A la puesta de sol, Pablo y Antonio se sientan cada tarde en el malecón habanero cerca de la bocana del puerto. Pablo —un afrocubano alto y fuerte— y Antonio —tostado y bajito— fueron compañeros en la escuela primaria; Pablo es ingeniero —director de una fábrica de azúcar, Antonio es ingeniero jefe de mantenimiento en el Hospital Provincial de La Habana. Ahora, con los 40 años recién cumplidos, siguen siendo amigos. Observan el mar, unas noches rugiendo, otras calmado, mientras llega la noche. A veces, por la bocana entra o sale algún crucero con turistas.

—Me gustaría viajar, viajar y conocer mundo, como hacen los yuma1—dice Pablo.

—Te contaré que el otro día fui a pedir mi pasaporte a Inmigración —cuenta Antonio—. Salió una alerta en el ordenador y el policía me dijo que no me dan pasaporte porque «estoy regulado»2. Que primero tengo que abandonar mi puesto de directivo y luego esperar 5 años para que decidan si me dan el pasaporte. ¡Ni que yo tuviera secretos de estado!

—Eso es poco —replica Pablo—. Mi esposa Yamila, que es maestra de primaria como tú sabes, me explicó el otro día que una compañera suya se casó con un canadiense y luego fue a la embajada de Canadá a pedir visado de turista para visitar Canadá. Alguien se enteró en la escuela, la llamó el director a su despacho y le dijo que «con esas ideas no se puede ser maestra en Cuba». La despidió y la expulsaron del sistema educativo. Ya nunca podrá trabajar de maestra, recién encontró empleo como dependienta en un supermercado.

—Esto parece una cárcel —responde Pablo.

—Sí, una inmensa cárcel rodeada por tiburones.

Oscureció y cada uno se retira por calles sin luz hacia su apartamento en el cercano barrio de Habana-Centro.

Antonio entra en su edificio —una cuartería—, atraviesa el patio poco iluminado, algunos cables cuelgan por las paredes; sube a tientas las escaleras hasta el tercer piso. Unos chiquillos corretean en los pasillos. Ya en casa encuentra la cena preparada y se sienta a la mesa: arroz con frijoles como siempre, yuca con un huevo frito a veces: pocas sorpresas depara el menú de cada día. Agua para beber, agua hervida porque las canalizaciones están en mal estado y, aunque Sanidad desinfecta los depósitos de agua de cada casa uno por uno con hipoclorito de sodio, es necesario hervir el agua para evitar diarreas.

—Te contaré lo que me pasó hoy en la escuela —empieza Yamila—. Pregunté a los niños qué querían ser de mayores. Yanislady, esa blanquita que tiene 8 años y es hija del delegado del Partido, me respondió: «Yo de mayor quiero ser yuma». ¿Por qué?, le pregunté: «Porque los yuma tienen buena ropa y buenos zapatos, y yo los he visto comer en el paladar, comen carne y hasta espaguetis comen. Además, mi madre dice que quiere casarse con un yuma», insistió la niña.

La decisión fue tomada tiempo atrás, ambos viajarían con sus esposas Yamila y Pilar. Con los restos de una motocicleta y el ventilador de un auto construyeron un «motor fueraborda». En una cueva entre las rocas, Pablo y Antonio seguían acumulando maderas, bidones vacíos y cuerdas para construir la balsa3 que llevaría a los cuatro amigos hacia Miami, a 90 millas náuticas (167 km) cruzando las corrientes del golfo de México.

Pasaron los días y los meses; pasaron Obama, Trump y ahora Biden.

Al crepúsculo, cuando la ciudad se llena de sombras, Pilar —afrocubana y esposa de Antonio— camina hacia el malecón todas las tardes; se sienta en el muro con la mente perdida; observa el mar que va y viene, como cada noche. Por allí marchó su amado Antonio una noche de verano con los dos amigos. Juntos habían compartido penas y alegrías durante años; en el último instante sobre las olas bravas Pilar gimió: «No voy, no voy» ahogada en lágrimas.

—Marcharía contigo, pero no de esa manera— exclamó Pilar mientras lanzaban la balsa al agua.

La balsa era para cuatro, solo subieron tres: el otro asiento quedó vacío.

Pilar a sus 48 años aún no aprendió a nadar, sabe que hay tiburones en el camino y que también hay muchos tiburones con piel de conejo en tierras de Miami. Es abogada, dirige una empresa del Estado y ocupa un alto cargo en el Partido: nunca levantarán las restricciones para que ella pueda salir de la isla. La balsa se alejó muy despacio rozando las olas hasta perderse en la oscuridad de la noche. Marcharon Pablo, Antonio y su amiga Yamila. Pasaron días y meses. Luego marcharon sus primos; marcharon los amigos; marcharon los amigos de los amigos. ¡Marcharon todos! Esperó mensajes, señales, pero nada llegó. Pasaron los años, Pilar se sienta en el malecón cada noche mirando el mar con sus ojos negros y esperando noticias. Ya cansada, telefonea a su chofer privado que la lleva en su coche oficial hasta el Jazz Club, allí saborea una copa de vino tinto, sola, mientras suenan boleros. Mañana será otro día.

Muchas esperanzas, pocas mejoras. Antes faltó la carne, luego el pollo, ahora la harina y el pan; con esto de la pandemia faltan vacunas y faltan medicinas.

Es verano. Hace mucho que no llueve, el escaso viento trae aire seco, hace calor esta noche de julio. Al atardecer, Pilar se sienta como cada noche en el malecón, mirando el mar que va y viene; con sus delicados dedos moldea los rizos de sus cabellos. Hoy se vistió con camisa amarilla de poliéster y pantalón tejano elástico que una mula4 trajo de Guatemala y que le vendió caro en el mercado negro. Lleva 3 días sin apetito, y con esto de la pandemia come poco.

Sentada en el espigón, muy cerca de la bocana, alarga su mirada, sus grandes ojos negros, en el mar lejano, como siempre. Se oyen tambores en el Castillo, un breve silencio y un cañonazo: el rito que se repite cada noche; un cañonazo que avisaba del cierre nocturno del puerto y de las murallas en el siglo XVIII.

Hay luna llena. Afloja el viento, cae la niebla. Un objeto brilla sobre las olas, va y viene, parece acercarse flotando. ¿Será una botella? ¿Tendrá un mensaje? ¿Será para ella? La mar está muy rizada, como sus cabellos. Pilar corre hacia él, baja las escalinatas de piedra resbaladiza hacia las rocas punzantes, las olas golpean fuerte y le salpican la cara mientras dos policías de patrulla observan los extraños movimientos desde lejos. Pilar sigue bajando escalones a por la botella que salta sobre las batidas del mar rabioso. Se agacha en cuclillas para agarrarla, alarga un brazo sobre los rompientes, ya la tiene en su mano, una gran boca sale del fondo del mar y se traga a Pilar dejando un vacío y grandes ondas de espuma blanca. Los policías uniformados observan inmutables la escena; ambos mueven la cabeza comprendiendo, han visto muchos casos al anochecer.

Los policías se alejan despacio por el malecón habanero una noche de verano.

Notas

1 Yuma = extranjero. Así llaman en Cuba a los extranjeros, especialmente a los norteamericanos.
2 Estar regulado = tener prohibida la salida del país salvo firma expresa del ministro.
3 Ver tráiler de la película 90 millas.
4 Mulas: son las mujeres que viajan al extranjero y traen grandes fardos con mercancías para revender.