La historia es curiosa y merece ser recordada. En tiempos, Sri Lanka no era famosa por el té, sino por su rica producción de café. Al menos hasta 1869, cuando un terrible parásito destruyó en poco tiempo uno de los principales recursos económicos de la pequeña colonia inglesa. Del desastre solo se salvó un terreno de menos de 80 hectáreas, en donde un inquieto escocés, gran conocedor de China e India, había cultivado algunas plantas de té. Se llamaba James Taylor. Sus experimentos botánicos despertaron la curiosidad de otros cultivadores y, en pocas décadas, Sri Lanka se olvidó del café y se transformó en uno de los mayores productores de té negro del mundo.

Los nuevos paisajes cingaleses se transformaron de bosques enmarañados tropicales a colinas ordenadas y limpias, dibujadas por plantas de té, de apenas un metro de altura y de color uniforme. Una de estas regiones centrales de Sri Lanka es el tranquilo y silencioso valle de Bogawantalawa, llamada también Golden Valley. Por la mañana, las colinas se reflejan en el lago de Castlereagh, atravesado por pequeñas barcas a remo que, por pocas rupias, transportan de una ribera a otra a los recolectores de hojas de té.

Nuwara Eliya es quizá el lugar más nostálgicamente colonial: una ciudad construida en las colinas más altas, a 1.890 metros de altitud, donde se produce lo que se conoce como el 'champagne del té'. En tiempos era muy frecuentada por los propietarios de las plantaciones, como atestiguan los palacios victorianos alineados a lo largo de las vías centrales, los espacios que huelen a moho y recuerdos del Hill Club (uno de los círculos más antiguos de la isla), y los ambientes, todavía hoy terriblemente snobs, del antiguo Golf Club, donde sólo se entra si se acepta convertirse en socio, aunque sea únicamente por un día.

Dicen que quizá sea el culto por las pequeñas cosas lo que fortalece la fe, y por ello, los cingaleses veneran numerosas reliquias sacras. Para comenzar, un diente perteneciente a Buda y custodiado en el Sri Dalada Maligawa (el templo del Diente) de Kandy. El único ser viviente que puede transportar esta minúscula reliquia es un elefante, un afortunado paquidermo venerado como un santo que trabaja solo una vez al año, con ocasión de la fiesta de la Esala Perahera.

Geográficamente, Sri Lanka es una isla verde y muy fértil, de una superficie similar a la de Eire, pero con 16 millones de habitantes más. Dedica mucha atención a sus parques naturales: en total, la isla cuenta con 15, siete de ellos tutelados por la Unesco. Uno de ellos es Horton Plains, famoso por su precipicio, de 800 metros de profundidad.

Hoy Sri Lanka se asemeja a uno de esos muchos estudiantes que se encuentran en los pueblos, en su primer día de clase: uniforme planchado y botas limpias, la cartera con algo de polvo pero muchos buenos propósitos apuntados en el cuaderno. Espera que los turistas vuelvan a llenar los antiguos templos de Dambulla, excavados y esculpidos en la roca hace más de 2.000 años, y se encaramen a la roca de Sigiriya, monolito solitario y silencioso en medio de la selva, donde un monarca caprichoso, hace 15 siglos, hizo construir su lujoso palacio. Otra curiosa historia que merece ser relatada frente a una aromática taza de té, en honor a James Taylor.