Alsacia, Alsace o Elsàss, según la queramos españolizar, o según la época histórica, en francés, alsaciano o alemán. En resumen, la tierra del río Ill. Un territorio conflictivo, hoy símbolo de la unidad europea, pero en tiempos, una zona de interés estratégico y de disputas territoriales entre dos grandes imperios, el francés y el alemán.

Esencia de Historia…

La historia reciente de esta región nos remonta a finales del siglo XIX a la guerra franco-prusiana, cuando tras la dolorosa derrota francesa en 1871 Prusia se anexionó, e incorporó al naciente Imperio Alemán, parte de las antiguas regiones de Alsacia y Lorena. Salvo en la ciudad de Belfort, el resto de alsacianos despertaron aquel día siendo alemanes y dejando atrás su pasado francés.

Es fácil comprender el resentimiento que durante años guardarían los franceses contra el nuevo Imperio alemán, ese gigante que había nacido para hacerles frente a ellos, al Imperio británico, al ruso y al austro-húngaro. Es fácil entender que tarde o temprano las rivalidades geográficas volverían a aparecer y serían motivos de nuevas disputas.

Eran años convulsos, de diplomacias secretas, de alianzas estratégicas que buscaban la defensa mutua ante las ambiciones expansivas de cada uno de ellos: Francia se alió con Rusia, cerró acuerdo con Gran Bretaña, mientras Alemania lo hacía con Austria-Hungría. Y en medio, en territorio de nadie, la siempre castigada Bélgica, y cómo no, esas regiones que tan pronto podían ser de uno como de otro, Alsacia y Lorena.

Tras un nuevo enfrentamiento, esta vez durante la Primera Guerra Mundial, y bajo bandera alemana en esta ocasión, Alsacia acabaría por volver a cambiar de bando. Con la derrota alemana, Francia tomaría cumplida revancha de sus años de humillación, venganza económica contra Alemania en forma de inafrontables sanciones, pero también venganza material con pérdidas de colonias y territorios que estaban bajo el gobierno germánico: Alsacia y Lorena volvían a ser, una vez más, francesas, mientras la humillación y la frustración caían y caerían, durante años, ahora del lado alemán.

Pero como no hay dos sin tres, o al menos eso dicen, la Segunda Guerra Mundial volvería a enfrentar a los dos enemigos irreconciliables. Alsacia quedó defendida por la Línea Maginot, el entramado sistema defensivo francés, hasta que todo el país cayó a los pies de Hitler y sus milicias nazis. La invasión sería cruenta: tras la capitulación francesa en junio de 1940, Alsacia volvería a caer bajo el yugo alemán, y miles de habitantes huyeron despavoridos consumidos por el miedo a la temida venganza germana. Campo de concentración de por medio, los alsacianos se vieron incluso obligados a luchar por los nazis hasta que en el otoño de 1944, argelinos y marroquíes, y finalmente las tropas del general Leclerc, la liberarían definitivamente antes de que oficialmente volviera a gobierno francés.

Es la historia contemporánea de unos conflictos que venían de tiempos del Sacro Imperio Germánico y que incluso tuvo ya sus primeros escarceos en el periodo romano. Curiosamente, después de tantos siglos, la Alsacia es uno de esos símbolos que tanto gustan ahora para mostrar cuán unidos estamos los europeos…

Un toque de Geografía…

Hoy día para buscarla habríamos de remitirnos a la región del Gran Este, conformada recientemente, el 1 de enero de 2016, por la fusión de otras tres antiguas regiones más: junto a Alsacia, el Gran Este está comprendido por Lorena, Champaña y las Ardenas.

La Alsacia se encuentra en la parte alta del valle del Rin. cerca de la cordillera de los Vosgos y está formada por dos departamentos, el Bajo y el Alto Rin, de los cuales son capitales Estrasburgo y Colmar, respectivamente.

Y una pizca de Turismo…

Estrasburgo es una de las ciudades más bellas de esta región francesa. Aún así, es imposible no comprender su historia viendo la estructura de la ciudad, sus formas, sus edificios. Es difícil no ver los aires alemanes que guarda la ciudad, a pesar que puedan sentirse franceses.

Cualquier guía de turismo en Estrasburgo nos remitirá principalmente a su enorme y simbólica catedral. Tiempo atrás fue el edificio más alto de la cristiandad hasta que fue superada por las catedrales de Colonia y de Ulm, pero el enorme pináculo de su torre aún luce esbelto y soberbio. Es de orígenes románicos, del siglo XI, aunque no se acabó hasta bien entrado el siglo XV, en el estilo gótico que actualmente luce. Sus enormes vidrieras, su púlpito central, pero sobre todo, su reloj astronómico, congregan a cientos de turistas a diario.

A escasa distancia se encuentras dos de los edificios más importante de la ciudad: la casa Kammerzel, una bella casa de madera que fue reconstruida a fines del siglo XVI siguiendo los cánones renacentistas de la época, y el Palacio Rohan, que se utilizó como mansión para el Obispo de Estrasburgo después de que se acabara su construcción allá por el año 1830.

La ciudad es un antiguo entramado de plazas y calles a cual más bonitas. A través de ellas os podría dirigir hacia el televisivo y político barrio europeo donde se encuentra el Parlamento de la UE y otras tantos edificios sin más belleza ni atractivo que el de poder decir algún día, cuando se esté viendo el noticiario, “yo estuve ahí”, de modo que mi mejor consejo es que os perdáis en el barrio más bonito y acogedor de la ciudad: la Pequeña Francia (la Petite France, que dicen ellos), peatonal casi toda ella, relajante y relajada, un pequeño barrio de antiguas casas amaderadas que eran parte del gremio de curtidores en el siglo XVI y en el que se puede disfrutar de la excelente y contundente gastronomía alsaciana. Estas casas se disponen entre las curvas que forma el río Ill a su paso por la ciudad, cruzado por bucólicos puentes y recovecos con un encanto muy especial.

La catedral os dejará las imágenes más elegantes y glamourosas de la ciudad, es cierto, pero será en esta Pequeña Francia donde gastaréis buena parte de la tarjeta de memoria de vuestras cámaras.

Colmar, la otra capital, la del Alto Rin, es esa otra ciudad que no hay que dejar de visitar al pasar por la Alsacia. No es preciso destacar monumentos en ella, que los hay, sino simplemente dejarse llevar y pasearla, con tranquilidad, con tiempo, con paciencia, oyéndola y sintiéndola. Una sorpresa oculta entre bosques, un hallazgo dispuesta y acunada, como la Petite France, entre los brazos del río, entre casas de estilo gótico alemán y renacentista.

Aquí nació Bartholdi, el creador de la neoyorquina Estatua de la Libertad. Un honor para la ciudad, y a buen seguro, que un orgullo para él.