Ubicada en el extremo sur de Italia, separada del continente solo por un angosto brazo de mar, el “Estrecho de Messina”, Sicilia está más cerca del norte de África que de Roma, la capital del país, y esta cercanía se advierte sobre todo en los pueblos marineros de la isla, gracias a las numerosas trazas del pasado árabe, griego y normando.

Estos pueblitos, como Mazara del Vallo, Castellamare del Golfo, Sant’Agata di Militello, Santa Flavia, Caronia, Brolo, Aci Castello, van más allá de sus playas de arenas blancas y su mar transparente: visitarlos y pasear por sus estrechas callejuelas es adentrarse en la historia con sus museos, sus castillos, sus puertos, sus atunaras y, por supuesto, su estupenda comida, sobre todo la repostería, donde se aprecia nítida la influencia árabe.

Mazara del Vallo

Por su ubicación en el extremo occidental de Sicilia, este puerto, el segundo más importante de Europa en lo que concierne a la pesca, ha sido desde hace milenios un lugar donde el cruce de culturas ha creado una sociedad (aun hoy) multiétnica, cuya convivencia pacífica ha sido el motor de su desarrollo.

Junto a las numerosas iglesias monumentales, algunas del siglo XI, Mazara mantiene una profunda identidad islámica, que se nota, atravesando la tupida red de callecitas que forman la “casba”, donde aun se escucha diariamente el llamado del almuecín, es decir, la persona que desde el alminar llama en voz alta al pueblo musulmán a la oración.

Sin embargo, la gran atracción de Mazara es el “Sátiro Danzante”, una monumental estatua de bronce de más de dos metros de alto, “rescatada” del mar entre julio de 1997 (una pierna) y marzo de 1998, cuando fue posible recuperar el resto de la escultura.

Aunque se tiene la certeza de que se trata de un original griego, un personaje de los desfiles orgiásticos del dios Dionisio, los expertos no se han puesto de acuerdo sobre su edad, ya que para algunos se remonta al siglo IV a.C, mientras para otros es más “reciente”, del siglo II a.C. De todas maneras, es un “joven” de más de dos mil años, que se puede admirar en el museo homónimo, es decir del “Sátiro Danzante”.

Castellamare del Golfo

Este pueblito, un verdadero cofre de tesoros que se asoma entre el golfo homónimo, las colinas circundantes y el austero castillo de origen árabe-normando hoy museo y símbolo histórico de la ciudad, funda su identidad en el mar y, de hecho, es en el mar donde se animan las tardes y noches veraniegas.

El comercio marítimo con la cercana Segesta fue la base del desarrollo de este puerto, por eso un paseo en barca, que se arrienda en el puerto mismo, es imperdible: desde el mar se aprecian las torres para avistar, el sugestivo castillo, la incontaminada reserva natural denominada “Dello Zingaro” (del “Gitano”), las abandonadas fábricas donde se elaboraba el atún, las famosas “atuneras”, entre ellas la atunera de Scopello, la más antigua, ¡que se remonta al año 1100 y que fuera usada hasta fines del siglo XIX!

Las primeras informaciones sobre el Castillo, cuya construcción se atribuye a los árabes, alrededor del siglo X, se remontan al geógrafo Idris, que en su Libro del Rey Ruggero, escrito en 1154, escribe que “ningún castillo es más poderoso ni mejor defendido que éste”. La construcción, empinada sobre un promontorio rocoso, cercano al mar, estaba unida a la tierra gracias a un puente levadizo.

Actualmente el Castillo, denominado “La Memoria del Mediterráneo”, es sede de cuatro museos: “Del Agua y de los Molinos”, “De las actividades productivas”, “Arqueológico” y “De las actividades Marinas”.

Santa Flavia

Ya desde la época de los fenicios era una meta de vacaciones, además de ser un importante polo comercial: ensenadas, caletas, grutas, acantilados, promontorios y castillos demuestran los cambios históricos y naturales de la costa.

Caronia

Bautizada por Ducezio, rey de los sículos como “Kalé Akté”, o sea “costa hermosa”, seguramente por sus 20 kilómetros de costa, desde sus orígenes ha explotado además sus bosques circundantes, lo que ha permitido a la comunidad practicar la pastoricia, la zootecnia, la explotación del alcornoque, el árbol donde se obtiene el corcho, y la producción del carbón.

Además, Caronia tiene otro primado, especialmente atractivo para los aficionados a los autos antiguos: aquí nació la primera mujer que tuvo un carnet de conducir en Italia, allá por 1913, Francesca Mirabile Mancuso. Caminando por la costanera, desde donde en días despejados se divisan las islas Eolias, está la “Villa Maria Giovanna”, la vieja residencia de esta precursora de la emancipación femenina.

En la señorial mansión, un lugar colmo de historia, curiosidades y arte, un verdadero museo donde vive su biznieto, están todos los recuerdos de esta antigua e importante familia, pero sin duda el objeto más preciado es el viejo auto Lancia Appia, en el que Francesca y una amiga atravesaron toda Europa hasta llegar al Polo Norte

Sant’Agata di Militello

Era fines del siglo XIV cuando Federico II de Aragón entregó la administración de este pueblito a uno de sus numerosos parientes, Vinciguerra de Aragón; tres siglos después nace el primer núcleo habitacional del que otra familia española, los Gallego, eran señores.

Sin duda la atracción principal es el castillo denominado “Gallego”, cuya construcción ha pasado por diferentes etapas edilicias, en el arco de varios siglos: desde el siglo XIV, cuando fueron erigidas las primeras torres, hasta fines del siglo XVI, cuando la familia Gallego recibió la autorización de fabricación, “licencia fabricandi” para edificar alrededor de las torres un palacio como habitación.

También este castillo surge en un promontorio que mira por un costado hacia el centro de la ciudad, mientras por el otro hay una estupenda vista de la costa, desde la roca de Cefalú hasta Capo d’Orlando.

Brolo

La historia de Brolo se desarrolla en torno a su castillo del siglo X, construido a pico sobre el mar, al que se llega encaramándose por una intrincada red de callejuelas que parten del corazón medieval del pueblito y que bordean las varias veces centenarias murallas.

Una escala de caracol adosada a los muros del castillo permite subir hasta la terraza, desde donde se goza una vista espectacular de la costa, y que en sus orígenes era el lugar para avistar las eventuales invasiones enemigas, que no eran pocas. Incluso la leyenda cuenta que hasta aquí llegó el terrible pirata Khayr-al-Din, más conocido como “Barbarroja”.

En este momento es la familia Germaná, una de las más antiguas del lugar, quien tiene a su cargo los museos del Castillo: “Histórico de la Pena y la Tortura”, un adentrarse en los horrores de la mente humana (por quienes inventaron estos instrumentos), “De las Fortificaciones Costeñas”, “De las Armas y Armaduras”, además de una exposición permanente sobre heráldica.

Aci Castello, Aci Trezza

El primero de estos pueblitos toma el nombre del castillo normando construido sobre un promontorio de lava, proveniente de la erupción del Etna en 1189. En su interior, un pequeño museo tiene interesantes secciones de mineralogía, paleontología y arqueología de la zona, que se remontan a centenares de años.

Aci es el nombre del río que atraviesa esta zona, cuyo origen se pierde en el mito, y de hecho algunos pueblitos anteponen el “Aci” al nombre. Según el poeta Ovidio, Aci era un pastor hermosísimo que se enamoró, correspondido, de la ninfa Galatea, pero para su desgracia, también el cíclope Polifemo la pretendía. Loco de celos, el cíclope lanzo una roca contra el pastor y lo mató: su sangre, por intercesión de las ninfas, porque la mamá de Aci también lo era, se transformó en el río Aci, mientras el pastor posteriormente fue venerado como divinidad.

En Aci Trezza, el pueblito al lado de Aci Castello, fue ambientada la novela Los Malavoglia, de Giovanni Verga, un retrato fiel de la gente de estas tierras “toda buena y valiente gente de mar”, cono escribe el escritor siciliano. Interesante el Museo dedicado a Verga: ubicado en el centro de este lugar, una de sus habitaciones reproduce un típico ambiente de este lugar a fines del siglo XIX, cuando fue ambientada la novela, mientras la otra está dedicada a la película La Terra Trema, de Luchino Visconti, ambientada aquí.

La cocina siciliana

Es imposible enumerar todos y cada uno de los fabulosos platos de la isla, la mayor parte a base de pescado, cocinado en todas las formas imaginables, mientras el cous cous, recuerda la influencia árabe, como también la repostería y los helados, entre ellos la famosa cassatta y el cannolo. En Sicilia hay que probar de todas maneras un pan tipo pizza que se llama sfincione, y el cunzato, un tradicional pan relleno de verduras o carne, platos simples, típicos de una cocina genuina.