El militar cuenta con un inmenso lunar en el rostro que de cerca se vislumbra como el lado oscuro de la luna. Él realiza labores administrativas en tiempos de paz y desconoce de guerras, pero debe batallar por levantar la autoestima. El comandante Caycho, se encuentra destacado en el cuartel fronterizo de más relevancia, existe cierta tensión con el país limítrofe, han surgido escaramuzas y los soldados están en alerta permanente.

Hay gente que valora demasiado la belleza estética, en él resalta una mancha facial y se ignoran sus cualidades como gente de bien. Podemos ver las caras, pero el corazón anda escondido detrás del esternón. Su lenguaje corporal, porte atlético y timbre de voz, todo en él proyecta masculinidad cuando viste el uniforme entallado. La grosería facial se contraponía a su inteligencia y como atracción de feria pueblerina, logra incitar curiosidad en las mujeres. Con timidez y sin atrevimiento sus chances de conocer féminas era como intentar cosechar entre pedregales. Cuando en el aniversario patrio se dio una fiesta en el club militar, asistió solo y cuando se bailaban rumbas, él, de reojo, envidiaba la suerte de los compañeros de armas. En la mesa los colegas departían con regocijo, pasos más allá, entre uniformados del vecino país, ojos femeninos lo observan, y logran distinguir un inmenso lunar que cubre medio rostro. Caycho bebió con moderación y fue el primero en retirarse.

En el cuartel los cocineros tardan poco en darse cuenta, luego lo hicieron los soldados rasos. Todos sentían que el rancho desmejoraba y refunfuñaban en silencio, pero no se atrevían a reclamar por temor a represalias. Después de los ejercicios de campaña y el esfuerzo físico el apetito se vuelve voraz y muy pocos logran saciarse. Trascurrió una quincena, luego otra, la situación desmejoraba a pasos agigantados. Carnes, verduras y bebidas, todos los rubros sufrían mermas en detrimento a una buena alimentación. La reputación del cuartel decaía. Los oficiales no lo habían notado, para ellos nada había cambiado. Caycho escuchó el rumor y se dispuso a hacer algo al respecto.

Todo empezó con una denuncia anónima, al investigar descubre que el general esquilmaba las provisiones de los soldados y de manera sistemática sustraía fondos del ejército. Sumergido en tareas administrativas, Caycho, a punto de graduarse de contador, audita la logística alimentaria y descubre una aceitada red de corrupción. Aun sin decidir que carta jugar, deja correr unos días, mientras resuelve que rumbo tomar. Como subordinado en la jerarquía militar conocía los peligros de hacer una denuncia pública.

Caycho no conocía el romance. En otros tiempos, al graduarse de alférez, sufrió un apasionamiento por una joven, pero luego de algunas salidas la relación se enfrió. Ella, que era muy asediada, se comprometió con otro. Sufrió la noticia y se concentró en su carrera militar, pero, aun así, nunca logró olvidar a Camila. Años después, cuando supo que su musa había enviudado, decidió ir al encuentro.

Cuando se enfrenta al general con pruebas fehacientes lo intentan sobornar haciéndole partícipe del latrocinio, al negarse, le ofrecen impulsar su carrera, tras sufrir otra negativa lo amenazan. Caycho no se dejó intimidar y respondió que sabría defenderse. Fue entonces cuando dio la media vuelta para plantear una alternativa, debía devolver lo sustraído o lo denunciaría. El general no respondió. Salió de la alta dirección enfrentado y ante la amenaza recibida pensó en protegerse. Se levantó al toque de diana para acudir a inspectoría del ejército, pero distraído en sus funciones, se demoró en concretar. El General corrupto movió sus fichas apurado, conocía lo que estaba en juego y las consecuencias y en un intento desesperado se deshizo de cabos sueltos. Caycho había sido neutralizado en una rápida jugada de ajedrez. Ambos lo tomaron como una victoria. Caycho no sospechaba a lo que se había expuesto y de lo que era capaz el general. Pronto los abastecimientos retomaron el cauce y de a pocos el rancho mejora para alegría de los soldados. Un tiempo indeterminado transcurre en paz.

Caycho se animó a escribir a Camila y deciden encontrarse. Ella no había tenido hijos y conservaba belleza y lozanía. Después de manejar un par de horas se presentó ante ella. Luego de un silencio prolongado, el dialogo empezó a fluir, ambos interesados en descubrir la vida del otro. Ella había sido feliz en el matrimonio hasta que se presentó el infortunio: la enfermedad y la muerte. Él no se atrevió a mentir y le contó su falta de experiencia, pero omitió un importante detalle. Quedaron en volverse a ver. Durante el tiempo que ella guardo luto él se comportó a la altura, era un caballero y algo lindo comenzó a florecer. Transcurrieron otras tres estaciones del año entre visitas esporádicas.

El general andaba sediento de venganza, su red había sido desmantelada y herido en el amor propio ya había decidido desquitarse, dejaría correr un tiempo prudencial. Usando su autoridad y jerarquía decidió castigarlo y recomendar su traslado a las antípodas, a cientos de kilómetros de distancia. Caycho había perdido su oportunidad y era sancionado de la manera más cruel.

Camila y él se citaron nuevamente. A sabiendas de que andaban escasos de tiempo ya sin pudor, ella lo invita a la intimidad. Caycho se inhibió y permaneció quieto sin moverse. Ella le confiesa su atracción y sentimientos. Fue entonces cuando sin mirarla a los ojos, le admite que era un virgo de siete lustros a la espera de ser desvirgado. Camila sin perturbarse tras la confesión y con un rictus extraño en el labio coge una mano temblorosa para llevarse los dedos a su boca mientras Caycho con un metabolismo acelerado se llenaba de saliva. Con sensuales movimientos se despoja de su lencería mientras él contempla las prendas íntimas anonadado. Ambos retozan en el lecho y Caycho que había leído Kama Sutra innumerables veces, lascivo y vigoroso, arremetía la boquita de abajo en un séptimo asalto de caballería. Fue tan apreciada su performance que Camila decide acompañarlo hasta el fin del mundo. Pero eso no sería necesario, él ya había decidido dejar el uniforme.