La Huacachina es un pequeño oasis que surge entre las imponentes dunas del desierto de Ica. Un oasis formado naturalmente por palmeras y una laguna de aguas verdes subterráneas y con propiedades curativas. Un oasis que en el siglo XX fue el lugar de descanso de las altas élites peruanas y que, hoy, ha derivado en la sobreexplotación turística. Esta ubicación ofrece un paisaje inolvidable y una reflexión profunda sobre la sociedad peruana y sus principios. Merece una visita.

Este desierto tiene la peculiaridad de encontrarse a 5 km de una ciudad ruidosa y caótica como es Ica, que se convirtió en aún más caótica tras el devastador terremoto de 2007 -cuyo paso aún se aprecia en varios edificios partidos en dos, como el Ayuntamiento y la Catedral, ambos en la Plaza de Armas. En sus alrededores, aunque parezca mentira, se cultivan uvas para la producción de vino y pisco peruano gracias a la vid introducida por los españoles en el valle del río Ica. Su situación por encima de la bruma de la costa y, en consecuencia, el clima seco y soleado durante todo el año, posibilitan la viticultura.

El camino de la ciudad de Ica a La Huacachina fue asfaltado hacia 1970 y decorado en sus costados con ficus, acacias y huarangos, estos últimos autóctonos de la zona y de los que se extrae tinta y miel. Por ello, llegar al oasis desde la ciudad genera sensación de tranquilidad. Hay silencio natural, pausado y reconfortante. Sin embargo, una vez más Perú se ha rendido ante el turismo: ha tomado de las manos de sus élites este maravilloso paraje que parece sacado del libro de Las mil y una noches, para entregarlo a una explotación irresponsable. En los últimos años, el turismo se empeña en agitar esta calma. Suenan diferentes músicas en los hostales-colmena, los motores de los areneros o tubulares (buggies que te llevan a recorrer las dunas) rugen desde las 16.00, y el libre albedrío se dispara desde las siete de la tarde con músicas más altas y gentes borrachas. Las aguas que se describen en los libros como verde esmeralda y con propiedades curativas, hoy son verde sucio y más bien no recomendadas para el baño.

Por suerte, durante el día, los sonidos son aplacados por las dunas, lo que hace que el plan perfecto sea relajarse a la orilla de la laguna o al borde de una de las piscinas de los hoteles. Siempre con una potente protección solar. No olvidemos que estamos en mitad del desierto.

El atractivo de La Huacachina

Aunque el rugido de los areneros rompa el silencio del desierto, una de las mejores experiencias en este punto del planeta es recorrer las dunas en uno de estos buggies, tirarse con tablas de sandboard desde grandes alturas y ver el espectáculo del sol cayendo sobre la arena a eso de las seis de la tarde.

Estos tours repletos de adrenalina se pueden contratar en cualquiera de los hostales y hoteles que rodean la laguna. El precio ronda los 20 soles por persona (20 soles peruanos representan poco más de 5 euros al cambio de septiembre de 2017) incluyendo la entrada a la zona reservada, y debéis aseguraros de que hace recorrido por diferentes dunas y lleva tablas para todos.

El Dessert Night Hostel (que en Google Maps aparece como Huacachina Backpackers House) tiene unos de los mejores guías: aseguran la adrenalina con su conducción, eligen las dunas más adecuadas para su descenso, te dicen dónde tomar las mejores fotos y paran en un punto para disfrutar de la calma de la puesta de sol. Además, si les preguntas, te ofrecen la posibilidad de cenar y dormir una noche en el desierto, para lo que hacen falta un mínimo de 4 o 6 personas.

También puede resultar atractivo dar una vuelta por el paseo alrededor de la laguna, probar algunos de los dulces de la zona y hablar con los lugareños quienes, al lado de la estatua de una sirena, te contarán la leyenda de cómo se creó la laguna.

La leyenda

Huaca China en idioma quechua significa «la que hace llorar» y, según cuentan los viejos, este nombre proviene de una historia de amor de hace ya muchos años y que tiene varias versiones.

Una joven indígena de la época precolombina sufrió la muerte de su marido, abatido en la guerra, y corrió al lugar donde se habían conocido para llorarle. Lloró tanto que sus lágrimas crearon esta laguna. Ella quedó con medio cuerpo sumergido en sus lágrimas, lo que le dotó de una cola de sirena y nunca más le permitió abandonar la laguna. Algunos sostienen que se acabó convirtiendo en pez y se trata de una enorme corvina que habita estas aguas y nunca se ha dejado atrapar. Dicen que la sirena/corvina se lleva a alguien todos los años en estas aguas no profundas, por lo que los mayores de la zona recomiendan no bañarse en la laguna. Cuentan que algunas noches, cuando reina el silencio, se puede escuchar el llanto desconsolado de Huaca China llorando a su amado.

Llegar, comer y dormir

Para llegar a Huacachina en transporte público se tiene que hacer parada obligatoriamente en Ica. Todos los autobuses paran en la ciudad (o en el cruce a Pisco), desde donde se coge un taxi por el que debes negociar el precio y no pagar más de 10 soles.

La opción más cómoda y segura es Cruz del Sur que, desde Lima, tarda entre 4 y 5 horas y no hace paradas. Los asientos son reclinables casi hasta los 180° y entregan un sandwich -nada gourmet, ojo-. Se recomienda llevar una sudadera por el aire acondicionado, y tapones para los oídos si se quiere dormir porque, como es normal en muchos países latinos, la TV está a volúmenes insoportables.

Ten el pasaporte preparado porque a mitad de camino suelen subirse policías -con metralletas- a revisar todas las identidades.

Evita la compañía Soyuz. Sale cada 7 minutos, pero hace infinitas paradas -incluso no marcadas-, lo que convierte el viaje en eterno e inseguro con posibilidad de asalto.

En coche propio se debe tomar la Panamericana Sur y seguir las indicaciones a Pisco, posteriormente a Ica y luego a Huacachina. Cuidado con los controles de carretera. Están al acecho de extranjeros que se saltan los límites de velocidad o desconocen alguna obligación, como la de llevar las luces encendidas a cualquier hora del día y de la noche en esta vía. Lleva toda la documentación en regla.

La carretera es buena cuando se sale de Lima pero va empeorando según nos acercamos a Pisco. Hay baches, tramos de tierra y de un solo carril por donde van camiones, autobuses camicaces y coches poco preparados para el terreno. Hay un punto en el que la carretera está llena de mototaxis por lo que hay que estar bien despierto. Un trayecto de alrededor de 4 horas bastante entretenido para el que es casi obligatorio el uso del GPS.

Comer y dormir en Huacachina no es de las mejores experiencias que tendrás en tu vida. La Hostería Suiza, de precio elevado para la ubicación, puede ser la opción más cómoda. Se encuentra frente a la laguna y también tiene restaurante.

El Hotel Mossone es un clásico. Uno de los primeros hoteles en esta ubicación, por lo que se puede respirar el lujo caduco. Es tranquilo, de precio elevado y cuenta con restaurante y piscina.

El Hotel Salvatierra es el otro clásico de los años 70 pero ha perdido todo su encanto. Tiene piscina, gente ruidosa y está situado en una de las calles traseras.

En cuanto a hostales, Banana’s Adventure tiene buen ambiente internacional, habitaciones de pocas camas, piscina y su carta ofrece frutas, crepes y currys. Por desgracia no son muy serios con las reservas y te dejan sin cama si llegas tarde por la noche.

El Hostal Dessert Nights tiene dos dormitorios grandes sin ventanas y asestados de mosquitos. El calor es insoportable por la noche y te levantas con mil picaduras. El baño es compartido con el restaurante, pequeño pero limpio. Su terraza es la más apetecible para comerse un sándwich y tomarse una de las refrescantes limonadas peruanas.

Evita el Carola Lodge por encima de todo. Está sucio, las cucarachas andan por todos lados, las camas son incómodas, hay mucho ruido nocturno hasta altas horas de la noche y un ambiente de fiesta local muy desfasada.

Sí, a La Huacachina es mejor ir a pasar el día y dormir en Ica, Paracas o Nazca. La doblegación al turismo y al dinero fácil ha arruinado el encanto de este oasis.