La contrariedad, el desaliento y la discordia propia de Islandia, lejos de ser molesta o inoportuna, crear desasosiego o ansiedad, provoca a sus visitantes una extraña e inexplicable sensación de bienestar, libertad y vitalidad que es incluso venerable. Una impresión difícil de explicar, un sobresalto que encoje los sentimientos y que hace bailar a los testigos de tan grandioso paraje entre la inmensidad y el infinito, convirtiéndoles en invitados de excepción de uno de los espectáculos más magnos de la Tierra. Tanto es así que sería un digno merecedor de la independencia del Planeta Azul.

Este territorio en ciernes es un concierto volcánico, en el que potentes géiseres, imponentes cascadas, campos de lava, soberbios glaciares, serpenteantes fiordos, playas negras y sorprendentes auroras boreales hacen de Islandia uno de los países más espectaculares del mundo.

La llamada «Tierra de Fuego y Hielo» parece no tener fin. Su brutal naturaleza convierte lo trivial en extraordinario. En Islandia, un chapuzón se convierte en un baño en un lago geotérmico de inmensa belleza; una ruta es en realidad una excursión por un glaciar; un paseo en barco pasa a ser un avistamiento de ballenas; un viaje en coche es un recorrido entre paisajes cósmicos, interestelares, volcánicos, divinos y eternos; una visita a un faro puede llegar a convertirse en la postal más emocionante jamás vislumbrada y una mirada al cielo en mitad de la noche puede llevar a su observador al baile de luces boreales y estrellas fugaces más surrealista que nunca haya presenciado. Este lugar ubicado mágicamente entre Europa y América es un enclave que convierte a los escépticos en creyentes y que ejerce un poder transformador en sus visitantes, perpetuos soñadores y cazadores de emociones.

Este país volcánico es un cofre repleto de tesoros único e incomparable. Es arduo y difícil seleccionar algunas de sus magnificas posibilidades. Pero como para todo en esta vida hay unos «imprescindibles indispensables».

Círculo Dorado

Sí, comenzamos por la zona más turística del país, y no es de extrañar porque alberga algunos de los más aclamados paisajes. Deberíamos destacar los puntos más significativos de lo que los lugareños y turistas denominan con coherencia el Círculo Dorado formado por:

La aclamada cascada de oro o Gullfoss, donde el río Hvítá («blanco») se precipita en una grieta de 32 metros de profundidad.

El géiser De Strokkur en el que sus chorros de agua hirviendo se elevan entre 15 y 20 metros y tardan entre 4 y 8 minutos en repetirse y hará que los espectadores vivan algunos de los momentos más divertidos de su viaje.

El Parque Nacional Thingvellir, que puede presumir entre otros aspectos de ser el célebre lugar donde dos placas tectónicas de la importancia de la americana y la euroasiática se encuentran.

Esta zona del suroeste no quedaría completa sin mencionar el cráter del volcán de Kerid (Kerið), probablemente una de las estampas paisajísticas de mayor riqueza pictórica del mundo. Un auténtico espectáculo de color de 55 m. de profundidad, 170 m. de ancho y 270 m. de largo. En invierno, y debido a su roca volcánica roja que cubre la gama de colores rojo, arcilla y granate; el contraste con los tonos blancos y albinos de la nieve; más los acentos azules, aguamarina o turquesas de sus aguas sumado a los verdes y beige de la naturaleza que lo cubren, hacen de este rincón islandés uno de los más bellos y singulares. Un lugar que invita a ese fenómeno tan espectacularmente común en Islandia de que parezca que el tiempo se detiene mientras sientes esa sensación de dicha y gozo que pocas cosas en el mundo pueden producirte de igual manera.

Otras joyas del sur

Extendiéndonos en este sentimiento y emoción sin parangón y al mismo tiempo hacia la derecha de la isla nos encontraremos con el que probablemente sea el mayor exponente de este trastorno tan delicioso. Las vistas de la playa negra de Reynisfjara desde el faro de Dyrhólaey son simplemente indescriptibles y hacen que el fenómeno de parálisis emocional que hemos descrito anteriormente llegue a su máximo esplendor. Una vista de una guarida del universo que nunca habrías llegado a imaginar. Un lugar mágico incapaz de retratarse y que hará que te sientas incluso un intruso de tan magnánima beldad.

Y al otro lado, el acantilado Dyrhólaey, muy reconocible por su característico saliente de roca de 120 metros de longitud y con dos arcos. Este espectacular arco de piedra de se encuentra en el extremo oeste de la playa de Reynisfjöru, a poca distancia de los acantilados del cabo de Reynisfjall y de las formaciones rocosas de Reynisdrangur. Son tres formaciones basálticas en mitad del mar. El más alto mide 66 metros y la leyenda popular los atribuye a tres troles (Skessudrangar, Landdrangar y Langhamrar) quienes al ser sorprendidos por el sol quedaron convertidos en piedra.

Y entre las deidades de Kerid y el faro de Dyrhólaey, una de las más espectaculares cascadas de Islandia donde la entorno luce en toda su grandiosidad, Seljalandsfoss. Un lugar en el que el la frescura y el resonante ruido que desata el deslumbrante salto de agua de casi 60 metros de altura que consigue alterar los cinco sentidos. La peculiaridad que la hace especial y única es que la puedes rodear completamente y que cuando te encuentras detrás de ella te das cuenta de su inmensidad. Además, es muy común que dibuje un arcoíris impresionante que hace de esta formación un enclave de ensueño.

Otro must en este camino es el curioso avión Dc-3 estrellado en Sólheimasandur. Si ya en Islandia te sientes habitante de otro planeta o un actor de una película de ciencia ficción, esta imagen podría ser perfectamente una escena apocalíptica. El 24 de noviembre de 1973, este DC-3 (Douglas Commercial) de la armada americana se estrelló en la playa de arena negra de Sólheimasandur, en la costa sur de Islandia, en que no hubo víctimas mortales gracias a la pericia del piloto. Más de cuarenta años después, el avión permanece en el lugar del siniestro. Un aterrizaje de emergencia que bien podría haberse realizado en cualquier planeta del universo y que crea una buena oportunidad para hacer fotos de lo más pintorescas. Más al este, la más inmensa y brillante piedra preciosa de la isla: el lago glaciar Jökulsarlón, perteneciente al glaciar Vatnajökull. Esta formación de hielo que brilla bajo la luz sol cerca de una álgida playa islandesa donde el hielo se cuartea en icebergs azulados que flotan mientras se derriten. Los mayores son arrastrados por la corriente hasta el mar formando una escena, especialmente en invierno, impresionante. Auténticos “diamantes de hielo”, una simbiosis perfecta de perfección y desamparo.

La península de Snæfellsnes

Sin embargo, una de las reservas más gloriosas de Islandia es, sin lugar a duda, la península de Snæfellsnes, en el oeste islandés. Gracias a sus playas vírgenes, templos de aves, granjas de caballos y campos de lava, la península de Snæfellsnes se convierte en todo un tesoro en el que escarbar. Muchos dicen que es una Islandia en miniatura ya que incluso alberga un parque nacional y un estratovolcán rematado con un glaciar. Julio Verne sabía muy bien lo que decía cuando denominó esta zona como la entrada al centro de la Tierra.

En esta península la costa baja se extiende entre el mar y la cadena montañosa que limita el paisaje. El mar aquí es traicionero y salvaje, pero son precisamente estas “vilezas” las que hacen al visitante admirarlo con vehemencia.

Por zonas, la llanura se recubre de los mantos de lava solidificadas, por momentos de franjas de limo y escorias producto de inundaciones y corrimientos de tierra. Sobre los antiguos ríos de lava ha brotado el musgo que junto con alguna iglesia perdida que se alza el final de una carretera dibujan una postal idílica. Un pueblecito que merece la visita es el pequeño cerro Arnastapi. Unas casitas de madera negra y unos colores delirantes lo convierten en una grata parada.

No obstante, Kirkjufell, puede considerarse el emblema de la península o incluso la reina de la corona islandesa. Además de ser un escenario de Juego de Tronos, es una loma rematada en pico que recuerda al tejado de una iglesia vikinga. De ahí que su nombre sea precisamente Kirkjufell, que viene a significar «la montaña-iglesia». El mismo Kirkjufell toma una forma más fotogénica aún si cabe en un sendero que se dirige a unas pequeñas cascadas (Kirkjufellfoss).

Alrededor de Snaefellsjökull todo es lava petrificada vestida con musgo que acolcha las nuevas formaciones rocosas, cráteres que emergieron del subsuelo y la majestuosa presencia del gran volcán.

Sin embargo, uno de los grandes protagonistas de esta tierra inhóspita es, sin lugar a duda, el viento. Cuando sopla fuerte cuesta incluso moverse. Pero no perturba en absoluto la increíble experiencia del recorrer este largo brazo islandés que casi parece navegar en el conocido como Estrecho de Dinamarca.

¡Betta reddast!

En el viaje hacia el norte; un pasaje en coche extraordinario que, aunque pueda parecer arduo, ofrecerá al turista uno de los mejores y delirantes recorridos de su vida; hay que tatuarse el famoso dicho islandés ¡þetta reddast!, lo que viene a ser un: “Al final todo saldrá bien”. Y es que este camino es digno de deparar a sus peregrinos de tortuosas aventuras -especialmente en invierno-, que, sin duda, habrán merecido la pena. No obstante, el norte les compensará con creces cualquier tipo de inconveniente que les haya surgido durante el recorrido.

Comenzando con el lago Mývatn, una extensión poco profunda de agua con interés mundial para los ornitólogos, ya que reúne en su reserva natural más de setenta especies de aves autóctonas o venidas cada año de América o Europa. Myvatn posee además un área geotermal especialmente activa y bañarse en sus aguas infinitas de 30º cuando en el exterior hay algo menos de -5 es un recuerdo memorable.

Aunque sin duda uno de los puntos más interesantes de esta parte de la isla, es la aldea marinera de Húsavik, con un puerto pesquero encantador y desde donde se puede tomar una embarcación que llevará a sus navegantes a experimentar otro de los momentos más especiales de su vida: el avistamiento de ballenas. Hasta doce especies de cetáceos frecuentan las aguas del norte de la isla, y verlas de cerca es un auténtico espectáculo que te contrae los músculos del cuerpo y crea otra de esas sensaciones difíciles de describir.

Cerca de Húsavík, el río Skjálfandafljót se precipita por una inmensa pared en forma de herradura creando las bonitas cascadas de Godafoss. La historia dice que Thorgeir Thorkelsson, quien en torno al año 1000 introdujo el cristianismo en Islandia, arrojó a estas aguas las efigies de los dioses vikingos, por lo que desde entonces se la conoce como la Cascada de los Dioses.

El norte será, además, con toda seguridad, si se visita en invierno, el lugar donde los inquietos idealistas, cumplirán por fin uno de los wish list de su vida: ver la aurora boreal. Las llamadas luces del norte, son sin duda meritorias de estar en esta lista de checks. La magia está asegurada, este baile frenético de luces que cubre el cielo casi sin avisar es uno de los momentos de la memoria de sus testigos al que volverá recurrentemente cuando se disponga a describir algo que es extraordinario. El nombre proviene de Aurora, la diosa romana del amanecer y la palabra griega Bóreas, que significa norte. En este sentido, parece que una vez más debemos dar gracias al Sol ya que durante las grandes explosiones y llamaradas solares, enormes cantidades de partículas son arrojadas por este astro al espacio, provocando esta performance destellante en el cielo.

Islandia es en definitiva brutal. El poeta peruano José María Eguren dijo de este maravilloso escondite del planeta:

«Y el rey colorado de barba de acero, su padre, la llama con queja amorosa; y un llanto de fiera, un llanto sincero se pierde en la duna de Islandia brumosa».

Nada más surrealista y libre de interpretación podría describir este esplendor que parece diseñado para recordar al visitante su insignificancia en el gran esquema de la vida.