Hay muchos paraísos sobre la faz de la Tierra, y uno de ellos se encuentra en la linde norteña de la Península Ibérica: es la cordillera de los Pirineos. Mas no se trata de un Edén exótico, con playas doradas donde el sol retuesta la vida. Sus bellezas son otras, porque la entraña de la Tierra muestra en estos pagos la inmensa pujanza de su seno inquieto. Las convulsiones del ciclo alpino, iniciadas hará unos 180 millones de años, alzaron una masa de granito, pizarra y calizas que la erosión de los ríos y los elementos moldearon después con caprichosos perfiles; sobre este cincelado pétreo, el ser humano contempla, fosilizado, el rostro agónico de los procesos telúricos que dieron a luz al planeta.

Muchos siglos después de ese parto gigantesco, las vicisitudes históricas cuartearon tan opulenta naturaleza en marcas, condados y reinos de distintas lenguas, territorios que actualmente conservan sustratos culturales particulares. Uno de ellos es la comarca catalana de la Alta Ribagorça, en la provincia de Lérida, cuyo sector nororiental ocupa el Valle de Boí, punto de destino de este viaje virtual.

Los relieves de Boí se distribuyen en torno al río Noguera de Tor y afluentes, cuya cabecera presiden montañas que rondan los tres mil metros de altitud (Besiberri Sud, Besiberri Nord, Montardo, Tuc de Colomers). El valle ocupa unos 220 km2 de paisaje de montaña repujado de lagunas, arroyos, cursos fluviales y picos señeros donde la historia y la naturaleza se han aliado para ofrecer a propios y extraños un valioso tesoro cultural, artístico y ecológico, que ha merecido dos declaraciones de patrimonio de la humanidad —a su conjunto de iglesias románicas y a la tradición estival de las falles— y la creación de un parque nacional, el de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, todo lo cual, sumado a sus atractivos termalísticos, deportivos y gastronómicos, constituye actualmente uno de los polos turísticos más interesantes de Cataluña.

Un mundo pastoril

El Pirineo está habitado desde fecha inmemorial, hasta el punto de que se han descubierto en la cordillera restos de Homo erectus, homínido con medio millón de años de antigüedad. Muchos miles de años después, hacia el 1500 a. C., los pasos pirenaicos fueron transitados por la gran inmigración celta que se aposentó en la Península Ibérica. Y todavía mucho más tarde, aunque no se encontraba en una zona profundamente romanizada, el Valle de Boí ya fue conocido y transitado por los ocupantes latinos, que tuvieron noticia de la bondad de sus aguas termales.

Con respecto a estas tierras, visigodos y sarracenos mostraron el mismo desinterés colonizador que sus predecesores romanos. De ahí que Boí figure en la parva nómina de territorios españoles que no fueron ocupados por la invasión agarena de 711. Por el contrario, el imperio franco lo incluyó en el siglo IX dentro de su Marca Hispánica, vanguardia meridional de la cristiandad europea que agrupaba a los incipientes condados pirenaicos, entre ellos la Ribagorza. Territorios que más tarde se convirtieron en jurisdicción de la Corona catalanoaragonesa, constituida por el matrimonio de Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, con Petronila, hija de Ramiro II el Monje, rey de Aragón (siglo XII).

Mal comunicado con el resto de Cataluña y España, el valle quedó recluido durante siglos en una precaria economía pastoril de subsistencia, olvidado casi por completo por la administración del Estado español. Sin embargo, su excedente poblacional fue absorbido por el despliegue industrial del textil catalán, a finales del siglo XIX; como resultado de este proceso, sufrió una grave despoblación. Habría que esperar hasta las décadas de 1940 y 1950 para que las grandes obras hidráulicas realizadas en la zona aportasen nueva sangre a la demografía local... De nuevo mermada en la década de 1970, cuando las centrales hidroeléctricas del valle fueron automatizadas. Los movimientos migratorios de otro tiempo -sobre todo con destino a las ciudades de Barcelona y Lérida- se cernieron de nuevo sobre estos lares, avejentando progresivamente su población. Por suerte, poco tardó el turismo en aportar un nuevo revulsivo económico, presente tanto en invierno, con la estación de esquí alpino de Boí-Taüll, como en verano, gracias a la amplia oferta cultural, paisajística y de deportes de montaña y aventura ofrecida por el valle.

En la actualidad, el municipio de La Vall de Boí reúne los núcleos de población de Cardet, Coll, Durro, Barruera (cabecera municipal), Erill-la-Vall, Boí y Taüll. Según el padrón municipal de 2015 suma 1.004 habitantes censados.

Casa y fuego

En estas localidades contemplará el visitante la adaptación de la típica masia catalana (pronúnciese masía) al clima frío de la montaña pirenaica. Se trata de construcciones de planta rectangular, con muros de piedra —mampostería en las construcciones más humildes, sillarejo o sillar en las de mayor prestancia— que apenas horadan pequeños ventanas con batiente de madera. Los tejados se alzan a doble vertiente muy pronunciada, recubiertos por lajas de pizarra, un material pétreo que aparte de ser fácilmente manipulable ofrece buenas prestaciones de aislamiento térmico e impermeabilidad frente a lluvias y nevadas. En el interior, la estancia principal es el llar (hogar); allí se encuentra la cocina, en torno a cuyo fuego pasaban los antiguos montañeses las largas y frías veladas del invierno. La casa suele tener integradas las estancias auxiliares donde se guardan los animales (corrales, establos), los enseres de labor y el producto de la misma. También es frecuente la presencia de pequeños huertos.

Caminando por los núcleos históricos de los pueblos del valle contemplará el visitante antiguas moradas, pajares y corrales que conservan herrajes y balaustres de forja, detalles ornamentales en algunas ventanas, entibados de madera curtidos por el paso de las décadas, cubiertas de pizarra que han soportado incontables aguaceros y nevadas, pequeñas hornacinas con imágenes sacras... Todo ello acompañado por el olor de las brasas, que flota sobre el aroma a piedra húmeda de las calles.

Con los mismos materiales se construía la borda, cabaña más sencilla y de menores dimensiones. Las bordes aparecen diseminadas en las zonas de mayor altitud, generalmente junto a las zonas de pastos, y eran viviendas eran utilizadas temporalmente, cuando los pastores subían los ganados a la montaña.

En la llar de estas casas montañesas se cocinaban platos sustanciosos que hoy constituyen un importante atractivo para los visitantes del Valle de Boí. Las legumbres, las hortalizas, los embutidos, la carne de cordero y la caza mayor y menor son los principales ingredientes de esta cocina montañesa, entre cuyas especialidades tradicionales figuran la escudella (potaje de lentejas), las menestras de legumbres, la cazuela leridana (potaje de patatas, tocino, caracoles, tomates y cebollas), la perdiz con coles, la sopa de Festa Major (que incluye jamón y gallina), los asados de cordero, la trucha con picadillo de cebolla o al rescoldo y el civet de caza mayor (un estofado que incluye la sangre del animal cocinado, por lo general venado o jabalí). Condimento muy apreciado es el allioli, salsa espesa de ajos y aceite. Sin olvidar el sabroso pa amb tomaquet, pan —que puede prepararse levemente tostado— con tomate restregado, aceite y sal; ni la trucha, asada con nueces o salsa de almendras.

Los embutidos locales alcanzan gran calidad: baste citar la butifarra dolça (especie de salchicha de cerdo condimentada con azúcar), el espetec (o fuet, embutido delgado y muy curado, similar por su sabor al salchichón) y el bull (butifarra de gran grosor).

Otro producto de general difusión es la seta, que en estas comarcas brota en distintas variedades e incluso cuenta con una feria propia en el valle, en el mes de octubre. Puede prepararse a la brasa o en guiso, como acompañante de las carnes.

El peso de la tradición

Las gentes de Boí miran al futuro con esperanza, avalados por el desarrollo de la industria turística local, mas no por ello olvidan sus raíces culturales, en las cuales, todo sea dicho, descansa buena parte de la atracción que el valle ejerce sobre los foráneos. Buena prueba de ello es el celo con que cuidan las expresiones etnográficas heredadas de tiempos pretéritos.

Hitos estelares de la Semana Santa local es el Vía Crucis de Barruera (Jueves Santo), representación con vestidos de época que recrean la marcha de Jesús hacia el Calvario y su crucifixión. El elenco de actores está formado por vecinos del pueblo.

Llegado el solsticio de verano tiene lugar la fiesta de Les Falles, presente en toda la Alta Ribagorça. Se rastrea su origen en cultos solares precristianos, y algunos antropólogos las han relacionado con ancestrales ritos de paso de la infancia a la edad adulta. Días antes del solsticio se selecciona un pino de considerables dimensiones en un lugar elevado. El árbol será cortado y partido en grandes estacas. La noche de la celebración, los hombres toman los maderos, convertidos en teas ardientes, y descienden en procesión hacia el pueblo, formando una serpiente de fuego sobre la ladera de la montaña. Finalmente, las teas son depositadas en las plazas de las respectivas localidades, en una gran pira en torno a la cual se celebra la fiesta, con cantos, comida y bebida. Les Falles tienen lugar en fecha variable: la noche del 15 al 16 de junio en Durro; del 23 al 24 en Barruera y Boí; del 6 al 7 de julio en Erill la Vall y del 13 al 14 del mismo mes en Taüll. El 30 de noviembre de 2015, la Unesco incluyó esta fiesta en su Lista Representativa del Patrimonio Cultural de la Humanidad, en calidad de Patrimonio Inmaterial.

Taüll conserva los balls (bailes) Pla (Plano, una suerte de jota montañesa) y de Sant Isidre (de San Isidro), que se interpretan con motivo de la fiesta mayor local, el tercer domingo de julio. Tras estas danzas, los hombres forman una torre humana, la pila, con la singularidad de que el individuo que ocupa su parte superior pone los pies en alto.

Quienes sientan curiosidad por los trajes, enseres y en general la vida montañesa de otros tiempos tienen una visita recomendada en la Fira del Bestiar (Feria de Ganado) de Barruera, el último fin de semana de septiembre. Aparte de la exposición y venta de ganado del valle y de artesanía tradicional comarcal, hay muestra de oficios antiguos del valle.

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