Si lo que me había ocurrido tenía explicación, no podía ser otra cosa que magia. Fue un hechizo lo que me trajo hasta aquí y todo lo que antes me había sucedido era tan curioso como esto y estaba a punto de ser aun más curioso. Miré al cielo y la luna era menguante, alguien me observaba desde la ciudad y la góndola en la que viajaba se bamboleaba aburrida en las aguas mansas de la noche. Su conductor, llamado Polo, cantaba una suave y adormilada tonada que en vez de calmarme hacia crecer mis ansias.

Sin ninguna explicación de cómo había sucedido, yo llevaba un hermoso vestido veneciano blanco y dorado y delicados guantes a juego. La góndola atracó en una fondamenta solitaria y allí Polo me ayudó a bajar para luego entregarme una máscara de carnaval muy hermosa pintada a mano, me advirtió que nadie viera mi rostro hasta que me entregaran la llave al otro destino.

Caminé por las sinuosas calles sin dirección aparente y, con la incesante sensación de que alguien me seguía, miré a mí alrededor, pero nada a parte de las sombras de la ciudad seguían mis pasos apresurados. Pensé que divagaría para siempre en sus interminables callejuelas, pero mis pies sabían algo que aparentemente yo desconocía. El vestido era pesado y ya empezaba a respirar ofuscada.

Finalmente llegué a una amplia piazza donde el carnaval entretenía a la multitud llena de mascaras, música y licor. Un anciano de larga barba muy amable me ofreció un spritz que refrescó mi cuerpo y alma. Un joven tomó mi mano y me llevó donde muchas parejas bailaban. Yo no sabía que decir, pero algo me abstenía de evitar la situación. Bailamos al ritmo de Vivaldi y su sonrisa era lo único que podía ver, su rostro estaba oculto como el mío y aun así era tan encantador como irresistible. Su voz y el calor de sus manos me hacían casi imposible no intentar demorar el momento. La tonada finalizó y él solo me entregó un pequeño libro titulado El camino, señalando un suntuoso edificio que parecía llamar mi nombre al viento. Enseguida entendí que debía investigarlo. Eso era lo que estaba buscando. Busqué entre sus páginas viejas y algo escrito a mano decía: “Cuando encuentre su lugar, tu también lo harás”.

Al llegar, mis ojos apreciaron la más hermosa biblioteca que jamás hayan visto, donde el tiempo parecía detenerse y la sabiduría respirarse. Los frescos en el techo aparentaban tener vida propia y que de un momento a otro me atraparían. Sin darme cuenta llegué al pasillo que buscaba y allí, entre tantos libros, estaba el espacio que al mío correspondía. Irradiaba un tipo de energía milenaria, igual que un imán que se activa. Al colocarlo, fue como engranajes que hacen contacto y se ponen en movimiento después de una larga espera, una luz surgió de la nada y yo solo quería tocarla. El camino estaba abierto, miré sobre mi hombro porque un respirar que no era el mío me acompañaba y descubrí unos ojos extraños que desde mucho antes me observaban. Tuve miedo, me estaban siguiendo por alguna razón, así que me apresuré y toqué la luz con mis dedos y en un solo latido ya estaba tan lejos como esa luna caprichosa, como ese sueño al despertar.