El tiempo es el espacio entre la primera y la última imaginación.

(Meher Baba)

Adán y Eva estaban hablando en el Paraíso, «Si tan solo pudiéramos abrir esas puertas e irnos» —dijo Eva. «¿Pero irnos adónde mi amor?» —le replicó Adán. Eva insistió «Si tan solo pudiésemos abrir esas puertas e irnos». «Pero allá afuera solo hay enfermedad, dolor y muerte». —le contestó Adán. «Si solo pudiésemos abrir esas puertas e irnos», Eva insistió nuevamente.

(Nikos Kazantzakis, «San Francisco»)

Será que surgimos sin tiempo, de un Uno solo. Y que inspirados por el impulso de concebir belleza y amor, nos dispersamos en multitud por todas partes, en una búsqueda, entre saltos y música, de lo que siempre somos. Y que este amor imperceptible e inimaginable, vibra en cada pulsación de los campos energéticos, como un latido de corazones, a medida que la inconsciencia se va despertando, para abrazar el conocimiento del amor. Así vamos, en procesos y aposentos infinitesimales, construyendo espacios intergalácticos y desparramándonos en océanos de partículas, expandiéndonos en una contante explosión, vaporizados, experimentando el alcance de la nada.

Pero luego nos congregamos, condensándonos en planetas, y tropezamos, en átomos y moléculas, y de mano en mano con la substancia, nos organizamos en ramos y formaciones, abrazando el espacio entre nuestros brazos alargados, para buscarnos, para enredarnos, para amarnos en procesos de vida.

Y nos vamos formando en formas, configurándonos en densidad. Generando belleza, en rosas y mariposas, escenografías cósmicas, y lunas, que pueblan nuestras mentes y el espacio. Es tan natural, querer bailar el tango de la vida, porque es nuestro impulso desde el más allá; amar para fundirnos, estando ya fundidos.

Llega un punto en la evolución de nuestro reencuentro, a partir del impulso del Uno, donde nos vemos, nos reconocemos, y nos caemos por los ojos de los otros. Contrahechos de tantas pinceladas, nos ahogamos en la música de nuestras voces, recordando la dicha de la sonrisa de ser que florece en todos. Y permanecemos embelesados, en un espacio interior encantado, reflejando ternuras de luz de luna, de todas las gotas del mar sin orillas siendo Una. Paraíso, le llamamos a aquel momento de Uno en muchos.

Pero nunca lo supimos.

Porque nos escondimos el uno del uno, en el otro, entre tantos detalles de expansión y contracción, matices, tonadas, aromas, y sombras de la luz, acumulados como residuos en nuestro largo viaje de descubrimiento. Sí, nos escondimos de nosotros mismos, en los escombros, en los andamiajes, en los personajes imaginados de nosotros. Y desde ahí comenzamos a comunicarnos en el entre espacio inexistente. Porque en realidad todo era amalgama de Uno en el paraíso, pero olvidándonos de esa única desnudez, nos arropamos con cada cosa en vez de solo ser, decidimos jugar a ser ecos, en vez de voz, y en ser cacofonía diversa, reverberándonos en la resonancia de nosotros mismos, pensando que cada una era distinta y separada.

Adentro, siempre reteníamos un sentido de ser, y aún durante la ilusión fragmentada, hay siempre una premonición de algo muy cercano, pero indefinido, que se proyecta a veces, sutilmente. Un secreto.

Un muy oculto secreto, a voces. Lo sabemos porque no lo sabemos. De lo contrario no sería secreto. Un secreto a voces, manifestado todo el tiempo, y en todas partes, que surge como un río crecido desde adentro y se derrama como un océano desbocado desde afuera. En cada punto de tiempo y espacio, en cada florecimiento, en cada maldad, en cada nube, en cada amanecer, en cada duda.

Aparece, más allá de nuestros sentidos cerrados, y hace que sean el universo, los abrazos y las sonrisas. No hay una metodología para revelarlo, porque ya está revelado. No podemos regar la voz, porque esta se riega a sí misma. Se esconde en su propia manifestación. Para que así podamos, jugar a las escondidas, a los juegos de hambre y deseo, de búsqueda y encuentro. Buscándonos a nosotros mismos, cuando en realidad no hay nada más que nosotros mismos, en todas partes.

De hecho, no hay tan siquiera todas partes, ni siquiera un dónde, ni un cuándo, ni un nosotros. Solo existe ese secreto a voces, como algo que no podemos decir, y que todos sabemos —no sabiendo, para poder delimitarnos y jugar.

¿Que tenemos que usar una palabra para describirlo? Bueno, tratemos: energía, ser, dios, existencia, amor. Pero pienso que cualquier sonido, cualquier símbolo escrito, es solo un mito, porque el secreto no tiene nombre o identificación. El secreto es.

Así que continuamos el juego de escondidas del secreto, continuamos produciendo momentos de vida; dramas, comedias, música, dolores y dichas, locuras y corduras, mientras jugamos.

Ocasionalmente se asoma el destello de un resplandor, y se derrama como una fuente afuera y adentro. Y entonces cada punto se percata que él es el secreto, y el juego que jugamos es el secreto. Un secreto a voces, pero a la misma vez un secreto oculto que guardamos incluso de nosotros mismos.

Entonces cada momento se torna mágico y milagroso, aun disfrazado modestamente en ropajes ordinarios. La luz brilla cada segundo, las sinfonías del sonido compartido entre rostros redondos y ovalados con anhelos de eternidad, se sonríen en colores de arco iris, cuando nuestras presencias interactúan en el tiempo-espacio y comparten su luminiscencia de travesía y consciencia. Cada punto es entonces un universo manifestado, cada instante una proyección sublime, de la esencia del amor en potencia, expresándose a sí mismo.

Detengámonos ahora por un momento y veamos el resplandor de todo, de todos estos pensamientos y palabras entretejidos en concierto, mientras tratamos de entender, desde nuestro punto de vista propio, el significado de esta canción antigua. Mientras tratamos de escaparnos del asombro del entorno, volteando nuestra vista, cerrando nuestros ojos, escapando en secuencias de tiempo, en memorias de pasado y anticipaciones de futuro, que giran alrededor de nuestras agendas de personalidad.

Porque es, «ahora», ahora mismo, cuando podemos atrapar estas formas de música trazadas en el lienzo, que lo rodean todo. Todos anhelamos ese beso del conocimiento, ese estar despiertos por un segundo a la realidad de ser único y pleno. La inmensidad de vivir se revela en cada uno, mientras vivimos. Cada vez que nuestras galaxias se funden en sentimiento y ocasión, los universos se expanden, los corazones palpitan en ritmo, cuando reconocemos, y apreciamos, aun desde nuestra inconsciencia, la vastedad de cada momento que pasa. Cada vez que nos recreamos desde nuestros puntos de vista centelleando en el firmamento, en múltiples reflejos y apariciones de la belleza.

La risa, las palabras de orientación y ánimo, los mapas antiguos, las nuevas fronteras, el silencio, los mantras y la meditación, la conversación y los cuentos, las intimidades de quiénes somos, nuestras historias y trayectorias registradas en los diarios del pasar. Hombres y mujeres de todos los sabores y disposiciones, reflexionando y compartiendo lo que somos y podríamos ser, viviendo cada uno momentos extraordinarios, de los cuales somos testigos cada segundo si queremos. Recreando mundos de belleza, en imaginación y sensación.

Cada momento ordinario de la creación es de una magia extraordinaria. Son formas de música en risa y lágrima que nacen por doquier, mientras nos conectamos y cantamos esta canción antigua del Uno, que explota en nuestro interior y florece, cada vez que detenemos por un momento, este movimiento imaginario de día a día y nos inspiramos en la dicha de solamente estar en este ahora, que lo contiene todo.

El pasado es una interpretación. El futuro una ilusión. El mundo no se mueve a través del tiempo en una línea recta como si procediese del pasado hacia el futuro. El tiempo se mueve a través y dentro de nosotros en espirales continuos. La eternidad no significa el tiempo infinito sino la inexistencia del tiempo. Si tú quieres experimentar la iluminación eterna, coloca el pasado y el futuro fuera de tu mente y permanece dentro del momento de ahora.

(Shams -e- Tabrizi)