Cinco días trabajando en Fitur dan para mucho: vivir un evento desde dentro y así comprobar cómo trabajan unos y otros, hacer contactos y hacer de filtro también, comer y beber nuevos mejunjes o escuchar la misma canción una y otra vez sin descanso, como el dolor de pies.

Durante estos cinco días, Ifema se llena de gente, souvenirs y una ingente cantidad de información en forma de folleto, revista u otros insospechados formatos; de norte a sur atravesando cada pabellón, de derecha e izquierda. Hasta la más diminuta localidad está presente, inclusive aquellas que solo conocen aquellos paisanos que preguntan por curiosidad si hay algo del pueblo donde ellos, su tía o su cuñada se criaron.

Lo tradicional y lo exótico comparten espacio; desde los polvorones de Estepa hasta las delicias turcas de pistacho. Lo dulce y lo salado; desde Marruecos y sus guisos con deliciosas almendras hasta la paella valenciana que forma largas colas doblando la esquina.

Los tres primeros días son para los profesionales del sector, la visita de las autoridades y representantes de toda índole y, como no, la avalancha de medios de comunicación que buscan la foto, la chicha informativa, aquello que poder destacar. Un panorama bien distinto dibuja el público en general los dos siguientes días, que bien podrían catalogarse como las ‘Jornadas de recolección de merchandaising’.

Lo cierto es que, en determinadas ocasiones, la atención al público puede provocar incómodos dolores de cabeza o incluso urticaria. Y es que la sonrisa hay que mantenerla mientras uno se disculpa por no ofrecer pines, bolígrafos o calendarios como regalo; al parecer todos ellos cobran una especial importancia durante el evento, mucho más que esos libros de ediciones especiales que más de uno querría tener y que, por otro lado, también son gratuitos.

Como buen ejemplo de esta ‘fiebre del merchandaising’ puede verse en YouTube un vídeo, grabado durante la edición de 2007 de la Feria Internacional del Turismo de Madrid, en el que una estampida de gente deja vacío en un minuto un contenedor que portaba más de cien paraguas. Entre empujones y codazos y a grito de “que vergüenza” la gente consiguió llevarse paraguas para toda la familia.

Críticas a un lado, esta feria es una buena oportunidad para recabar información y conocer más sobre el próximo destino a visitar, planearse unas buenas vacaciones a un lugar que de otra forma no habría pasado por la cabeza de más de uno o simplemente abrir la mente el mundo sin necesidad de coger un avión.

Entre los mejores regalos que se ofrecen en estos días de intenso trabajo está el buen hacer de aquellas personas con las que se comparten experiencias, confidencias, bromas o simplemente momentos de agradecer. Se aprende, se descubre y se hacen buenos amigos o, en su defecto, conocidos.

Y es que esta feria, al igual que cualquier otro evento que se precie, no sería posible sin el duro trabajo que miles de profesionales llevan a cabo. Se mide todo al milímetro, se cuida cada detalle y también, por qué no decirlo, se solucionan asuntos varios saliendo al paso con tiritas.

Sería imposible resumir en estas líneas todo lo que en tan breve espacio de tiempo se condesa, pero una cosa si que se puede decir: porque no es lo mismo verlo que te lo cuenten, hay que ir a Fitur.