«Guadalajara es un hermoso país al que la gente no le da la gana de ir». Así de contundente se mostraba Camilo José Cela en 1948. Lo afirmativa en Viaje a la Alcarria, una de sus obras cumbre. Para escribir este libro, el Premio Nobel recorrió una de las comarcas arriacenses más extensas. Y lo hizo a pie y con la única compañía –intermitente– de una pareja de fotógrafos. No es extraño, por tanto, que el mencionado ensayo se haya considerado como uno de las mejores de su género. Una delicia para los apasionados de la literatura costumbrista y de viajes.

En definitiva, se alza como un retrato muy certero de la época, que dio a conocer esta parte de la provincia. Sin embargo, los tesoros de Guadalajara van más allá de la Alcarria. Se extienden por todos sus rincones. Sólo hay que mencionar localidades como Molina de Aragón o Sigüenza, donde la historia y el patrimonio monumental surgen por doquier. Pero si el visitante es más andarín, no debe perderse el Parque Natural del Alto Tajo. Su sola referencia es evocadora. Este espacio se vincula al tramo inicial del mencionado río –el más largo de la península ibérica–, que comienza su andadura entre hoces espectaculares.

Pero focalicemos. Guadalajara tiene tanta riqueza que no se puede condensar en unas pocas líneas. En esta ocasión nos dirigiremos a su zona más septentrional. Hablamos de la Sierra Norte, uno de los lugares más desconocidos del interior peninsular. En el mismo coexisten historia, conjuntos patrimoniales, naturaleza y tradiciones ancestrales. Y todo ello en menos de 200.000 hectáreas. Casi nada...

Por tanto, si el cuerpo pide un recorrido cultural, existen diferentes opciones. Se puede comenzar en Cogolludo, puerta de entrada a la comarca, donde el viajero admirará sus iglesias, el castillo o su típica plaza castellana. En uno de sus costados se halla la gran joya de la localidad. Se trata del Palacio de los Duques de Medinaceli , primera edificación de que, en España, fue íntegramente renacentista. Un dato que realza –aún más– la riqueza y suntuosidad del almohadillado de la fachada.

Sin embargo, el viaje no finaliza en este punto. Ha de continuar. Debemos seguir ascendiendo. Así, se podrá disfrutar de paisajes únicos y de restos patrimoniales sin parangón. Un ejemplo es Hiendelaencina, localidad minera hasta no hace mucho. Los pozos cerraron a inicios del siglo XX. De hecho, la explotación argéntica convirtió a este municipio en uno de los más importantes de la provincia. Llegó a tener miles de habitantes. Hoy queda poco de aquella vitalidad, pero se puede disfrutar de la misma en un completo museo sobre dicho pasado. Además, se organizan diversas jornadas divulgativas y, también, se está trabajando en hacer visitables algunas de las antiguas galerías extractivas.

Un paseo entre montañas

Pero la riqueza de la Serranía sigue. Se pueden recorrer diversos ejemplos de románico rural. Los más conocidos, las iglesias de Campisábalos, Villacadima, Gascueña de Bornova o Bustares, así como el monasterio de Bonaval –en Retiendas–, donde el Císter dejó su huella. Actualmente, este cenobio se encuentra en una ruina muy avanzada. No obstante, el Gobierno de Castilla–La Mancha ha anunciado una serie de actuaciones que permitirán la preservación de los restos.

Precisamente, Retiendas marca el inicio de otras de las rutas de interés. Se trata de la Arquitectura Negra, que da el nombre a un conjunto de pueblos definidos por sus casas de pizarra. Hecho que las confiere su inconfundible color oscuro. Algunos de estos municipios son Campillo de Ranas, Majaelrayo, Robleluengo, La Vereda o Matallana. Estos dos últimos quedaron completamente abandonados el pasado siglo XX. Pero, en la actualidad, se encuentran en fase de recuperación gracias a la voluntad de un puñado de ciudadanos comprometidos.

Una actitud encomiable que también se ha observado en la conservación del medio natural. Este comportamiento no es actual. Procede de décadas atrás. Lo que ha permitido que perdurasen los valores ambientales del entorno. Situación que ha valido a esta comarca su declaración como Parque Natural. Más de 125.000 hectáreas de protección en las que se reconoce una gran riqueza faunística, florística, fluvial y geológica.

En este aspecto, destaca Tejera Negra, uno de los hayedos más septentrionales de la península ibérica. Se constituye como un importante resto de otras épocas más húmedas, cuando las hayas se extendían profusamente por la mitad norte peninsular. Sin embargo, las circunstancias han cambiado y en Guadalajara se mantiene este reducto, que se aproxima a las 1.000 hectáreas, y que bien merece una visita.

Además, tras un duro día de senderismo, no hay mejor premio que cenar en Galve de Sorbe, contemplando su castillo de los Estúñiga, construido en el siglo XV. Además, en la localidad existe un movimiento vecinal que, a través de propuestas, protestas y actividades divulgativas, están concienciando a la ciudadanía sobre la importancia de mantener cuidado el patrimonio. Una responsabilidad que no sólo atañe al propietario de la fortaleza galvita. También a todos los ciudadanos, que debemos exigir que las huellas de nuestra historia permanezcan en el tiempo.

Este rastro del pasado también se puede encontrar en Atienza. De hecho, en sus calles se observan multitud de iglesias, palacios y elementos patrimoniales que bien merecen una visita. En este municipio, además, se encuentra uno de los pocos ejemplos de gótico inglés que existen en España –el ábside de San Francisco–, así como diversas muestras románicas de gran calidad. Todo ello, encajado en callejuelas medievales dispuestas en una loma culminada por un castillo roquero.

La relevancia de las fiestas

Y si esto fuera poco, no se debe obviar la «Caballada». Declarada de Interés Turístico Nacional, se constituye como una de las tradiciones más antiguas de España. Se lleva celebrando desde 1162. En la misma se conmemora cómo un grupo de arrieros atencinos «salvaron» a Alfonso VIII de Castilla de las intrigas palaciegas, que ponían en duda sus derechos regios. No hay que olvidar que Alfonso accedió al trono a la edad de tres años, tras la muerte de su padre Sancho III.

Empero, en la Serranía de Guadalajara también se pueden conocer otras tradiciones ancestrales. Entre ellas, las danzas de Majaelrayo, Galve de Sorbe, Condemios de Arriba, La Huerce o Valverde de los Arroyos, que se desarrollan con motivo de sus fiestas patronales. Además, están la salida de botargas y zarragones en diferentes localidades, como Arbancón, Almiruete o Retiendas. Sin olvidar otras fiestas de tintes carnavalescos, como los vaquillones de Villares de Jadraque; o aquellas cercanas a la navidad, entre las que se encuentran los cencerrones de Cantalojas.

Todo un tamiz de festejos que se completa con una gran multitud de romerías. La más conocida, la del Alto Rey, que año tras año congrega a centenares de personas en la cima de la sierra que lleva su nombre. Se trata de la fiesta de mayor altura de Guadalajara y una de las más elevadas de España. Incluso, cuenta la leyenda que la ermita en torno a la que se desarrolla el evento tiene un origen templario. Un extremo que no se ha confirmado.

Por tanto, es incomprensible que Guadalajara siga siendo «un hermoso país al que la gente no le da la gana de ir». Sobre todo, si se tiene en cuenta la gran variedad de opciones que ofrecen sus comarcas. Entre ellas, la de la Serranía. Por ello, y a quien no conozca estos lugares, ha de recorrerlos. Porque, como dijo Descartes:

«Los viajes sirven para conocer las costumbres de los distintos pueblos y para despojarse del prejuicio de que sólo es en la propia patria es en la que se puede vivir de la manera en la que uno está acostumbrado»