Los acuerdos mundiales para contrarrestar el cambio climático avanzan a cuentagotas, como quedó en evidencia con la COP-26 celebrada en Glasgow. No hay mayor optimismo de cara a las próximas reuniones y las previsiones sobre el futuro del planeta se tiñen de un pesimismo de paisajes de desertificación, pequeños estados isleños sepultados por el aumento del nivel de los océanos, gigantescos bloques de hielo flotando a la deriva, exterminio acelerado de especies de la flora y la fauna y un largo etcétera de catástrofes ecológicas y humanitarias.

La escritora y periodista española Rosa Montero, que ha incursionado en la literatura de anticipación como émulo de Philip Dick, creó la saga de la detective replicante Bruna Husky, que ya acumula tres entregas. En la primera (Lágrimas en la lluvia, 2011), ambientada en 2109, encontramos a Melba, una osa polar artificial que bioingenieros construyeron con reservas genéticas del ADN de sus antepasados desaparecidos definitivamente alrededor del año 2050.

La distopía, como antítesis de la utopía, es más que un recurso narrativo que busca vender exageraciones y mundos futuros catastróficos. A veces las predicciones literarias superan a las proyecciones científicas o, al menos, prefiguran escenarios donde valen también sus miradas sobre la evolución, o involución, de la naturaleza humana, sus pasiones y ambiciones proyectadas a héroes, o antihéroes, individuales, a la sociedad e incluso a los modelos políticos.

1984 de George Orwell, la novela distópica por excelencia, fracasó aparentemente en todas sus profecías, aunque sin duda el escritor británico no jugó a la lectura del porvenir, sino que más bien trazó la síntesis del nazismo alemán y el estalinismo soviético como una alerta contra los sistemas totalitarios y la anulación de la libertad y del ser humano. Sin embargo, para muchos observadores 1984 fue propiamente un «año orwelliano», donde recrudeció la Guerra Fría, los países pobres se empobrecieron más de la mano de la deuda externa y adquirió vigor el socavamiento del multilateralismo y la cooperación internacional.

Profético igualmente Orwell con respecto al advenimiento del Gran Hermano, que se instalaría pocos años después con la masificación de Internet, sin el rostro hosco e impenetrable del personaje de la novela, sino más bien tras la amable y filantrópica sonrisa de Bill Gates, que convirtió al computador personal en la versión consumista, pero igualmente dominadora, de las pantallas de vigilancia de 1984.

Orwell, fallecido en 1950, publicó la novela en 1949. Dos años antes, en los Estados Unidos apareció Más verde de lo que creéis (Greener tan you think), considerada otro ejemplo relevante de la narrativa distópica y además una de las primeras novelas ecologistas, en una época en que las temáticas ambientales no estaban en el centro de las preocupaciones como ocurre hoy. Precisamente la COP-26 y los otros esfuerzos infructuosos de la comunidad internacional por detener el deterioro del planeta, le dan una especial actualidad a esta narración escrita hace ya 74 años.

Su autor, Ward Moore (1903-1978), era nieto de un empresario judío-alemán emigrado a Estados Unidos. Escribió seis novelas, además de cuentos, críticas y artículos periodísticos. Su libro más difundido fue Lo que el tiempo se llevó (título original: Bring the Jubilee) de 1953, una narración ucrónica, o de historia alternativa, ambientadas en unos Estados Unidos donde la Guerra de Secesión fue ganada por el Sur. La traducción al castellano fue publicada en España en 1985.

Tal vez Moore influyó en otro de los ejemplos más notables de ucronía, la novela El hombre en el castillo, que Philip Dick publicó en 1962, donde el Eje ha triunfado en la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos está dividido en dos zonas de ocupación: Alemania en el este y Japón en el oeste, con una franja intermedia neutral y atrasada.

Más verde de lo que creéis ha tenido dos ediciones en español. La primera, en traducción de José María Aroca, fue publicada en 1977 por Acervo, una casa editorial catalana ya desaparecida, especializada en ciencia ficción, cuyas oficinas estaban sintomáticamente situadas en la calle Julio Verne, de Barcelona. En 1986, otra editorial catalana, Orbis, también desaparecida, publicó nuevamente la traducción de Aroca.

«Ni la vegetación ni las gentes de este libro son enteramente ficticios. Pero, lector, ninguna persona retratada aquí es usted. Con una sola excepción. Usted, señor, señorita o señora –sea cual sea su país o su situación– es Albert Weener. Tanto como yo soy Albert Weener». Este es el provocativo epígrafe con que se abre la obra y nos coloca ante su protagonista, que es a la vez el narrador en primera persona de Más verde de lo que creéis.

Se trata de un vendedor puerta a puerta de Los Ángeles, avecindado en el distrito de Hollywood, que acude un día a ofrecer sus servicios respondiendo a un aviso en la prensa. Se encuentra con J. S. (Josephine Spencer) Francis, una científica autodidacta, que ha desarrollado un «metamorforseador», un compuesto capaz de alterar la estructura básica de los vegetales y posibilitarles el aprovechamiento de los elementos naturales a su alcance para crecer sin necesidad de abonos artificiales.

J. S. Francis está convencida de que su invento podrá multiplicar la producción de trigo, maíz y otros alimentos aún en los terrenos más estériles para acabar así con el hambre en el mundo. Contrata a Weener y lo equipa con la bomba que contiene el «metamorfoseador», unida a tres metros de manguera, con la instrucción de que vaya a venderlo a las granjas de agricultores.

Pero a nuestro personaje eso le parece un trabajo excesivo e inútil. Opta por ofrecer el producto a los vecinos para que mejoren el césped de sus antejardines. Finalmente, llega donde la señora Dickman y tras hacerle notar el deplorable estado de su jardín y luego de un largo regateo sobre el precio consigue inocular el pasto con el compuesto. Y ahí empieza a desatarse la tragedia.

De la noche a la mañana, el césped se torna verde y vigoroso y no para de crecer. Con una voracidad incontrolada se traga literalmente la casa de los Dickman, que son rescatados en una operación de emergencia. Y así, va devorando la manzana, el barrio, luego la ciudad, más tarde se extiende por todo el país, cruza fronteras, ríos, zanjas naturales y artificiales, absorbe continentes, mares y no frena jamás su avance por todo el planeta.

En sus casi 300 páginas y seis capítulos el libro narra la incontrolable expansión de la hierba, contra la cual fracasan todos los recursos científicos y bélicos, desde lanzallamas, tanques, explosivos, bombardeos de sal y un sinfín de intentos. Todo esto en un caos permanente de cierres de empresas, agotamiento de petróleo, saqueos, violaciones, robos, especulaciones e incluso un rocambolesco intento soviético de invadir los Estados Unidos. No faltan las sesudas audiencias judiciales, los inútiles simposios científicos ni los fracasos de los gobiernos.

Weener, en tanto, no solo cobra fama como el involuntario iniciador del desastre, sino que esa misma condición le reporta ganancias que con ingenuidad invierte en la bolsa, en títulos de una empresa de alimentos concentrados, sumida en la decadencia. Un golpe de suerte, en medio de la progresiva debacle mundial, dispara la cotización bursátil de la empresa y nuestro ingenuo, ignorante y vanidoso vendedor se convierte en multimillonario, dueño de cadenas de fábricas e incluso de un periódico.

Una genialidad de Moore es haber retratado en su antihéroe a un self made man, dotado de intuición por todo lo que carece de cultura e inteligencia. El perfecto hombre de empresa, el gran burgués insaciable que ya en 1947 simboliza la razón de ser de las corporaciones: crecer incesantemente, comprar, invadir y absorber todo al igual que la hierba.

Todos somos Weener. La sentencia que abre el libro es una mirada escéptica sobre la naturaleza humana, porque nuestro personaje-narrador se desliza en su propia historia de la mano del autoengaño, donde proclama gestos de bondad que a la postre son trucos para mayores ganancias. Un personaje solitario, incapaz de amar, que en contados pasajes de la novela se subyuga por una misteriosa y hermosa mujer de apariciones fugaces, como un ángel.

Porque si el desierto invade la Tierra, será de la mano del egoísmo inspirador del lucro que lleva a relativizar el calentamiento global y a hacer fracasar las cumbres ambientales. Y este desierto también puede ser verde, como en la distopía de Ward Moore, cuando observamos la deforestación de la Amazonía para dar lugar a grandes plantaciones de soya transgénica, o la eliminación de bosques nativos en el sur de Chile reemplazados por coníferas que destruyen los hábitats de plantas, insectos, reptiles y mamíferos.