El recuerdo de mis primeros días de clases en la Escuela de Estudios Políticos y Administrativos (EEPA) de la Universidad Central de Venezuela (UCV) a finales de 1989 los guardo con especial cariño. La admiración por la hermosa arquitectura de Carlos Raúl Villanueva recibió un shock al toparme con un galpón deteriorado rodeado de rejas de gallinero, un jardín interno con el monte bastante alto y unas aulas oscuras llenas de zancudos y con un charco en medio de ellas por el aguacero del día anterior. Nos organizamos cómo pudimos y prestamos atención a las palabras de los profesores, ellos harían la diferencia. No niego el importante papel de la administración en general (Control de Estudios, la Dirección, el personal obrero, el famoso Frank (QEPD), etc.) y mis compañeros estudiantes para el desarrollo académico, pero quiénes realmente cambiaron mi vida fueron los buenos profesores que me enseñaron con su ejemplo y me presentaron a los grandes maestros de las Ciencias Sociales. Si algo estoy agradecido a la UCV es el haberme permitido consolidar la cosmovisión humanista y cristiana (sí, cristiana, aunque lo duden algunos), cuyos primeros pasos di junto a mi familia. Por esta razón, podemos atrevernos a decir que la universidad es el alma y consciencia de la nación.

En nuestra anterior entrega de esta breve serie en homenaje al tricentenario (22 de diciembre de 2021) de mi Alma Mater, nos dedicamos al valor de la universidad como institución y la experiencia de nuestro primer contacto con ella. Ahora queremos relatar algunas alegrías y experiencias relativas a nuestro pregrado. De los primeros profesores recuerdo al de Introducción a las Estructuras Históricas I: Carlos Gómez, quién era un uruguayo delgado y barbudo (se refería a su país como «la gran potencia del cono sur» dando a entender con la mano su pequeño tamaño), que me hizo pensar una vez más en mi vocación por la historia. Aunque los autores que recomendaba eran marxistas o de izquierdas (Eric Hobsbawm, Michel Vovelle, etc.), no quiso reducir la clase a ellos y me presentó al gran Francois Furet que era el más cercano a la visión politológica de la Revolución Francesa. Me enseñó a analizar el presente desde la perspectiva histórica, porque el presente era la caída del comunismo y todos estábamos fascinados y al mismo tiempo confundidos. A Carlos Romero le correspondió la cátedra de Introducción a la Teoría Política, que me dio a conocer los dos pilares de los estudios políticos en Venezuela: Manuel García-Pelayo (este último ya se encontraba bastante enfermo y fallecería en 1991) y Juan Carlos Rey (falleció en el 2020), y el dilema de la politología entre el arte y la ciencia. A las pocas semanas quise hacer un periódico para la EEPA que hablara de García-Pelayo y de esta forma me acerqué a su esposa: la profesora e historiadora Graciela Soriano, y desde ese entonces he sido su discípulo al estudiar el personalismo político venezolano.

La carrera tenía muchas asignaturas sobre historia o que de algún modo tenían una íntima relación con ella. Introducción a las Estructuras históricas 2 que era sobre Historia de Venezuela y Sistema Político Venezolano, las dictaron respectivamente las profesoras Helena Plaza y Miriam Kornblith ¡y fueron mis preferidas! La primera se centraba en la Colonia y el siglo XIX y la segunda en el siglo XX, la cual estudiamos con el apoyo de las lecturas en Teoría Política (García-Pelayo, Rey, Humberto Njaim –al que dediqué un artículo-semblanza– y el famoso manual de Sociología Política que llamábamos por sus autores: Dowse y Hughes) dictada por Leandro Area, Teoría del Estado (Max Weber, etc.), Historia de las Ideas (Nicolo Maquiavelo, Thomas Hobbes, John Locke y Jean Jacques Rousseau) explicada por Oscar Vallés que fue mi maestro en muchos aspectos y Sociología por Ornella Pellegrini (que fue mi madrina de graduación). Al coincidir la carrera con la crisis que se agudizó en el país a partir del Caracazo y que tuvo su año terrible en 1992 con las dos intentonas de golpes de Estado, las clases se convertían en verdaderas salas de debates. Pero la mayoría de los profesores, con ayuda de los autores que he señalado entre otros, guiaron las polémicas de manera que valoráramos el sistema democrático y la institucionalidad en contra del peligro de un retroceso personalista pretoriano. Nos volvimos grandes admiradores, por lo menos en mi caso, del Pacto de Puntofijo y la gran tarea de construcción nacional por parte de la Generación del 28 sin dejar de ser críticos con las desviaciones partidistas, populistas, rentistas y la ineficacia en el combate de la pobreza.

Otros profesores importantes fueron Henry Georget (con un seminario que se centró en las llamadas «Democracias Populares» de Europa Oriental que acababan de desaparecer), Alexander López (con un seminario sobre Educación pero que nos enseñó más sobre Literatura y Postmodernidad, y con el que aprendí el uso de las fichas para investigar), Ricardo Combellas (con un seminario sobre Democracia y Partidos Políticos, pero con el cual seguiría en contacto después de la carrera y trabajaría en la COPRE cuando el organismo estuvo bajo su dirección; y más adelante sería mi tutor en la Especialización de Políticas Públicas), Luis Salamanca con Movimientos Sociales Contemporáneos y Eloísa Avellaneda con Fundamentos de la Administración Pública (leyendo y leyendo a Allan Brewer-Carías). Psicología Social con Ricardo Sucre fue un gran reto de dominio de todas sus teorías y estaban otros profesores que no me dieron clases directamente pero que de algún modo aprendí gracias a conferencias, charlas o textos como es el caso de Ángel Álvarez, Diego Bautista Urbaneja y Andrés Stambouli, entre otros. Ruego disculpas por los que no nombré, pero espero que esta sea una primera entrega que intenta ordenar el peso formativo del pregrado en mi querida UCV. Todos me enseñaron los hábitos y valores de la vida académica, y son mis modelos a seguir hoy en día que sigo en la universidad.

También aprendí de mis compañeros de promoción e incluso de otros años, porque muchas de sus enseñanzas las sigo recordando y haciendo vida. Lo que discutíamos y compartíamos en los jardines de la UCV («Tierra de nadie», etc.) después o antes de clases, en la Plaza cubierta del Rectorado, en los balcones de la Biblioteca Central o los pasillos como el de Ingeniería repleto de libros; todo me cambió y todo es parte de lo que ahora soy. Tuve diversos amigos y amigas, pero dos se mantuvieron a lo largo del quinquenio: Emilio Useche (demócrata-cristiano y cinéfilo, gracias a él evolucioné ideológicamente y fortalecí la fiebre de las películas) y José Manuel Díaz (poeta y marxista, hoy parte del gobierno; pero de vida sencilla, no cómo otros). Ese primer semestre conocí a varios jóvenes que hacían política universitaria, por solo nombrar dos: Carlos Valero del MAS que me dijo una frase contundente ante mi espíritu gandhiano: «quien no tiene enemigos no ha hecho nada en esta vida» y, Rafael Punceles de la Democracia Cristiana Universitaria, organización a la cual me terminé uniendo no solo por Emilio sino por la nobleza que percibí en Punceles y porque se formaban doctrinalmente, siendo un buen ejemplo un conjunto de charlas que tuvimos fuera de la universidad con Rafael Tomás Caldera en torno a la Encíclica Gaudium et spes. Jesús Enrique Mazzei, politólogo veterano también seguidor de dicho ideario que conocí en esa época, hoy en día dedica parte de sus artículos de los jueves en El Universal a relatar la historia de la EEPA.

La UCV se terminó convirtiendo en mi otra casa al pasar todo el día en sus aulas y espacios. Su arquitectura y obras de arte me llenaban de paz y alegría, todo lo que aprendía en ella me hacía ver el mundo de una nueva manera. Me llenaba de esperanzas al soñar con un país transformado por todas las ideas que debatíamos. A los pocos años de graduarme las cosas no salieron cómo pensábamos, pero es un aprendizaje –aunque muy doloroso– para todos. Las lecciones no se han perdido y así como aquellos profesores nunca se rindieron, creo que nosotros tampoco podemos hacerlo. Muchas noches (o al atardecer) salía caminando hacia Plaza Venezuela por la puerta Tamanaco, disfrutaba ver la silueta del Ávila y los colores de las luces reflejados en la fuente de agua. En diciembre, al mirar a la montaña la Cruz encendida me guiaba.

A todos mis lectores y al WSI Magazine (en especial a Martín Bilbao) les deseo una Feliz Navidad y un Año Nuevo 2022 con mucha alegría y prosperidad.