No es de todos los días caminar por una calle construida hace casi tres mil años y lo más increíble, ¡que todavía mantiene el trazado original!: es “Spaccanapoli”, una de las tres vías principales de la antigua Neapolis, que dividía, tal como ahora, la ciudad entre el norte y el sur; en la actualidad da el nombre a todo este barrio, cuyos orígenes se remontan a los colonos griegos que se asentaron en esta zona allá por el año 580 a.C.

Y aunque curiosamente su estructura original ha cambiado muy poco, en los últimos años el barrio se ha ido transformando, según me cuenta Dario, profesor de castellano del Liceo Vittorio Emanuele II que nació, creció y trabaja en este barrio: “Hasta hace unos pocos años, este barrio tenía muy mala fama y la crisis había contribuido a su decadencia. Las antiguas familias de clase media se habían empobrecido, mientras la burguesía había emigrado hacia la parte alta de la ciudad”.

Mientras tomamos un estupendo café (que solo se puede probar en Nápoles) en uno de los locales de la plaza Bellini, frente a un socavón donde hace poco salieron a la luz los antiguos muros de la ciudad griega, Dario agrega que el barrio empezó a renacer cuando los hijos y nietos de esa misma burguesía que había emigrado empezaron a comprar, o simplemente volvieron a las casas de sus abuelos, las reestructuraron y dieron una nueva fisonomía al barrio. “Claro, una fisonomía más sociológica que urbanística", agrega.

El nombre de esta plaza se debe al compositor Vincenzo Bellini (autor, entre otros temas de la ópera Norma) que estudió en el cercano conservatorio San Pietro a Majella. Es mediodía y la plaza empieza a despertar: los cafés se preparan para las colaciones y de aquí hasta la madrugada ya no paran. Es constante el desfile de estudiantes de las cercanas facultades universitarias, lo que explica el hecho de que aquí nacieron los primeros cafés literarios, algunos de los cuales todavía existen.

Anochece y la plaza Bellini se anima: “Antes era sobre todo gay friendly, pero desde hace poco, menos de cinco años, se ha convertido en el corazón de la movida napolitana”, me explica Margherita de Blasi, joven responsable de redacción de la revista on line Eroica Fenice, habitual de la zona que está entrevistando a la gente para un reportaje sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.

“Antes la movida estaba en otra plaza, en Largo Giusso, donde está la universidad Oriental, pero poco a poco la gente empezó a encontrarse aquí en las noches. Es curioso, no sé decirte si el cambio fue porque la cerveza cuesta poquísimo, apenas un euro el vaso grande, o si cuesta poco porque viene tanta gente”, agrega riéndose.

De la plaza Bellini sigo por la calle San Sebastiano, antiguamente llamada “la vía de los instrumentos musicales” que aquí no solamente se vendían, sino que también se construían. Me llama la atención el negocio “Loveri” que funciona ahí nada menos que desde 1880. Entro y me encuentro con la señora Patricia, tataranieta del artesano constructor de laúdes que fundó el negocio.

Ella, que creció aquí “entre instrumentos musicales”, subraya, ha sido testigo del cambio del barrio, a su juicio no siempre positivo: “Han cerrado muchos negocios tradicionales, sobre todo de pequeños artesanos, y, por el contrario, han abiertos locales para comer. Y aunque nosotros, los napolitanos, inventamos el fast food con la pizza, ahora creo que se ha degenerado un poco, aunque escriban que en Nápoles es imposible encontrar pizzas que no sean buenas”.

La señora Loveri, “napolitana doc” como se definen sugiere que esta zona tiene que “sentirse” y acordarse de que aquí se camina “sobre la historia estratificada”, de lo que ya nos habíamos dado cuenta en la plaza Bellini.

Bajo un par de cuadras y me encuentro en la vía San Gregorio Armeno, donde casi no se puede caminar, ya que es mundial y tradicionalmente conocida como “la calle de los pesebres”, una sinfonía de colores, movimiento y fantasía, desplegada en los 500 metros de la calle.

Da la sensación de no estar caminando por la calle de una ciudad europea, sino por cualquier zoco; sin embargo, un “polichinela”, el personaje burlesco y deforme de las pantomimas napolitanas que corre, salta, y canta, acompañado de una pandereta y los gritos dialectales de vendedores y compradores, hace volver a la realidad: estamos en una calle de Nápoles, y en uno de sus barrios más característicos.

“Aunque por supuesto que la calle siempre ha existido, se puso de moda más o menos hace unos 20 años”, me explica Giulia Perretti, una joven señora que vive en las cercanías. “Y los artesanos fabricantes de pesebres siguen llegando y el barrio también va cambiando”, agrega.

Aunque las familias de artesanos de San Gregorio Armeno trabajan durante todo el año, la actividad propiamente dicha empieza en septiembre, después de las vacaciones del verano europeo. Desde ese momento hasta el 6 de enero, la calle no descansa nunca, ya que se trabaja día y noche. Porque aunque los pesebres van mucho más allá de cualquiera referencia religiosa, y por lo tanto siempre habrá compradores, “a pesar de la crisis, que se advierte y mucho”, según Annalisa Visconte, tercera generación de artesanos del pesebre, también hay que preocuparse de la competencia “de las figuras chinas o coreanas”.

Al final de San Gregorio Armeno está la Basílica de San Lorenzo Maggiore, lugar donde pernoctaba Petrarca cuando venía a Nápoles y donde Boccaccio habría encontrado a Fiammetta, protagonista de su famosa Elegia di Madonna Fiammetta. Pero lo interesante es el subterráneo de la Basílica, cuyas últimas excavaciones están abiertas desde hace pocos años: bajando apenas seis metros se retroceden “solo” cientos de años, ya que estamos en los tribunales de Justicia de la Nápoles medieval.

Seguimos bajando y aquí sí se han retrocedido dos milenios, con la ciudad romana, el característico trazado de sus calles y algunos negocios, entre ellos una lavandería con su tintorería adyacente, una panadería y el respectivo horno, un mercado, la “scola”, donde se reunían los profesores que enseñaban artes y oficios, un templo donde aún se ven los frescos que adornaban las paredes con el “rojo pompeyano” tradicional de la zona.

Como el paseo había dado hambre, había que buscar un restaurante, lo que no es problema porque en esta zona pululan. Y aunque como decía la señora Loveri, la pizza siempre es buena, en algunos lugares es mejor. La antigua pizzeria “I decumani” fue una opción excelente y no podía ser menos, ya que mis guías eran napolitanos “doc” que me hacían “sentir” el corazón de este estupendo barrio.

Datos del barrio

Para comer

Pizzeria “I decumani” (Via dei Tribunali 58): una pizza enorme y una cerveza a 15 euros, un precio más que conveniente. Es aconsejable reservar, pero no por teléfono, sino cuando decides que quieres comer ahí, te acercas y le preguntas al “Tío Gianni”, el propietario, cuánto hay que esperar. Hay que dar el nombre y uno puede seguir paseando tranquilamente hasta que le toque la hora de entrar.

Trattoria “Da Carmine” (Via dei Tribunali 330): pizza, pero también cocina tradicional napolitana a precios muy accesibles, a partir de 20 euros. Hay un buen vino de la casa.

Limoné (Plaza San Gaetano 72): degustación gratis de limoncello, que también se puede comprar. Aunque no lo preparan con los limones de Sorrento, sino con el “verdello”, que crece en los campos Flegreos, es también muy agradable.

Locales en Plaza Bellini

Bar Nea: abrió en el primer piso del local donde funciona la biblioteca de las facultades de letras de la Universidad Federico II, muy sugestivo porque la parte externa y las mesas están en la escala de la biblioteca, mientras en el interior hay una sala dedicada a muestras de jóvenes pintores y fotógrafos.

Café “Il Taschino”, uno de los bares más nuevos, abierto solamente en junio de este año, adyacente a la librería “Evaluna”. Una decoración juvenil y llamativa, excelente para un aperitivo, menos para cenar, me explicaban algunos estudiantes, ya que sus precios no son demasiado accesibles.

Café “Arabo”, ideal para los nostálgico de la once y no recomendable para diabéticos, ya que hay una oferta variadísima de dulces árabes y una buena selección de té. También se pueden comer platos de la cocina árabe con amplia selección de vinos….y por supuesto cerveza.

Café literario “Intra Moenia”, junto a las maestra y presentaciones de libros, es posible almorzar, o tomar un aperitivo, que en los últimos años se han puesto de moda en toda Italia.

Restaurat vegetariano “Il Sorriso integrale”, un buen restaurante “bio-vegetariano” (S. Pietro a Majella 6), ubicado en el patio de un antiguo edificio ofrece todas las verduras que uno se puede imaginar, preparadas en mil maneras, acompañadas con una buena selección de vinos o cervezas. No desilusona a los carnívoros impenitentes.

Bar “Lemme Lemme”, especial para un aperitivo con picoteo, sándwich, o enormes ensaladas. Para los aficionados al fútbol, en las salas internas hay un enorme televisor, pero solamente se prende cuando juega el club Nápoles, según me explica uno de los camareros.