Muy al norte, en la esquina más occidental de España va abriéndose paso una “ciudad de cristal”. A Coruña siempre ha sido de belleza brava, pero es ahora cuando el resto del mundo parece haberlo descubierto y se está ganando un lugar entre los destinos turísticos de españoles y extranjeros.

No se puede escribir sobre la ciudad herculina sin hablar de su clima. Maldecida con un viento impredecible y desconsiderado que muchas veces te empuja de vuelta a casa, la luz que regala cuando el sol vence a las nubes es impresionante. Pero, ¿qué sería de Galicia sin su “orballo” (llovizna invisible que impregna el aire) o sin esa gasa plateada que cubre el cielo? Posiblemente la hermosura de A Coruña reside en el sol que sabes que saldrá de un momento a otro, como el agua escondida en el desierto de la que hablaba Antoine de Sain-Exupéri y que lo hacía tan hermoso. El tiempo coruñés es tema de conversación de ascensor, motivo de lamentos y, paradójicamente, casi de orgullo, porque hacerse a él te hace fuerte. El carácter de los gallegos, y en especial el de los coruñeses, se ha moldeado con el viento y la lluvia y su peculiar amabilidad retraída tiene que ver con ellos, tanto como con la comida y el mar.

Algo que llama la atención de esta tierra, Galicia y de A Coruña en particular, es la voluptuosidad de su vegetación. El verde celta que podemos encontrar en Irlanda y el norte de Inglaterra se macera con algo más de calor y da como resultado una flora más selvática y exagerada que, en algunos momentos, recuerda al trópico. Puede sonar extraño comparar estas dos zonas de la tierra, pero el mismo aeropuerto de A Coruña, a pocos kilómetros del centro, en Culleredo, está rodeado de tal cantidad de árboles, entre ellos palmeras, que un algo del Caribe se puede llegar a apreciar. Claro que lo abrupto de la costa y la masa de nubes grises y cargadas rápidamente nos devolverán a otra realidad bien diferente.

Entre modas y tradición

Pocas ciudades ofrecen tantas contradicciones como A Coruña. La tradición de sus calles estrechas y tradicionales se mezclan con un intento continuo de estar a la moda, de emprender y de abrirse al mundo. Grandes empresas como Inditex, Indra o Estrella Galicia han hecho mucho por atraer multiculturalidad a la ciudad, así como también lo ha hecho la llegada de inmigrantes que poco a poco han ido asentándose en la ciudad. Así, en los últimos diez años, A Coruña se ha vuelto algo más abierta e internacional, ofreciendo contrastes muy enriquecedores.

Con todas la críticas que los planes urbanísticos municipales hayan podido despertar entre los locales, hay algo que es más perceptible cuando no vives ahí desde hace tiempo. La ciudad se ha transformado, pero respetando su esencia. La Calle Real sigue siendo ese lugar parado en el tiempo donde las señoras pasean sus abrigos los domingos, pero donde los pequeños negocios pelean por sobrevivir. Los Cantones y la Marina son lugares tranquilos donde caminar y respirar las típicas rutinas de fin de semana de las ciudades de provincia. La imagen de las galerías enfrentadas al mar es, con toda justicia, una de las postales más emblemáticas y especiales de la ciudad.

Pasear desde San Amaro hasta el Milenium es una fiesta para los sentidos; poco importa si llueve o si luce el sol, si hace viento o si la ciclogénesis explosiva ataca de nuevo. Cada momento en este punto de la ciudad, con independencia de los colores del cielo y del mar, parece el mejor jamás visto y te hace olvidar que el día anterior, posiblemente, habrías dicho lo mismo.

La restauración coruñesa ha sido uno de los puntos fuertes del reciente resurgimiento del municipio. Así como el constante apoyo de las administraciones locales a las grandes superficies han ido matando poco a poco al comercio local, la iniciativa de los coruñeses a la hora de abrir locales alternativos y modernos ha revitalizando el centro. Zonas como la Barrera, la calle del Orzán o incluso Orillamar están adquiriendo un nuevo significado y están dando aire fresco a barrios que parecían abocados a la decadencia y el abandono.

Al igual que el tiempo, la comida es el leitmotiv de todo viaje a Galicia. Irremediablemente la jornada acabará en algún momento en torno a una mesa, marisco, empanada y un buen Ribeiro. La ciudad hace un gran esfuerzo por animar los meses de julio y agosto a base de fiestas gastronómicas, ferias y conciertos y lo cierto es que el turista no puede quejarse de falta de ocio durante estos meses.

El resto del año está plagado de excusas que los coruñeses buscan para comer y salir de casa, cruzando los dedos para que la jornada no acabe pasada por agua. Si hay oportunidad, el Entroido (el Carnaval gallego), es una cita que merece la pena experimentar. En A Coruña, la Rúa da Torre se llena de disfraces y comparsas que, desde un tono algo más sombrío que en Cádiz o Canarias, satirizan con la vida y se ríen de las desgracias. El cocido de Carnaval (a base de grelos, patatas, garbanzos y carnes de todo tipo), las orejas (masa de harina con aroma de anís) y las filloas (crepes extrafinos que se toman dulces o salados) son imprescindibles si se quiere vivir estas fiestas gallegas en esencia.

La provincia de las mil maravillas

Lo bueno de A Coruña es que a menos de una hora de coche tienes una variedad de paisajes y ambientes que pocos lugares ofrecen. Desde la apacible Pontedeume, donde la entrada del río Eume al atardecer ofrece un paisaje romántico y melancólico, hasta la histórica y siempre misteriosa Santiago de Compostela conservan ese encanto compungido y enigmático que hace del norte tan especial.

La provincia está regada de rincones de postal. Redes, Muxia, Finisterre, Cambre y su Bosque Animado, Betanzos, Caión... Todos estos pueblos han sabido mantener su aroma a pesar de la constante amenaza de la despoblación y las dificultades que entraña seguir manteniendo economías tan poco modernizadas. Aunque el verano hace posible que podamos disfrutar de las exuberantes playas de la zona, la verdad es que la sensación de pasear por muchos de estos pueblos durante el invierno, sintiendo la humedad en sus calzadas de piedra, experimentando el silencio de la calles vacías y siendo parte de esa extraña soledad deshabitada tan típica de Galicia, es indescriptible. Los veranos son engañosos, porque si sólo vas al norte de A Coruña durante estos meses te arriesgarás a perderte parte de la magia que sólo desencadenan la lluvia y el viento.

Aún así, dejando el romanticismo a un lado, de no ser en pleno agosto, pocos tendrán el valor suficiente de probar las aguas heladas del Atlántico. Un baño en la misma playa urbana del Orzán puede compararse a los chapuzones terapéuticos finlandeses. Absténganse bañistas acostumbrados al Mediterráneo porque el mar gallego es para gente de otra pasta. Sólo los nativos son capaces de disfrutar de esta experiencia realmente, olvidarse de los miembros que han dejado de sentir y disfrutar del temperamento de las olas.

A Coruña es la ciudad perfecta para perderse un par de días, disfrutar de su variedad infinita de sensaciones y dejarse atrapar por su olor a mar y su inimitable idiosincrasia gallega.