A comienzo del 2000, con apenas 13 años, Lionel Andrés Messi Cuccitini, un minúsculo jugador de las categorías inferiores de Newell's, se enfrenta a la decisión que marcará el resto de su vida. Tras formar parte de un equipo de estrellas en ciernes, dirigido por Ernesto Vecchio, y después de brillar en una Copa de la Amistad disputada en Perú en 1997, el Barcelona ha puesto sus ojos en él.

Josep María Minguella, agente de jugadores, y Horacio Gaggioli, el contacto de la familia Messi en España, animan a Carles Rexach, sabio del fútbol con ojo clínico para la detección de talento, a comprometerse a firmar al joven jugador. El trato es conveniente para todos. El chico, por un lado, recibe gracias al Barcelona el tratamiento de hormonas de crecimiento que ni Newell's ni ningún otro club en Argentina (ni siquiera River, que se lo pensó) se comprometen a costearle. A cambio, el Barcelona se hace con uno de los jugadores más prometedores del continente.

Cuando Rexach termina de redactar en una servilleta el compromiso del club de fichar a Messi en las condiciones económicas acordadas, Gaggiolli recibe una llamada. Es Jorge Messi, padre del futuro crack: «Ya sé que Leo es muy bueno, lo veo jugar desde que la pelota era más grande que él. Pero mañana le dan una patada, le rompen la pierna, y no hay más fútbol. ¿Y entonces qué? Nos volvemos a casa, a Rosario». Gaggioli hace esfuerzos por hacerles recapacitar; la llamada todavía no se ha interrumpido cuando Rexach abandona la cafetería de las oficinas del club donde se mantenía la reunión. Antes de salir, arroja la servilleta a una papelera. Se vuelven a Argentina, no aguantan más, es una situación absurda, no entienden qué hacen ahí, a miles de kilómetros de distancia de su hogar, simplemente esperando a que alguien les diga si su hijo vale o no vale para vivir de dar patadas a un balón.

Inicios en Argentina

Los Messi vuelven a un país sumido en una crisis económica sin precedentes, aunque esto no impide que el joven Leo reciba su tratamiento de hormonas de crecimiento. Primero, es el propio Newell's quien se hace cargo, al entender que, más que un gasto, se trata de una fuerte apuesta; de una inversión parecida a la que acometió en su momento Boca cuando, sin apenas un peso, se lanzó a fichar a Maradona.

A partir del 2003, es el propio Estado argentino, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, quien cubre este tipo de tratamientos bajo un ambicioso programa de expansión de sanidad pública que es visto con absoluto recelo por la administración Bush desde Estados Unidos. La situación despierta en Leo una idea: los débiles, los necesitados, los considerados por la sociedad menos que nada, primero. Todavía no lo sabe, pero, pasados apenas un par de años, terminará tatuándose la cara de Hugo Chávez, presidente de Venezuela, en uno de sus hombros.

Con apenas 15 años, en la temporada 2002-2003, Messi debuta en Primera División. Lo hace en un Newell's de entreguerras, que recuerda con nostalgia los dorados años de Bielsa de principios de los 90, pero que poco a poco se ha acostumbrado a ocupar la zona media de la tabla. A pesar de su corta edad, el talento de Messi se deja notar enseguida. El técnico, Héctor Veira, le va dando minutos, el adolescente responde con muestras cada vez más frecuentes de lo que es capaz de hacer: regates a varios rivales en el espacio de una baldosa, carreras imposibles con el balón pegado a la bota izquierda, asistencias y algún que otro gol. La Lepra es un grito cada vez más unánime: «¡Sacá el pibe, Veira!»

Con los años, Messi convierte a Newell's de nuevo en un equipo campeón en varios torneos Apertura y Clausura. Lo hace ante el estupor de River, Boca y el resto de los grandes del fútbol argentino y, mientras Messi, se convierte, una vez tras otra, en el máximo goleador del torneo. Su rostro se hace cada vez más conocido, y no solo por el fútbol, se hace pública y notoria su firme oposición a que EE. UU. intervenga militarmente en Argentina para impedir la política de expansión económica de Kichner; la cual fue sustentada en un aumento general del gasto y generó deuda e intranquilidad en los mercados. En 2008, con la llegada de la crisis económica provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria en EE. UU., las tropas norteamericanas tranquilizan a Wall Street desfilando por Buenos Aires: Argentina pagará lo que debe a sus acreedores.

La explosión europea

Aquello pilla a Messi ya en Europa, donde sus primeros años en el poderoso Real Madrid se ven lastrados por las lesiones y las enfermedades. Aunque deja unos cuantos detalles de su clase, el argentino no termina de encajar en el Bernabéu, ese estadio ubicado en mitad de la Castellana, el corazón financiero de la capital, donde a cada paso se topa con hombres y mujeres poderosos que justifican la intervención militar en Argentina: «Ellos solitos se lo ganaron. Hay que ser responsable con las cuentas». El retorno de Florentino Pérez a la presidencia del club blanco en 2009 se salda con la salida de Messi. Ambos dirán a la prensa que, simplemente, no se pusieron de acuerdo en los términos de la renovación del contrato.

De entre el aluvión de ofertas que Messi recibió el verano de 2010, cuando queda liberado de su contrato con el Real Madrid, una llama poderosamente su atención. Era Enrique Huguet, presidente del Cádiz, un pequeño club del empobrecido sur de España ascendido a Primera hace apenas un par de temporadas. Una idea cruza fugazmente la mente del argentino: la gente humilde de Cádiz también se merece saber lo que es ganar la Liga, los últimos también merecen ser los primeros. Messi llama a su agente: «¿Ché, vos sabés por dónde queda Cádiz?».

A pesar de que alcanza el tercer puesto en la tabla de goleadores, el esfuerzo del rosarino apenas alcanza para que el Cádiz se quede a media tabla. Hace falta más inversión. Messi aprieta las tuercas a los dirigentes bajo la amenaza de que, si no cuenta con un equipo con que dar alegría a la afición, se irá. El club pone todo el dinero que tiene (incluso el que no tiene, y por cuya procedencia nadie quiere preguntar) y suma a un equipo aguerrido al talentoso Cazorla, llegado del Málaga, a Higuaín, que sale del Real Madrid tras perder el puesto con Benzema, y a Carlos Vela, que llega cedido de la Real Sociedad. La suma de talentos les alcanza para ser terceros y meterse en Champions por primera vez en la historia del club.

Al año siguiente, por fin, la tan ansiada Liga. El Cádiz se alza con el título tras superar al Real Madrid, al Barcelona y al Atlético en una alocada carrera que consagra a Messi como el mejor jugador del momento. En el 2014, el Cádiz suma a su vitrina una UEFA. Messi nunca ganará la Champions ni la Libertadores, máximos torneos continentales en Europa y Sudamérica.

Una jugada

Hay quien nace solo para protagonizar un instante. Cuando recibe el balón en el medio campo, Messi lo sabe. Sabe que ese es su instante, los escasos 20 segundos en que desemboca toda una vida. En menos de lo que dura un parpadeo, se convence de que todo lo que ha vivido y vivirá vale la pena si lo entrega a cambio de esos 20 segundos. Cuartos de final del Mundial 2014, en Brasil. Argentina se enfrenta a un sorprendente EE. UU., que ha armado un muro impenetrable y defiende como un solo hombre. Un comentarista arranca a narrar:

La va a tocar el jefecito Mascherano para Leo. Ahí la tiene Messi, lo marcan dos, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Y deja al tercero. ¡Siempre Messi! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Messi! Es para llorar, perdónenme... Messi, en una corrida memorable, en la segunda jugada de todos los tiempos... Pulguita divina... ¡¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto maldito yanqui, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?! Argentina 1 - Estados Unidos 0. Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por Messi, y por estas lágrimas.

Argentina gana la final de ese Mundial a Alemania con un gol de Higuaín de penalti. Messi se convierte en el mejor jugador del torneo. Pero también se convierte en algo más.

¿Aún tienen dudas sobre quién fue Maradona, sobre por qué, una vez que se ha ido, se le perdona todo lo que se le perdona? Es simple: tan solo imaginen quién sería Messi, cuánto estaríamos dispuestos a perdonarle muchos.