La palabra apocalipsis, tan manida a lo largo de los siglos, tiene el significado originario, en griego clásico, de revelación. Las profecías y la necesidad humana de explicar la destrucción masiva modificaron por completo su sentido. Cuando caminé entre las palmas de cera, me adentré entre laderas repletas de cafetales, bananeras y admiré los picos que rodeaban toda la zona en el corazón de Colombia denominada Eje Cafetero, comprendí que un paisaje también podía ser apocalíptico.

La naturaleza se revela sin rezos al contrario de otras creencias que han tenido mayor respeto a lo largo de la historia. Los colores atacan a los ojos, los olores se quedan pegados a los bordes de nuestras camisas. De hecho, cuando volvemos a la rigurosa ciudad, el campo sigue acompañándonos: cae tierra de las botas, una flor se mantiene en el bolsillo pequeño o nuestra ropa huele todavía a las hermosas orquídeas que tuvimos en nuestra mano. El Eje Cafetero, una zona en el centro de Colombia que abarca los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío, la región norte del Valle del Cauca y el noroccidente del Tolima, es el epicentro de una explosión de diversos ecosistemas, modos de vivir y artimañas del planeta.

La zona debe su nombre, evidentemente, al hecho de que su privilegiado clima y ubicación geográfica permite la producción masiva de plantas cafetales. Esa bendición, tan maldita en América Latina como expresó el escrito uruguayo Eduardo Galeano, ha aupado al Eje Cafetero como uno de los motores agrícolas de todo el país. Pero el Eje Cafetero no es solo café. El café actúa como la utilería del teatro: acompaña a las sensaciones ordenadas y viscerales que el visitante tiene al observar la grandiosidad de un paisaje que no deja fuera ninguna forma de vida.

Y digo ordenadas y viscerales, si es que la paradoja lo permite, porque quien pasea por la extensa zona tiene las sensaciones a flor de piel, pero la naturaleza acaba de explicar todo lo que muestra a través de un orden lógico. La grandeza de esta zona es que aúna en unos pocos cientos de kilómetros todos los paisajes que hemos visto en el libro de biología del colegio. En esta especie de mariposa por la forma de su huella, se encuentran picos por encima de los 5.000 metros; bosques andinos frondosos, que se alinean frente a ríos fríos que bajan a toda velocidad por las sinuosas laderas de las montañas; el extraño paisaje de páramo con los frailejones como únicos habitantes; extensos y apacibles valles que parecen no avisar al forastero de que tras ellos se encuentran caminos aptos tan sólo para los más expertos montañistas.

Millones de personas se benefician del lucro económico que estos paisajes surten a la alimentación de Colombia y el extranjero. El producto estrella de la zona y del país es sin duda el café. Las plantas cafetales necesitan de un clima preciso, exacto. Para que la producción de café sea masiva se necesita que el clima no sea ni muy frío ni muy cálido, en torno a los 20 grados. La lluvia tampoco puede ser muy cuantiosa, aunque sí necesaria repartida a lo largo de los 12 meses del año. Un clima injertado con bisturí en las semillas de los cafetales que, si se dan todas estas condiciones, acabarán brindando a sus suertudos beneficiarios kilos y kilos de café. Colombia es el tercer productor mundial de café, tan sólo detrás de Brasil y Vietnam. Sin embargo, el país colombiano ha sido capaz de crear una marca en torno a su café que sobrepasa las estadísticas de exportación para instalarse en el imaginario colectivo a nivel global.

El Eje Cafetero despide al viajero con la certeza de que no le mostró todo lo que tiene en su interior. Las historias y leyendas de duendes, elfos, enanos y otras criaturas del bosque son populares en esta zona colombiana. No podía ser de otra forma: para explicar lo que los ojos ven en esta área del mundo es imprescindible posicionar la imaginación como la gran causante de esta borrachera de color y orden mágico.