Las islas Canarias siempre han estado envueltas en un halo de misterio. Desde la Antigüedad clásica se han identificado con numerosos mitos y leyendas. Su situación geográfica única, su extraordinario clima y su singularidad han propiciado que fueran consideradas un territorio mítico y maravilloso.

Su ubicación en los confines de la tierra conocida les confirió en el mundo clásico un carácter enigmático y arcano. Las referencias a su existencia se remontan al menos al siglo V a.C., y al contacto que fenicios, cartagineses, griegos y romanos tuvieron con algunas de sus islas. El historiador griego Plutarco se refirió a ellas como «islas Afortunadas» o «Bienaventuradas».

Un paraíso terrenal

A lo largo de la historia se han relacionado con distintos mitos como el del jardín de las Hespérides, la Atlántida o los Campos Elíseos, entre otros. Confiriéndoles, de este modo, una dimensión fabulosa y de paraíso terrenal que ha perdurado hasta nuestros días.

Algunas de las leyendas de los aborígenes canarios, los guanches, se han transmitido por vía oral y también, a través de los historiadores. Relatos que describen la creación del hombre, la formación de las islas Canarias o el amor, valor y sacrificio de sus héroes.

La creación del hombre

Según estos mitos, al principio de los tiempos solo existía oscuridad y vacío. La luz carecía de sus brillantes colores y el cielo no se podía reflejar en el mar. El mundo era un lugar inhóspito y solitario hasta que Achamán, el dios supremo, creó los elementos y con ellos, toda la vida que pudieran albergar en su interior.

Desde las alturas se regocijaba al admirar las maravillas de su obra. A veces, descendía hasta las altas cumbres para observarlas más de cerca. Un día descendió sobre Echeyde (el Teide) y su visión de todo lo que había creado cambió de pronto. Una certeza acudió a él, tan clara como el océano que se extendía a lo largo y ancho de la tierra, bañándola con su blanquecina danza.

En aquel preciso instante comprendió que el extraordinario mundo que había creado no podía ser solo para él. Debía compartirlo con otras criaturas. Fue así, como creó a los hombres, cuya misión debía ser la de cuidar y proteger su grandiosa obra.

Achamán se convirtió en el padre de todos los hombres, que debían vivir en armonía con la naturaleza, poblando cada rincón de la tierra.

Guayota, el maligno

Tiempo después de estos sucesos, una terrible malignidad se cernió sobre todas las criaturas, como una sombra de mal agüero. El pesar y la desesperanza se había apoderado de todos.

En el interior de Echeyde, el volcán que había emergido del fondo del mar y desde el que Achamán solía contemplar el mundo, se hallaba oculto el infierno, donde moraba el demonio ancestral Guayota.

Aquel ser malvado había conseguido mediante engaños secuestrar a Magec, el dios del sol, encerrándolo dentro del volcán. La luz del mundo se iba apagando por momentos, mientras Guayota urdía sus sombríos planes. Ante tan oscuros designios, los guanches imploraron a Achamán su ayuda.

El mundo y sus moradores se sumieron en la oscuridad y en una noche eterna. Achamán acudió a ayudar a los guanches, enfrentándose a Guayota en un terrible combate, que hizo temblar la tierra. Del interior de Echeyde brotó un infierno de fuego y azufre. Las lavas se deslizaron raudas por laderas y barrancos hasta el mar.

En aquella noche perpetua solo se veía el cielo encendido por los fuegos que emanaban del volcán, que daban cuenta y razón de la encarnizada contienda que estaba teniendo lugar allí. Tras una larga lucha, Achamán consiguió vencer a Guayota, encerrándolo en el interior de Echeyde y taponando la entrada al cráter con un cono blanquecino.

Desde entonces, cuando los guanches oían tronar a Guayota en el interior del volcán, amenazando con escapar de su prisión, encendían hogueras. Así, si conseguía salir, al advertir el fuego, pasaría de largo, pensando que seguía en el infierno.

Magec, agradecido a los guanches por su ayuda, les confirió a las islas su luz única, bañándolas con un sol radiante y eterno, que las haría conocidas en cada rincón de la tierra.