Mi gran anhelo desde hace muchos años fue conocer Japón. Si bien soy latinoamericano, no niego que de las culturas del lejano oriente, el Imperio nipón siempre me atrajo. Las lecturas en folletos y revistas, las películas de Akira Kurosawa como Los Sueños y Rapsodia en Agosto, otras más recientes son el caso de El Ultimo Samurái y Memorias de una Geisha, sus animaciones, dos libros de Kyoishi Katayama y el siempre referente coloquial de nación moderna. Todo lo anterior impulsaba mi curiosidad y mis ganas de visita.

El sueño lo pude cumplir gracias a la asistencia al 38º Simposio Internacional de Tortugas Marinas en la ciudad de Kobe, celebrado entre el 18 y 23 de febrero de 2018. Ya en septiembre del año anterior inicié los trámites, en diciembre la Sociedad Internacional de Tortugas Marinas me había otorgado un Travel Grant y en enero tenía el resto gracias al Grupo venezolano PHX, C.A. La visa es fácil de obtener en la Embajada de Japón en Caracas, solo requieren una invitación formal que enviaron oportunamente mis anfitriones locales (Domo aregato Dr. Mazusawa y Dr. Ishihara del Acuario Suma) y demostrar que tu viaje está garantizado…Ah, mas la ganga de 15.000Bs efectivo. La cordialidad nipona la empecé a recibir con el personal de la embajada: Ohaijo Gozaimas Balladares San, «buenos días tenga usted, Sr. Balladares», y hacen reverencia.

El vuelo fue algo rocambolesco porque, en lugar de tomar la vía más corta America-Costa Océano Pacífico, mi boleto era vía Air France hasta Paris y de allí, como la canción de Juan Luis Guerra Bachata en Fukuoka, atravesé toda Rusia volando con All Nippon Airways (ANA) hasta llegar al aeropuerto Haneda en Tokio. De la capital volé hasta Kobe, donde construyeron una isla especial para este nuevo aeródromo. Esta ciudad de casi millón y medio de almas sufrió un fuerte terremoto en 1995. Sin embargo, este pasado no se observa sino en el Museo de la ciudad, lo que destaca es como la urbe plena la bahía de Osaka, sus grandes edificios y vías férreas en serpentina sobre las aguas y que conectan al resto del país. Quizás lo más conspicuo es la torre metálica roja del puerto, en mi experiencia pude contemplar esta capital del municipio Hiogo desde el piso 30 del Hotel Portopia, donde por 3.500 yenes (35USD) disfrutas de un buffet all you can eat estilo Japonés y otras delicias occidentales.

Hablando de comida, Kobe es famosa por su gastronomía de carne local, destacando un bistec de res marmoleado por la grasa que penetra su tejido, dándole un particular sabor. No obstante, el pescado, el arroz y las algas están siempre presentes. El tokoyaki me gustó mucho, son esferas de pulpo rodeadas de huevo batido algo especiadas y muy, pero muy calientes. Aprendí a amar más el arroz blanco y amalgamado del sushi con el onigiri, unos triángulos a modo de sándwiches para llevar que adentro llevan varios rellenos exquisitos con una servilleta natural de nori.

Si deseas estar en una urbe más dinámica debes visitar Osaka, pero la tradición antigua se conserva en su castillo medieval, de blanco color y típicos bordes asiáticos curvados hacia arriba en colores verde y dorado. Puedes adentro ver su museo que cuenta su larga historia, más en las afueras un centro comercial con souvenirs y otras distracciones, pero alrededor del castillo están los pozos de agua que lo protegían antes de los invasores y ahora lo decoran, aparte de jardines que comienzan a florear en la primavera y es uno de los grandes iconos del Japón… sus cerezos. A donde vayas, siempre hay gente vestida al estilo occidental muy elegante, no obstante la ropa tradicional, el kimono, viste a muchas damas y caballeros con estampados colores para ellas y sobrios grises y oscuros para los caballeros.

Kioto era la antigua capital imperial, desde Kobe en tren normal (no el bala) toma una hora en llegar. Cuando andes caminando en las estaciones ferroviarias asegúrate ir por la vía izquierda ya que la derecha es para quienes andan apurados, la puntualidad japonesa es vital para tantos millones de personas, es mayor que la británica –y se lo digo por experiencia. Regresando a Kioto, el lugar icónico del turismo con mucha razón es el Templo Inari y la montaña con el camino de los mil portales. El color naranja invadirá tus sentidos, en los alrededores te das cuenta de las callecitas plagadas de negocios, especialmente restaurantes, luego puedes comenzar a subir. Antes presenta tus respetos y purifícate con agua del templo, al subir el paseo lo hace agradable la pendiente poco inclinada, los bosques de bambúes y numerosos altares. Ya en la mitad del ascenso puedes contemplar la ciudad, muchos llegan hasta la cima. Cuando bajes, encontrarás sitios para comprar souvenirs y mucha comida y bebida. De regreso a Kobe, el centro de la ciudad específicamente en la Estación Sanomiya es moderno y agradablemente agitado, especialmente de noche se disfrutan los abundantes cafés, bares y pachinkos (lugar de recreación habitual de los japoneses, con maquinitas de azar etc. desde niños hasta viejos). Para refrescarte, la cerveza nipona es muy buena con variedad de marcas y estilos, para los amantes de licores, los japoneses también hacen vino de muy buena calidad. Sin embargo su tradición es el sake, otro licor fermentado muy famoso, y el de Kobe es de gran reputación; si no te gusta, pruébalo en la cajita de madera tradicional llamada Masu, el sabor y olor es de otro nivel. Respecto a los destilados, Japón hace whisky como el cotizado Yamasaki, y su otro destilado que es más oriundo, el shochu, hecho de arroz como el sake pero entra a los alambiques puro o mezclado con otros cereales y matices.

Cuando vuelen a Tokio, o tomen los trenes, traten de ver el Monte Fuji, el volcán nevado símbolo de esta nación. Es imponente y de gran belleza, durante el viaje de Kobe a la capital, tuve la suerte de ver como las nubes se disipaban hasta mostrarlo en todo su esplendor. Otros amigos iberoamericanos lograron estar con los monos de las nieves en Nagano, usaron mucho el tren bala para recorrer otros bellos lugares, y supe de un español que canceló 300$ para ir a contemplar la danza de la grullas en Hokkaido.

Quiero cerrar esta reseña con la impresión que me dio no ver un solo auto sucio ni chocado, todo el mundo feliz, no ver mendigos, no ver pobreza, no ver basura, lo que abunda es la rectitud, el correcto proceder y sobre todo la amabilidad y respeto máximo. Cuando partía y veía por la ventanilla, el personal de tierra del aeropuerto se despedía con las manos, y al bajar del avión toda la tripulación hizo reverencias.