En un instante se puede perder todo, para mí fue en San Petersburgo. Desde el otro lado del río, con lágrimas en los ojos, observaba la belleza de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, con aspecto dominante en la isla Záyachi a lo largo de la orilla del río Nevá. Al mirarla me llene de su entereza, respiré profundo. Quería volver a verla, pero esta vez con otros ojos, como si fuera la primera vez.

¿Cómo se podía estar tan triste en un día como ese?, con el sol calentado mi piel y con un cielo tan azul.

Hace unas horas todo estaba bien. Mi día empezaba como todo viaje a una ciudad nueva, con el corazón abierto y lleno de expectación. Pero tengo que explicar un poco más de por qué algunas lágrimas fueron derramadas al pie del río.

Debo decir que cuando llegue a esa ciudad me impresiono su arquitectura, todos sus puentes e iglesias, su cultura, su comida. Pensar que se alzó por el caprichoso deseo de un Zar: quería una ventana al mundo occidental, quería que su ciudad tuviera entradas al mar. A veces los deseos de unos se convierten en la vida de otros.

Quise darme un pequeño gusto y me aventuré a tomar una deliciosa sopa típica rusa llamada Solianka, que revivió no solo mi cuerpo si no mi alma. Más tarde, me dirigí sin retraso a mi cita prevista para ese día. Era en un salón de té muy secreto y casi imposible de encontrar por aquel que no debe llegar, "La grulla siberiana". Estaba decorado de manera extravagante y yo solo esperaba pacientemente sin dejar de picotear mi delicioso pan de miel. No sabía quién llegaría, pero sí que debía estar allí, a esa hora exacta en esa mesa y ordenar ese té con tan delicioso pan.

Para mi sorpresa, se sentó a mi mesa alguien que no esperaba: El conde. Casi me atraganto con el té.

-Pensé que te alegraría verme, dijo sonriendo.
-Y lo estoy -respondí con una ligera tos para aclarar mi garganta-. No esperaba verlo tan pronto.
-Las cosas que no se planean en ocasiones son exactamente las cosas que necesitamos, dijo mientras se giraba haciendo un gesto con la mano. El zafiro de su anillo era más azul y hermoso que de costumbre. Observé como un mesero atento a todo parecía saber exactamente lo que el conde quería.

Tragué un poco nerviosa, no estaba segura si tendría todo lo que él necesitaba.

-Esta ciudad ha perdido todo tantas veces, pero siempre se recupera otra vez, ¿lo sabías? Me observó plácido.

Busque en mi cartera la pequeña caja con las claves que hasta ahora había conseguido y un vacío se apoderó de mi. Empecé a sudar y sentí caer por un abismo. Las había perdido, no estaban ya en mi poder y no sabía como había ocurrido.

El conde me observó. Parecía saber todo lo ocurrido, parecía que esperaba ese resultado. Quise explicarle, pero solo me entregó una matrioska que el mesero había dejado sobre la mesa algo nervioso.

-A veces las cosas importantes en la vida requieren de pequeños sacrificios.

Me guiño el ojo, se levantó y se fue como había llegado, siempre misterioso, siempre con las exactas palabras que decir. Quizás no deba ver esto como una pérdida, quizás deba ver esto como una oportunidad. Porque muchas veces hay que perderlo todo, solo para volver a empezar.