Para que pueda ser, he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia.

(Octavio Paz)

De alguna manera se han grabado ustedes en mí; los otros. Durante este breve pasar, me he prendado de ustedes, los otros, y los recuerdo secretamente desde cada recóndito lugar.

Entre nosotros, han surgido colores y sabores comunes, aun cuando de niños nuestros mundos y palabras, nuestras señales y nuestros tiempos eran diferentes. Pero a la larga nos conocimos, y bailamos de alma, y compartimos sábanas y lágrimas al reconocernos desde lejos, estando en realidad tan cerca.

Esta cascada de sabernos, a veces nos quita el habla, a pesar de los aromas de tantos pueblos y costumbres, extrañas a nuestras particulares percepciones. Nos juntamos y reímos, cuando sobrepasamos los dobleces acumulados, de cerebro y tradición a que tanto nos apegamos por definición. Y nos desvanecemos en tardes de nadie, cuando como amantes nos fundimos en uno, o en noches largas de filosofías, donde nos ahogamos en palabras, pensando lo impensable. Juntos mirando lontananzas, desde balcones que miran hacia lagos encantados, o hacia bahías, donde los barcos esperan, para zarpar hacia desiertos y montañas, para trazar nuevas historias en la arena de la nada.

Esta casa está vacía queridos, solo nosotros estamos, con este miedo de cruzar nuestras fronteras de cultura y de forma. Aquí nos invaden augurios y memorias, en canciones, viejas y nuevas, en canciones olvidadas y recordadas, en canciones aun no cantadas. Mientras esperamos ser libres de nuevo y llamarnos desde el alma.

Y vendremos, desde las voces de las olas que nos arrullan en la orilla, y degustaremos la sal de nuestros cuerpos y formaremos algún binomio espontáneo, en lo que esperamos que el mar nos respire de nuevo, hacia adentro.

Mientras tanto, volamos en mentes, y nos olvidamos de los abismos profundos, donde nace esta bola del mundo. Y practicamos cada quién su artesanía. Esculpiendo los rostros de los otros, a nuestra semejanza, para llorar al saber en melancolía, que desconocemos la verdadera belleza de nuestras caras.

Y todo comenzó así, compartiendo pueblos desconocidos en las células del corazón de nuestro ser. Ritos desconocidos de judíos y fronteras norteñas, amalgamados con latino, asiático, europeo. Unidos en danza, desde el Congo hasta Beirut, desde Oceanía a Timbuktú, con estos temores de nosotros mismos, desde estos espacios tan definidos, donde sazonamos cada uno sus sabores, con diferentes ritmos.

De nuevo confluimos, como gotas de lluvia en la vidriera de un café, desfilando cada quien sus vestimentas, poses y sonrisas, en estas plazas, sin saber por qué. Pero continuamos el baile de alguna manera, reconociendo, que las estrellas brillan e iluminan la noche, y tampoco saben por qué.

Por eso mis recuerdos alternan entre los polos. Norte y Sur se unen en el ecuador de mi alma, integrando tantos momentos de fuego y deseo, de inspiración y desesperación de planificación, y de escapatoria a una isla perdida en el océano de la vida, donde como en los cuentos, viviríamos felices para siempre.

De alguna manera, sueño y rememoro a través de todos a quienes conozco de paso, o profundamente. Y solo me queda entonces, elevar y agitar mis brazos en el aire, en señal de una locura lunática sin luna, totalmente irracional, y decirles que presiento una catarata de humanidad nueva, el despertar de una nueva conciencia. Y puedo vislumbrarlo, sin saberlo a ciencia cierta, a través de esta oscuridad, que es la luz que surge de nosotros mismos.

Volvámonos cada uno el otro, gradualmente,
Intercambiemos, el sabor de nuestras mentes.
Y aprendamos, que el amor es precisamente,
convertirse en el otro, inevitablemente.