes que hacerte la cama. Yo me pregunto si no echa de menos a sus hijos porque yo a los míos los añoro con una locura que duele en el alma.

El otro día, merendando, Oksana y Alek discutieron. Alek siempre se está tocando la tripa como protegiéndosela, abrazándose entera el tesoro que la habita. Parece mentira que un cuerpo tan pequeño haya parido tres veces. Está contenta, la agencia le había dicho que si este embarazo no iba a buen puerto no contarían más con ella porque sufrió dos abortos; uno se lo provocaron ellos, el otro fue espontáneo. El ginecólogo de la agencia le dijo que no iba a poder engendrar más, pero ella suplicó porque a sus tres hijos no les da nadie de comer. Me decía el otro día que a ella le gustaba ser gestante porque siente que ayuda a otras personas menos afortunadas a conseguir la felicidad. A mí me cuesta verlo así porque no estoy segura de si sería capaz de hacerlo si mi situación fuera otra, pero parece más fácil si lo ves así que pensar que lo haces solo por comer. Por eso discutieron ella y Oksana, porque Oksana le dijo que no dijera tonterías, que esto es solo por el dinero y que no sirve de nada que nos engañemos porque ninguna mujer pariría por otra si no hubiese dinero de por medio. Alek cambió de tema para no enfrentarse, pero yo le vi los ojos llorosos. No entiendo por qué Oksana es tan desagradable a veces y se lo dije, porque si Alek consigue ver algo bonito y que le hace sentir bien, no veo porque hay que arrancárselo.

Zlava se ha puesto de parto y se la escucha gritar y llorar por toda la residencia. Espero que mi parto sea fácil. En el ambiente no se notan los típicos sentimientos festivos de alegría que suelen impregnar las casas cuando una nueva vida llega al mundo. Nadie habla del bebé ni de los futuros padres. Alguien comenta en voz baja que qué bien que ya pueda volver con su familia. A mí me pone muy triste pensar que me queda poco para parir, no sé por qué. Me apena saber que no volveré a ver a ni a Oksana ni a Alek ni a Zlava.

El otro día la enfermera me dijo que le iba a dar una ecografía a los padres del bebé porque se lo habían pedido y les hacía mucha ilusión. Algunas gestantes han conocido a los futuros papás, pero los míos no han querido. Supongo que tiene que ser doloroso tener delante la certeza de que no puedes crear vida, aunque a mí sí que me gustaría conocerlos para asegurarme de que Myriam se va a una buena familia.

Los riñones y la parte inferior del abdomen me duelen muchísimo. Estoy asustada porque me quedan dos semanas para salir de cuentas y no puede ser que ya esté de parto. Oksana me sujeta con firmeza los brazos mientras me marca el ritmo para respirar. Cuando llegan los doctores les suplico que la dejen entrar conmigo, pero no entiendo lo que me dicen. No voy a tener fuerzas para empujar porque el milagro de la vida se está abriendo paso con violencia entre mis piernas con Myriam desgarrándome las entrañas. Grito —casi un aullido animal— y expulso el pedazo de carne que me consumía desde el interior. Soy una carcasa vacía abierta ante la fría mirada de unos ojos enmascarados que ignoran cómo mis brazos flácidos buscan la vida que ha salido de mi cuerpo. Escucho su llanto alejarse, aunque no dejo de sentirlo en el pecho, y escucho cómo se la llevan para lanzarla a la piel de otra mujer que no la ha parido. Myriam necesita la piel de su mamá, la que ha sido su hogar, para adaptarse a este mundo hostil. Suelto un sollozo inaudible de loba madre herida.

Es un día soleado de temperatura fría. Mis hijos y mi madre han venido a buscarme, ella me abraza como intentando reconfortarme con su calor maternal. Mikael se abraza a mis piernas mientras me mira con sus ojos tiernos llenos de inocencia y balbucea explicándome las aventuras que ha vivido durante este mes y medio. Aleksandre, el mediano, se atreve a preguntarme por el bebé y yo tengo un nudo en la garganta que me bloquea el habla. Mamá interviene, les dice que estoy cansada y que no es momento de preguntas, pero yo quiero hablarles y explicarles que el bebé se ha ido para que nosotros podamos vivir sin penurias durante unos meses.