Mi nombre es Gianni Moret, «Yanito» para los familiares y amigos. Actualmente, uno de los testigos supervivientes de la terrible tragedia vivida por la población residente en Gibraltar durante los casi cuatro años que ha durado «el gran asedio» por parte de España, debido al empecinamiento de Carlos III en expulsar a los ingleses. Comenzó a mediados de julio de 1779 y apenas ha finalizado hace unos días, en febrero de 1783. El bando de los españoles ha sufrido muchas más bajas que el nuestro. No obstante, en el Peñón, han sido numerosos los muertos y heridos; sobre todo, entre la población de origen hebreo, judío, genovés e hispano, que vivía en la Roca, y entre los que se han dado más casos de escorbuto y viruela.

Gracias a Dios, mi familia pudo ser evacuada hace más de un año. Yo insistí en que mi obligación era quedarme para ayudar a defender esta tierra. En estos momentos, me siento terriblemente solo y confundido, contemplando el desolador escenario que nos ha dejado la ambición humana, desde la Torre del diablo.

Os contaré cómo he llegado hasta este momento.

Soy uno de los muchos genoveses emigrados a Cádiz. Llegué en 1765, atraído por la actividad comercial que ofrece el tráfico de mercancías con las Indias, con la República de Génova, y otros puertos. He centrado mi negocio en productos procedentes de mi patria, y en los que ofrece esta tierra andaluza, que me suministran mercaderes de aquí, y que yo vendo en Cádiz y en Gibraltar.

Desde que llegué, mi atención se centró en esta actividad mercantil de la que, cada vez, iba obteniendo mayores beneficios. Elegí, como punto principal de ventas, Gibraltar porque me di cuenta de las necesidades de abastecimiento que aquí tenían. De este modo, conocí a la que es mi esposa, Catherine Upton, hija de un teniente inglés. Conseguí atraer su atención mostrándole hermosas sedas, damascos, rasos y tafetanes procedentes de mi tierra.

El enamoramiento hizo que trasladase mi residencia a Algeciras para que las visitas a mi amada pudieran ser más frecuentes. Pues, aunque legalmente estaba prohibido el acceso por tierra a Gibraltar, el estado de paz permitía que los oficiales y la población salieran tranquilamente por el istmo, e incluso residieran en poblaciones cercanas.

A los cinco años de mi llegada a España, mi situación económica era tan buena que me permitió acceder a pedir la mano de Catherine. A partir de nuestro casamiento, me alojé definitivamente en Gibraltar y, desde aquí, continué llevando a cabo mis negocios. Enseguida llegaron los hijos: dos varones y una niña, con apenas dos años de diferencia entre cada uno.

Nuestra vida transcurría plácidamente. Gozábamos de buena salud, de buena posición social y económica y, sobre todo, nos amábamos profundamente. Esta situación comenzó a verse amenazada en el invierno de 1799.

El tipo de trabajo que yo desempeñaba me permitía hablar con personas de diferentes posiciones sociales e ideologías políticas. Así, de lo que algunos comentaban en mi presencia, y otros decían, ajenos a ella, fui atando cabos hasta darme cuenta de que algo muy gordo se estaba gestando.

Recuerdo la mañana en que, tras pasar mi esposa y yo una larga noche en vela, fuimos a hablar con su padre para ponerle al corriente sobre lo que yo sabía.

—Hace tiempo que estamos al tanto de que los españoles, con la ayuda de los franceses, planean atacarnos, Yanito. Lo que no tenemos muy claro todavía es cuándo ocurrirá —nos confesó mi suegro—. Son muy importantes los datos que pudieras ofrecernos, sin exponerte, por supuesto.

—Cuente con ello —le aseguré, ante la mirada preocupada de Catherine.

Así fue como me convertí en una especie de espía. Parce ser que les serví de gran ayuda.

Los numerosos túneles que se han ido excavando a lo largo del tiempo fueron reforzados y, en ellos, guardamos los víveres de los que fuimos capaces de hacer acopio. También fueron habilitados como refugio y hospital para los casos de emergencia.

El 11 de julio de 1779, un intercambio de cañonazos marcó el comienzo del asedio al peñón. Los españoles eran conscientes de la dificultad de tomar la Roca al asalto, así que su estrategia fue la de rendir a los sitiados por hambre.

Pasamos dos años de privaciones, sometidos, desde el primer día, a un férreo racionamiento. Primero matamos a los caballos, luego a los perros. A los soldados se les ordenó que montasen guardia sin blanquearse el pelo, pues lo hacían con harina.

Mi querida esposa ayudaba sin descanso a los heridos y a la población más desfavorecida, que es la que reside en la Roca. Una noche, Catherine llegó a casa completamente agotada y asustada, con el rostro marcado por los surcos sucios que le había dejado el llanto. Apenas podía articular palabra.

—¿De dónde vienes? ¿Qué te ha ocurrido?

—Están ahí fuera, Yanito. Ayúdame a entrarlos.

En el suelo de la entrada yacían una mujer con un hijo de unos seis años y un bebé de pecho.

—Los encontré en la Roca, Yanito. Unos soldados borrachos pretendían violarla. Los aparté con furia. Les dije que era la hija del teniente Rodney y que tendrían que dar cuenta de semejante deshonor. Salieron a escape. El niño mayor le pedía con insistencia pan a su madre. Pero la pobre no tenía nada que ofrecerle. Así que dejó al bebé en el suelo y dio el pecho al otro diciendo: «¡Chupa hasta que me muera!». Debemos encargarnos de ellos Yanito.

—Lo haremos. Vivirán con nosotros.

A finales del verano de 1781 llegó a la bahía, esquivando a los barcos franceses y españoles, una flota inglesa al mando del almirante Lord Howe. Nos dejaron víveres y medicinas y evacuaron a parte de la población, comenzando por las familias más adineradas. Mi esposa, mis tres hijos y aquella madre con sus hijos, que habíamos decidido cuidar, estuvieron entre los afortunados.

No he sabido nada de ellos desde entonces. No sé cuál será mi destino a partir de ahora. Carlos III se ha rendido. Los ingleses continuarán en Gibraltar. De seguir aquí, podría dedicarme al negocio del tabaco y el algodón que nos llega de los ingleses y es muy valorado por las clases pudientes. Negocio de contrabando, pero a estas alturas me río yo de la moral de las autoridades.

Todo esto son divagaciones. Lo primero es encontrar a mi familia. Supongo que estarán en Inglaterra. Saldré en su busca mañana mismo. Eso es. Mañana. Al amanecer. A menudo me sobresaltan pesadillas en las que no logro encontrarlos.