El 16 de noviembre me llegó un cupón de 7 euros a mi teléfono para comprar un libro y unos días después me advirtieron que tenía que usarlo antes del 12 de diciembre. Esto me llevó a la librería, donde a menudo compro mis libros. Fui caminando y pensando en qué libro comprar. Pensé en la poesía, algo nuevo que no hubiera leído y que me fuera desconocido. Después, pensé en las novedades, la narrativa y al final, antes de llegar a mi destino, pensé que era mejor esperar y comprar algo nuevo, que no me fuese imperativo, pues para los libros que realmente deseo comprar hago el pedido por internet y, en esos casos, compro exclusivamente lo que conozco de antemano.

Observé las novedades, abrí algunos libros, me detuve a leer algo de Zygmunt Bauman sobre la sociedad líquida y encontré no lejos de allí, entre los ensayos, un libro sobre el concepto de «futuro» que partía desde los griegos con Esquilo y Sófocles, pasando por Henry Miller hasta a la encíclica de Papa Francisco Todos hermanos. Leí unas páginas y decidí comprarlo. Mientras volvía a casa pensaba en el concepto de futuro, que en muchos casos es escasamente reflexionado. El futuro como tendencias y probabilidades, el futuro que nunca llega. La visión apocalíptica de futuro, el futuro como misión y empresa. La linealidad en la proyección del futuro o el futuro abierto e impredecible o el maldito futuro que nunca llega o al llegar nos encuentra desprevenidos.

Existencialmente mucho de lo que hacemos encierra un concepto de futuro que puede ser más o menos «real» o «utópico». Durante esta pandemia, con todas sus variables, hemos aprendido a soportar un futuro incontrolable que nos llena de miedo. Recuerdo también los conceptos de futuro de las viejas ideologías que percibían la historia teleológicamente, persiguiendo su «realización» implícita en el presente como una superación de las contradicciones, usando una dialítica malentendida y que nos catapultaba hacia sociedades que nunca existieron. El futuro es además el espacio para realizar nuestros planes y sueños. En cierta medida vivimos en modo futuro y a pesar de esta dependencia, no sabemos qué significa e implica.

Hemos usado modelos de todos los tipos para anticipar los hechos. Hemos proyectado con márgenes de error no cuantificados, posibles escenarios y, sin embargo, el futuro se ha negado completamente a rendirse ante nuestros ojos. Al mismo tiempo, podemos planificar la siembra y la cosecha, anticipamos las estaciones con toda su circularidad y pensamos en las futuras vacaciones de verano y nuestros posibles viajes a la playa. Nos movemos entre la necesidad de saber, controlar y planificar, sabiendo, que esto es una imposibilidad en términos absolutos y que tenemos que aceptar las sorpresas.

Por otro lado, podríamos preguntarnos ¿Cuándo llega el futuro? Mañana, pasado mañana, en 10 o 100 años. Mientras más nos alejamos del presente más inciertas son nuestras ideas de futuro. En política se habla siempre de futuro, aunque no se lo mencione directamente. Cada programa político lleva implícito una visión de país y comunidad. Es decir, una propuesta de futuro, pero no hablamos de ellas, aceptándolas como una inesperada consecuencia. Preguntas como ¿Cuál es el impacto social de ciertas decisiones económicas que no son suficientemente discutidas? o ¿Qué significará para el mundo y nuestras vidas un aumento de la temperatura de 2 grados o que el nivel del mar suba 30 o 50 centímetros?

Volviendo al inicio, el cupón que recibí el 16 de noviembre me llevó a la librería y compré un libro que quizás no hubiera comprado. Detrás de este cupón hay un modelo de comportamiento humano y un perfil que hacen probable el efecto. Si uno compra libros con frecuencia, seguramente lo seguirá haciendo y si llevamos a esta persona a la librería el mes de diciembre es posible que compre también libros para regalar. En mi caso ha funcionado, pero como afirma Zygmunt Bauman en la sociedad líquida, ya no existen las grandes ideologías, que faciliten proyectos colectivos y hoy cada uno vive en su universo personal con su concepto de futuro no realizado.