Vende tu inteligencia y compra perplejidad;
la inteligencia es mera opinión, la perplejidad intuición.

(Rumi)

Todo comenzó quizás de una manera muy sutil. O quizás, lo he imaginado todo, sin darme cuenta, en estos últimos tiempos del vivir. Es un trasunto de presencia, de algo que se asoma por todos los espacios. Me mira desde los otros, o yo la miro desde mí y pienso, que soy yo mirándome desde los otros. Se manifiesta a veces, al bajar un escalón, o al mirar una estrella. En ese instante parece que, se transparenta mi vida y circunstancia, a propósito, como para identificar brevemente la acumulación en gavetas desordenadas, de memorias acumuladas durante tantos años.

Aparece gente del pasado, como por arte de magia, como para amarrar cosas sueltas o desamarrar enredos. Y surgen momentos como para dar un poco de amor, a quienes siempre quisimos, pero en su momento no lo hicimos. Incluso, aparecen formas de seres nunca conocidos, como para balancear algo con la vida en general, que había quedado desajustado.

Y se sienten esas voces amigables, allá muy adentro, susurrando, aconsejando, con rasgos de humor y travesura, amor y hermosura, enseñando, enseñando siempre, a que uno no se caiga de la bicicleta, como tantas veces.

Y un secreto a voces canta en un silencio absoluto. Se derrama por los ojos de todos, en argumentos y lluvias de palabras, en silencios ocultos tras el mundo dormido, y en el universo majestuoso e inmenso, que alumbra, suena, gira, rebota, vive, evoluciona y canta todo el tiempo una canción antigua, que hemos olvidado, aunque siempre la estemos cantando.

A veces me da ansiedad, impaciencia y miedo, y otras veces solo siento ese canto lejano, ese resplandor tras bastidores, que irradia de todas partes de ese mundo interior, que danza en congregación de tantos puntos, de tanto entretejido de seda fina y excremento, de claros y oscuros. Todos juntos, formando un tapiz hermoso de posibilidad en carne, hueso y consciencia. Un tapiz de música y poesía, de manos de cariño y oportunidades y momentos de perdón. De vida.

Esto de ser, parece siempre estar dirigido, por lo que uno se cree que es, y por las acciones y reacciones ante los múltiples impulsos y momentos de la vida. Pero a veces, por razones que uno no entiende, surgen hiatos, unos espacios de ausencia, de ese uno que uno cree ser, pero sin embargo permanece la consciencia, sin ninguna identificación, ni agenda, solo un estar consciente.

Y a veces, pero no siempre, uno puede atisbar desde ese punto, el contexto donde uno estaba, cuando estaba atado a la identificación, y puede ver a los otros con los cuales uno habitualmente interactúa, ver el contexto que nos circunda, y todo parece como una película, como un sueño, particularmente cuando los otros se relacionan con uno, sin percatarse que uno está fuera de escena. En esos momentos, uno puede observar el raro fenómeno, de que parece que todo es en realidad, uno mismo manifestado en multitud.

¿Pero cómo explicarse eso a uno mismo, sí, a la persona que creemos ser y a los demás? No lo sé. Y me asusta como personaje identificado, perder la identificación y con ello quizás la esencia de ser. Pero sabemos a ciencia cierta, de las únicas cosas que sabemos a ciencia cierta, que todas las formas con las que uno interactúa se mueren, que los otros se mueren y que uno se muere. O sea que todas esas actuaciones y actores se desvanecen y surgen otros. Y que cada uno es muy particular. Que este vivir es un episodio pasajero.

Pero ese punto, cuando uno solo está siendo, que mencionara antes, está desprovisto de identificación y no tiene agenda ni tiempo, es solo es un estar consciente de estar consciente.

Y por eso, ahora no sé qué está pasando, pero escribo estas notas, como en antesala para aquellos que en algún momento se encuentren en alguna situación parecida, para decirles, que sí parece, que hay una confabulación en la fábula, un contar del cuento, algo muy hilvanado, a pesar de ser absolutamente inédito y espontáneo. Y, además, que es increíblemente extraordinaria y maravillosa, nuestra interpretación de personaje de la obra, y aparentemente esencial para el ser que solo es.

En un silencio tranquilo, a veces en la mañana, leo algunos mensajes de Meher Baba, y recuerdo a aquellos que conocí, que le conocieron y lo amaban, y lo seguían como a su propia vida, y siento que sus mensajes lo aclaran todo, y entonces siento, en esta antesala, que ese momento de transición, que marca el final de esta actuación como yo, inicia un entender no entendido, un abrazo sin brazos, un amor profundo.

Y por unos momentos ocurre un encuentro más allá de toda palabra y pensamiento.

El cursor se detiene entonces en la pantalla, los sentidos perciben el espacio/tiempo que me rodea, la mente siente y piensa en oleada continua. Y se me olvidan casi instantáneamente los momentos de ser siendo, en la distracción de estar aquí con estos documentos de identidad de cuerpo y personalidad.

Ay, cómo vuelan entonces los recuerdos, como pájaros en atardecer a la orilla del mar, sin rumbo conocido, solo vuelan, tantos momentos, tantas estrellas, angustias, deseos, frustraciones, alegrías, tanto corazón, tanta palabra. Se arremolinan todos invisibles, en los recovecos infinitos de la mente. Y se turba la calma, se avivan los fuegos con las brisas de lo que uno creyó ser, soplando sobre lo que todavía seguimos pensando que somos; este personaje transitorio experimentando estas intemperies.

Y allá van desechas, las calmas de la interfase, esa breve serenidad existencial. Arrastradas en torbellinos de recuerdos, en marejadas de sensaciones, referidas a este pequeño y maravilloso espacio temporal que ocupan nuestros egos en este vasto océano de universo.

Pero es en esos instantes de calma, que, de alguna manera podemos crear una resonancia entre nosotros, de esa esencia de ser íntima que reconocemos, en solidaridad y en existencia. Sí, es cuando compartimos el dolor, o cuando la dicha del otro nos inunda, o al juntos sentir la nostalgia y el asombro, ante ese amor misterioso y siempre presente que vive en nuestros corazones, solo entonces, que sin pensar ni analizar, nos damos cuenta de la verdadera belleza de la vida. Belleza que está, en ese amor siempre buscado y nunca perdido que es la raíz misma de ser, del ser.

Y a veces, cuando nos damos cuenta juntos, cuando nos sabemos juntos, hay una algarabía, en nuestros corazones momentáneamente despiertos, y bailamos en giros como átomos, electrones, planetas y ángeles. Bailamos la inmensa dicha de ese amor de siempre, que no tiene mengua, que se alimenta a sí mismo con la fragilidad que constituye su invulnerabilidad.

Uno tiene que descubrir, el océano interior de la dicha perenne, y liberarse de la dualidad limitante del yo y del tú, para revelar la fuente de la dulzura imperecedera que está dentro cada uno y en todos.

(Meher Baba)