Entre todas las galas del Valle de Boí, muchos son los que sin duda prefieren el Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici (Aigüestortes y Lago San Mauricio), joya natural con la que concluye esta serie de artículos.

Creado en octubre de 1955, las más de 10.000 ha del parque disfrutan de la máxima figura jurídica de protección de la naturaleza vigente en el Estado español. Su geografía se divide en dos sectores bien delimitados, divididos por la sierra de Crabes y el macizo del Portarró: la zona oriental, integrada por los altos valles de los ríos Escrita y Peguera, incluido el lago de Sant Maurici, la montaña de Els Encantats y los valles laterales de Monestero, Subenuix y Ratera; y la de poniente, que conforman la cuenca alta del río Sant Nicolau (hasta el lago Llebreta) y los valles tributarios de Sarradé, Llacs, Morrano, Dellui y Contraix. Cada una de estas particiones posee una personalidad paisajística propia: si la cuenca de Sant Nicolau se caracteriza por una geomorfología más serena, donde tienen cabida, al pie de los cantiles acerados, altiplanos y prados que durante el deshielo se convierten en marismas, el valle del río Escrita resulta más abrupto y además posee un gran lago de montaña, el estany Sant Maurici. Las cotas mínimas del Parque se sitúan en torno a los 1.600 m-1.700 m; la cota máxima viene definida por la Pala Alta de Sarradé y el Pic de Peguera, ambos con 2.982 m. Entre ambas se yerguen otras cimas de altura más que considerable, próximas a los 3.000 m como son los pics (picos) de Els Encantats (2.749 m), Bassiero (2.903 m), Gran Tuc de Colomers (2.931 m) y Subenuix (2.949 m).

Una orografía épica

Los valles de Sant Nicolau y del Escrita están surcados por los ríos homónimos y sus afluentes. Son cursos de corriente caudalosa, pero no siempre consiguen domeñar la fuerte constitución granítica de algunos roquedos, imposibilidad que los aboca a despeñarse en espectaculares saltos y cascadas, verdadera delicia para las pupilas del visitante.

Rasgo característico del parque es el modelado de sus altos valles. En los albores del Pleistoceno, hace dos millones y medio de años, la primera glaciación congeló la práctica totalidad de Europa y depositó inmensas masas de hielo sobre las cordilleras. La presión debilitó la estructura de los roquedos inferiores, cuyas zonas menos compactas acabarían sucumbiendo a su empuje; el hundimiento horadó valles con perfil de artesa, en forma de letra «U». Las masas graníticas, de mayor solidez, resistieron con entereza la presión de los glaciares, pero al precio de verse horadadas por un tropel de simas en cuya cubeta se aposentan hoy pequeños lagos sobre los que se refleja la belleza salvaje de las cumbres.

Lagos, los hay a centenares y de variadas formas en el parque nacional: redondos, oblongos, accidentados, con penínsulas e islotes... Incluso de colorido diverso. La tendencia general, empero, se inclina hacia el perímetro circular y de gran profundidad en las zonas situadas sobre cotas alpinas, caso del circo de Peguera, y más bien alargados y superficiales cuando se asientan en el lecho de los valles, como el propio lago de San Mauricio.

En nuestros días, las lluvias protagonizan la acción de las fuerzas erosivas: infiltrada su agua en las rocas, se congela bajo la acción de las bajas temperaturas, provocando la fractura pétrea con su súbito aumento de volumen. Los fragmentos de roca —en ocasiones, de tamaño monumental— se deslizan ladera abajo hasta aglomerarse en los márgenes y fondos de los valles. Estos hacinamientos de material rocoso se denominan morrenas, otro elemento paisajístico de presencia común en el parque.

La vida en las alturas

La altitud generalizada del terreno influye de modo sustancial sobre un clima caracterizado por los inviernos largos y gélidos, prolongados prácticamente desde octubre hasta abril e incluso mayo. En las cotas superiores a los 2.000 m se verifican heladas durante todos los meses del año; superada la cota de los 2.500 m, las temperaturas medias invernales caen por debajo de los 0ºC, alcanzando mínimas de -30ºC . Los veranos son frescos, con registros térmicos diurnos raramente superiores a los 25ºC, que descienden notablemente una vez llegada la noche; esta bonanza atrae a muchos visitantes estivales que huyen del calor de sus pueblos y ciudades.

Las precipitaciones pueden calificarse de intensas. Uniformemente repartidas a lo largo del año, los meses de menor pluviosidad son junio y octubre, aunque el descenso de índices no implique que ambos sean, ni de lejos, una estación seca. Entre noviembre y abril, las bajas temperaturas convierten en nevadas las precipitaciones invernales; eventualmente puede nevar también en verano, bajo condiciones atmosféricas de gota fría. Otra peculiaridad de la climatología local estriba en las repentinas tormentas con gran alarde de aparato eléctrico que pueden desatarse en cualquier época del año, pero sobre todo entre los meses de julio y agosto (una media de seis o siete al mes). Por ello, excursionistas y montañeros deben informarse sobre las condiciones meteorológicas antes de planificar sus actividades

Las diferencias de altitud hacen que la vegetación del Parque y aledaños se presente muy estratificada. Entre los 1.000 y los 1.700 m se extiende el piso montano, donde hacen su aparición las robustas especies caducifolias (pierden su hoja durante el invierno: roble, fresno, haya, avellano y abedul), junto con especies de hoja perenne (pino albar, que presenta abundante musgo en las zonas de umbría, y el abeto). En el valle de Sant Nicolau, bosques mixtos de roble y pino albar con sotobosque de piorno ocupan las solanas (laderas cuya orientación expone a la insolación); sobre las umbrías (laderas no insoladas) crecen densos pinares. Junto al lago Llebreta se extienden masas forestales mixtas de haya, avellano, fresno y abeto. Las simas de los valles, a la vera de los ríos y arroyos alojan zonas de pastos cercadas por avellanos y fresnos.

Una vez superados los 1.700 m y hasta el límite de los 2.300 m (piso subalpino, o de montaña boscosa), el abeto se convierte en amo y señor del monte (por ejemplo, en las laderas de los estanys Llebreta y Llong); le acompaña cual acólito el pino negro, con el que llega a formar algunos bosques mixtos (Riufred, Les Raspes). A sus plantas echaron raíces arbustos como el rododendro (si se trata de umbrías) y el enebro enano (en la solana). Los claros del bosque dejan lugar a prados de alta montaña poblados por distintas variedades herbáceas.

Por encima de los 2.300 m se extiende el piso alpino. En sus gélidas alturas, de paisaje lunar, desaparece el arbolado salvo algún pino chaparro y convulso al que la escala evolutiva ha convertido en verdadero robinsón. A la vera de los lagos de origen glaciar, entre los roquedos crecen el rododendro, el enebro enano, la turbera... Especies arbustivas que se aferran al escaso terreno cedido por el granito y dependen de ciertas condiciones ambientales (composición del suelo, humedad y nivel de insolación).

En otro tiempo, estos valles pirenaicos fueron hogar de dos animales legendarios, acosados por el hombre durante siglos y hoy finalmente protegidos: el oso y el lobo. El segundo se extinguió en Boí hace más de cien años, el primero aún campaba por estos pagos a principios del siglo XX y vuelve a hacerlo en la actualidad, tras su reintroducción en el Pirineo Catalán (1996). Otras dos especies de singular valor ecológico habitan en los bosques subalpinos del parque: el urogallo, prácticamente extinguido en toda Europa, y la lechuza de Tengelmann (o mochuelo real), ave autóctona desconocida hasta el año 1983, fecha en que por primera vez fue avistada en estos bosques. En las copas de los árboles anidan el carbonero garrapinos (muy abundante), el herrerillo capuchino, el verderón serrano y el pito negro; sin olvidar una elegante rapaz, el azor. La espesura es morada del corzo, y también del zorro, que a menudo trepa hasta altas cimas para rapiñar los restos de alimentos que dejan los montañeros. La marta, mustélido y carnívoro, merodea igualmente por la umbría del bosque. Las grandes rapaces han convertido en atalaya y nido los roquedos superiores a estas florestas subalpinas: el buitre común, el quebrantahuesos (otra especie prácticamente erradicada de la fauna europea) y la imponente águila real de pelaje bermejo y reluciente, casi dorado, planean por los cielos del parque en busca de presas. Otros habitantes de los cantiles son los cuervos, las chovas piquigualdas de canto estridente y el treparriscos, curioso pájaro de alas carmesíes.

Los prados alpinos dan cobijo a la perdiz nival (curiosa ave, superviviente de las glaciaciones del Cuaternario). La gamuza (o sarrio), bóvido salvaje de cuernos breves y poderosas extremidades, alterna su paso por las praderías, donde baja a pastar, con sus equilibrismos de saltimbanqui sobre el roquedo. Mucho menos espectacular pero sin duda atractivo es el armiño, pequeño carnívoro que comparte el hábitat del sarrio; la particularidad de este mustélido estriba en su mudable pelaje, pardo en estío y blanco durante los meses invernales. También debe reseñarse la presencia de la marmota, otra especie repoblada. Entre las hierbas repta —hasta alturas de 1.800 m— la culebra lisa europea, vecina siempre de los manantiales; y en las zonas más soleadas, también junto a manantiales y cursos de agua puede aparecer la grácil culebra verdiamarilla. Ambas son inofensivas para el hombre. No así la víbora áspid, refugiada en bosques y roquedos incluso por encima de los 2.500 m; su mordedura es venenosa, aunque difícilmente letal.

Los lagos y arroyos del parque alojan dos especies de anfibios muy corrientes en todo el Pirineo: se trata del tritón pirenaico, animal de simpática cola y, por cierto, endémico de la cordillera, y de la rana bermeja. Las truchas común e irisada —esta de reciente introducción— y el foxino común nadan a sus anchas en estas aguas fluviales.

Son todos estos los únicos habitantes estables del espacio protegido, puesto que no existe ningún núcleo de población dentro de su perímetro (las condiciones climáticas resultan harto inhóspitas para los seres humanos). Sin embargo, esta ausencia no ha implicado nunca abandono. Desde antaño, estos valles fueron utilizados para actividades tradicionales como la explotación maderera (hoy prohibida) y la ganadería, en sus ramas bovina y caballar, subsistente bajo estrictas normas de conservación ambiental. En junio suben los rebaños a los pastos de alta montaña (cada una de las localidades circundantes tiene asignada una zona de pastos), donde sus bestias permanecerán hasta la llegada del otoño, cuando vuelve el ganado a sus corrales, el hombre se recoge y la imponente naturaleza observa, satisfecha, la reproducción de sus ciclos vitales.

Parajes imprescindibles

La visita al parque nacional tiene lugares de especial predicamento como el Pla d'Aigüestortes, un llano oblongo que convierten en marismas de alta montaña las lluvias y el deshielo, tras desbordar el estrecho cauce del río de Sant Nicolau. Bajo la fronda de su bosque de ribera (álamos, sauces) serpentean las corrientes de agua transparente, aquí y allá surcadas por el simpático tritón.

Cercano queda el Pla d'Aiguadassi. un altiplano rodeado por circos glaciares, cuyos flancos aparecen cubiertos por un impresionante ejército de morrenas. Entre tales formaciones pétreas se tiende una vasta zona de pastura, secularmente aprovechada por los ganaderos ribagorzanos y aún ocupada en verano por rebaños de vacas y caballos. Las bestias —entre las que no faltan, en verano, ternerillos recién nacidos— ofrecen un espectáculo de lo más bucólico.

El estany Llong (en castellano, lago Largo) se halla pasado el Pla de Aiguadassi, y se alcanza caminando entre un frondoso bosque mixto de pinos y abetos. Su cubeta ocupa el fondo de una hoya glaciar, cual extraordinaria explosión de colorido bajo un paisaje hosco y gris de cantiles pelados. A su margen nació un prado hospitalario para el visitante.

Desde el refugio del estany Llong se asciende hasta el estany de Dellui, situado a 2.349 m y atravesado en su interior por una lengua de tierra que alcanza su centro. En derredor se alzan paredes que parecen talladas a cuchillo, así como las cimas de las Agulles de Dellui (noroeste), el Tuc de la Montanyeta (noreste), la Collada de Dellui y el Pic de Dellui (sureste).

Al pie del macizo del Besiberri se encuentra otra laguna de belleza agreste, el Estany Negre, encajonado en el fondo de un embudo que clausuran paredes graníticas de porte arrogante. Sus aguas oscuras le dan nombre. Se trata, además, de la laguna más profunda del parque (35 m).

El mayor conjunto de lagos alpinos del espacio protegido se encuentra en la gran hondonada glaciar del Circo de Peguera. Sobre el conjunto se alza la silueta señera del Pic de Peguera (2.984 m), acompañado por el Muntanyó (2.708 m), el Mainera (2.906 m), el Tuc de Saburó (2.908 m), el Monestero (2.878 m), el Fonguero (2.883 m) y el Pui de Linya (2.868 m).

El Portarró d'Espot, paso de montaña entre los dos sectores del parque, constituye el vértice natural a cuyas laderas nacen los ríos Sant Nicolau y Escrita, además de magnífica atalaya para una visión panorámica de este majestuoso enclave pirenaico. La ascensión de sus 2.428 m no ofrece ninguna dificultad especial; toda persona con medianas condiciones físicas puede afrontarla, pero debe saberse que el trayecto resulta especialmente duro algunos días estivales, debido a la fuerte insolación.

Finalmente, no puede omitirse la visita al estany de Sant Maurici. Su imagen es una de las más reproducidas y apreciadas de todo el Pirineo meridional. De origen glaciar, el perímetro oblongo del lago quedó excavado en la confluencia de las cuencas de los ríos Ratera y Subenuix. Como impresionante puede calificarse su marco orográfico: un anillo de crestas aceradas, aquí y allá salpicado por neveros permanentes; ladera abajo, cual tropa sedienta descienden formaciones de abetos, hayas y robles que alcanzan las márgenes lacustres.

Especial prestancia adquieren las dos agujas agrestes de la montaña de Els Encantats (Los Encantados, con 2.745 m), que proyectan su sombra regia sobre la orilla sur del lago. Una leyenda los identifica con dos rústicos avariciosos, que cierto domingo descuidaron sus obligaciones piadosas para ir a trabajar junto al estany. Quiso la ira divina castigarlos, convirtiéndolos en montaña bicéfala, para que las futuras generaciones tuvieran constancia de su falta, tanto como de la posterior y ejemplar punición.

De cualquier modo, este paraíso alpino no se agota con la cita de unos cuantos lugares, puesto que guarda belleza en todos sus rincones, tantas en sus cimas como en sus honduras, todas ellas a la espera del visitante que desee embriagarse con su altivo encanto.

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