Lunes 20 de abril de 2020

Ni una noticia suya desde hace una semana. No sé a qué familiares podría llamar; sus padres murieron hace años y ella es hija única. No responde a mis llamadas ni a los whatsapps ni a los e-mails.

Puede que haya enfermado y no quiera decírmelo para no preocuparme. Tal vez, se esté muriendo en una cama de hospital. ¿Por qué no les ha dicho a los médicos que se pongan en contacto conmigo, su amiga del alma? Claro que, ¿si está medio muerta y no puede hablar…?

Releo lo que acabo de escribir y me quedo atónita; me pregunto ¿qué película macabra te estás montando, Marita?, al tiempo que me propino un par de cachetes. Mañana llamaré al 112 y al hospital. Insistiré hasta que logre saber algo.

Lunes 27 de abril de 2020

He conseguido una información muy importante: el 112 no la ha visitado y en el registro del hospital no aparece. Solo cabe pensar que haya fallecido en su domicilio. Aunque, en ese caso, supongo que los vecinos la hubieran echado en falta a la hora de los aplausos. No sé.

Este dichoso confinamiento por el coronavirus ha empezado a dejar huella en mi sistema emocional. Cada día me siento más apática. ¿Para qué imaginar nuevos proyectos? ¡Quién sabe cuánto tiempo nos mantendrán encerrados! Ya han comenzado a vigilar y a censurar los mensajes que intercambiamos a través de las redes.

Hoy, al despertarme, se ha amplificado mi consciencia sobre la situación en que vivimos desde hace más de un mes. He sentido vértigo al detenerme a analizar lo surrealista y peligroso que es este fenómeno que ha invadido al planeta por sorpresa.

Me ha dado por pensar que, ahí afuera, seres de otra galaxia han tomado temporalmente los cuerpos de los políticos para llevar a cabo algún plan extraño, poniendo patas arriba a la Tierra con el objetivo de transformarla a su antojo. Por eso necesitan que muera mucha gente y que los vivos apenas podamos salir de nuestras casas. Cuando finalicen su misión, ¿cómo será la realidad con la que nos encontraremos? Mientras escucho las noticias en la tele, observo los rostros de los que las ofrecen y me ratifico en mis sospechas: los rasgos de sus caras, el modo en que gesticulan, el tono de sus voces (excesivamente persuasivas), las sonrisas fingidas, esas miradas intensas y, a la vez, huidizas; hasta el dedo corazón lo tienen bastante más alargado que los otros. Cabe que su intención sea buena y hayan venido para arreglar el desastre en el que estamos convirtiendo a la Tierra. Pensar esto me alivia.

Y mi amiga sin dar señales de vida. Además de preocupada me siento aburrida. ¡Con lo bien que nos lo pasaríamos compartiendo impresiones sobre este tema!

He decidido hacer caso a mi marido. Se ha ofrecido para avisar a la guardia civil y pedirles que entren en su domicilio.

Lunes, 4 de mayo de 2020

Todo el fin de semana llorando a moco tendido. La semana pasada, llevaron a cabo un registro en la vivienda de Elena. En su casa no está, los vecinos no saben nada. Les rogué a los guardias civiles que divulgasen su nombre y una foto, por si alguien pudiera aportar alguna pista. Así que le pasaron los datos a la radio.

El sábado, a eso de las doce de la mañana, sonó mi móvil. Me dio un vuelco el corazón al ver un número desconocido. Pensé, enseguida, en una mala noticia. Pero quien respondió fue mi querida amiga con un tono de voz muy alterado, dispuesta a descargar sobre mí toda su ira.

—¿Con qué derecho has facilitado información sobre mí? Me he quedado petrificada al escuchar en la radio que me daban por desaparecida.

—Al menos estás viva. He llegado a pensar que habías muerto.

—Tú siempre tan positiva, Marita. Ahora me has jodido bien. A ver cómo te las arreglas para deshacer el entuerto, ¡estúpida!

Nunca me había hablado de ese modo. Según ella, yo debería haberme acordado de que, al comenzar el confinamiento, me dijo que, a la menor oportunidad, se largaría con su novio. ¿Cómo podían ser novios, si lo había conocido el fin de semana anterior durante un viaje a Salamanca? Por supuesto, no pasó por mi imaginación tal posibilidad. Creí que se trataba de una de sus tontunas, a las que es muy aficionada.

Resulta que había acordado con su vecina la camionera que, en cuanto le surgiera la ruta que pasa cerca de Béjar, saldrían de noche. Por doscientos euros, la llevaría camuflada entre la mercancía. Para que la estrategia saliera bien, Elena no podría dar señales de vida. Por eso, nadie la había visto ni habían sentido ruidos en el piso. Como el supuesto novio vive a las afueras de Béjar y llegaron antes de que amaneciera, el plan se llevó a cabo sin ninguna dificultad.

Mi marido, con razón, me ha echado una buena bronca.

—A ver si, a partir de ahora, tienes más cuidado con las amistades que eliges.

—Pues a ti Elena te caía bien.

—Siempre te dije que me parecía demasiado alocada.

Como está soltera, puede hacer lo que quiera, pensaba yo. En cierto modo, me provocaba un poco de envidia su forma despreocupada de vivir. Tenemos la misma edad y la comparaba conmigo.

Será mi esposo, de nuevo, el que intervenga para solucionar el malentendido, pero ya me ha dejado bien claro que no quiere volver a saber nada más de ella. Todavía tengo clavado en el corazón, como un puñal, el insulto de Elena: estúpida. Creo que he perdido una amiga; puede que ni siquiera la haya tenido.