Sofía es una de las ciudades más antiguas de Europa y eso se nota. No ha seguido la estela de otras ciudades centroeuropeas que se han levantado sobre sus ruinas en varias ocasiones y es que Sofía ha dejado entre sus calles rastros que te ayudan a imaginar las diferentes fases históricas que ha atravesado la capital de la actual Bulgaria.

De Serdica a Sofía

Sofía significa, en griego, sabiduría, y su representación aparece a través de la historia como la imagen de una mujer, emanación del conocimiento eterno. Por lo que Europa podría presumir de tener a la siempre valorada Sabiduría como abuela.

Sofía, que se sitúa al oeste de Bulgaria, está rodeada por el monte Vitosha al sur, el monte Lyulin al oeste y las montañas de los Balcanes al norte. Todo ello, hace de esta urbe un enclave estratégico importante además de embellecer a la ciudad y envolverla de un aspecto forestal que la hace especial. Su superficie total es 492 kilómetros cuadrados y su promedio de altitud es de 600 metros sobre el nivel del mar, lo que la convierte en la cuarta capital más alta de Europa.

Podríamos decir que Sofía carece de una historia propia ya que debido a su vital situación estratégica en las rutas de comunicación entre Europa y Asia se convirtió en un anhelado botín por las potencias de cada período. Sofía fue originalmente un asentamiento tracio llamado Serdica, posiblemente el nombre de la tribu celta Serdi.

Durante un corto período durante el siglo IV a.C., la ciudad fue gobernada por Filipo II de Macedonia y su hijo Alejandro Magno, aunque quedó relegada a un emplazamiento de segunda categoría. Alrededor del año 29 a.C., Serdica fue conquistada por los romanos y pasó a llamarse Ulpia Serdica. De hecho, la primera mención a este asentamiento fue realizada por Ptolomeo, unos 100 años después de Cristo. Y no sería hasta años después cuando adquirió su actual nombre. Esta denominación fue utilizada por última vez en el siglo XIX en un texto en búlgaro, el servicio y la hagiografía de San Jorge el nuevo de Sofia: ВЪ САРДАКІИ.

En el siglo II, Sofía fue centro administrativo romano de Mesia. En el siglo III, fue la capital de Dacia Aureliana, ​ y cuando el emperador Diocleciano dividió la provincia de Dacia en Dacia Ripensis (a orillas del Danubio) y Dacia mediterránea, se convirtió en la capital de esta última. La ciudad se expandió posteriormente durante un siglo y medio, se convirtió en un importante centro político y económico y en una de las primeras ciudades romanas donde el cristianismo fue reconocido como religión oficial. En 343 d.C., el Concilio de Sárdica se celebró en la ciudad, en una iglesia situada en el lugar donde fue construida más tarde la Iglesia Santa Sofía del siglo VI.

Poco antes la ciudad experimentó su primera destrucción, causada por la de los hunos en 447. Sin embargo, fue reconstruida por el emperador bizantino Justiniano I y durante su reinado de la ciudad floreció y fue rodeada de grandes fortalezas cuyos restos como muchos otros aún se pueden ver hoy en día. Tras un largo asedio, Sofía formó parte del Primer Imperio Búlgaro durante el reinado del Kan Krum en 809 y después de varios aislamientos fallidos, la ciudad cayó en manos del Imperio Bizantino en 1018, pero una vez más, fue incorporada al restaurado Imperio búlgaro por el zar Iván Asen I. No obstante, de nuevo en 1382, Sofía fue capturada por el Imperio Otomano en el curso de las guerras búlgaro-otomanas.

Las heridas abiertas de Sofía

En el siglo XVI, el trazado urbano de Sofía y su apariencia comenzó a mostrar un claro estilo otomano, con muchas mezquitas, fuentes y hammam. Y es que, a partir de entonces la ciudad adquirió, un espíritu de mezcolanza religiosa, que aún perdura y que se une como otro de los matices a una de las causas que hacen que la ciudad adquiera cierto aire caótico. De hecho, en 1610, el Vaticano estableció la sede de Sofía para los católicos de Rumelia, que existió hasta 1715 y en el siglo XVI había 126 familias judías y una sinagoga desde 967. La ciudad era el centro del eyalato de Sofya. Dos siglos después la ciudad fue tomada por las fuerzas rusas en 1878, y se convirtió en la capital del Principado autónomo de Bulgaria en 1879, base para el Reino de Bulgaria declarado en 1908. Durante la Segunda Guerra Mundial, Sofía fue bombardeada por aviones aliados a finales de 1943 y 1944. Como consecuencia de la invasión del Ejército Rojo soviético, el Gobierno de Bulgaria, que se alió con Alemania, fue derrocado.

Y entre dimes y diretes y la falta de una identidad propia Sofía ha ido extendiendo su estructura metropolitana bajo una anarquía que hacen de su expansión un sinsentido desordenado de ruinas y vestigios, y que provocan que la ciudad carezca de autonomía propia y no tenga la voluntad necesaria para rehabilitar su tejido urbano. La historia mantiene una deuda con la capital búlgara, ya que Sofía es una ciudad incomprendida. De hecho, la ciudad ni siquiera pretende desprenderse de ese aire gris de ciudad poscomunista. Una amalgama de circunstancias que hace que parezca que has salido de Europa y sobre todo que te sientas muy extraño... ¿o quizás la extraña es la ciudad? Tal vez la urbe plasme la zozobra existencial que viven sus ciudadanos.

Sin embargo, del caos de la ciudad, pasamos a unos alrededores de templos, cascadas y bosques dignos de cualquier cuento bucólico.

Monasterio de Rila: el hogar del primer ermitaño de Rila

A 1147 metros de altitud, entre los ríos de Drushlyavitsa y Rilska y en las profundidades de las montañas de Rila encontramos uno de los símbolos de Bulgaria y un destino turístico muy popular: el Monasterio de Rila.

La historia del Monasterio de Rila, que se fundó en la primera mitad del siglo X comienza con el primer ermitaño búlgaro San Juan de Rila, que se estableció en la zona y se dedicó al ayuno y la oración. Y no nos extraña porque el paisaje alrededor de este monumento es brutal. Su hagiografía cuenta que vivió santamente en el hueco de un árbol tallado en forma de ataúd pronto se extendió su fama de santidad y acudieron en su compañía otras personas que querían seguir su ejemplo. Sin embargo, años más tarde, el zar Peter trasladó las reliquias del Milagroso de Rila a Sredets (Sofía) donde probablemente fue canonizado y sus restos no fueron devueltos al Monasterio de Rila en 1469.

A través de los siglos el monasterio ha sido un centro espiritual, educativo y cultural de Bulgaria y en 1983 la UNESCO lo nombró Patrimonio de la Humanidad.

Muy recomendable es adentrase en el Parque Nacional de Rila y los 7 Lagos, un paraíso para los amantes de la naturaleza, con rutas de senderismo, ríos y lagos glaciares en un paraje espectacular.

En definitiva, un paraíso a tan solo 120 kilómetros de la capital Búlgara que harán que el viaje sin duda merezca la pena.