En épocas estivales es corriente pensar en realizar un viaje, aunque sea corto para poder «desconectar» del día a día. Pero no es ese únicamente el beneficio de viajar. Igualmente, si quieres aprender un idioma te recomiendan ir al extranjero, de forma que te veas «obligado» a practicarlo el mayor tiempo posible gracias a una inversión completa en el idioma. Además de ello, para los aventureros, exploradores o simplemente curiosos, cambiar de localidad le va a permitir descubrir nuevos lugares, tradiciones y personas con costumbres y formas de pensar diferentes, y ello sin necesidad de desplazarse muy lejos.

De hecho, para mantener una adecuada salud mental se recomienda, en la medida de las posibilidades, viajar, ya que esto implica no sólo un cambio de rutina, si no tener que enfrentarse a decisiones nuevas, realizar planeación, conocer sitios diferentes, probar comidas exóticas o tratar de comunicarse en otros idiomas.

Pero cuando uno tiene hijos, los viajes se convierten en una excusa más para pasar más tiempo en familia o para compartir el tiempo que durante la semana no es posible, debido a las múltiples obligaciones de los miembros de la unidad familiar.

Además, cuando se viaja los pequeños pueden disfrutar de cierto nivel de permisividad diferente al que tienen a diario, dejándoles explorar, correr y divertirse sin ninguna obligación o restricción.

Algo a lo que algunos menores puede que no estén muy acostumbrados, limitados a veces con las normas sociales, de la casa o del colegio de las cuales se ve liberado durante los viajes. Precisamente para evaluar la influencia de las reprimendas por parte de los adultos en menores se llevó a cabo una investigación desde el Departamento de Estudios Clínicos Infantiles y Familiares, y el Departamento de Psicología del Desarrollo, Universidad de Utrecht (Países Bajos) junto con el Departamento de Psicología, Universidad de Utah (EE.UU.) cuyos resultados fueron publicados en la revista científica Journal of Experimental Child Psychology.

En el estudio participaron 280 menores, de los cuales el 45,4% eran niñas, con edades comprendidas entre los 4 a 6 años. Todos ellos respondieron a unas fotografías con emociones positivas y negativas, las cuales debían de identificar correctamente; igualmente se evaluó el temperamento de los menores a través del Children’s Behavior Questionnaire-Short Form.

Se separaron a los participantes en dos grupos, el primero pasó con una intervención encaminada a manipular sus emociones y el resto perteneció al grupo control. En el primer grupo los pequeños recibían feedback positivo o negativo según el diseño experimental previamente establecido por el experimentador. Tras la intervención se realizaba nuevamente la evaluación emocional de los menores; al grupo control se le realizó la misma evaluación, pero sin que recibiese ningún tipo de feedback emocional.

Los resultados muestran que aquellos pequeños que reciben reprimendas verbales se sienten significativamente peor, reduciendo las emociones positivas. Y, al contrario, cuando se avala al menor se aumentan las emociones positivas, aunque en menor medida en aquellas situaciones prosociales en que es esperable. Y todo lo anterior independiente del temperamento o de la emoción previa de los menores.

Es decir, si se realiza un viaje, ya sea por motivos vacacionales o de otro tipo, hay que procurar no convertir ese momento de esparcimiento en algo poco agradable para el menor, procurando evitar las regañinas y reprimendas, ya que con ello se estará afectando negativamente al estado de ánimo de este. En cambio, si se le deja un poco de «manga ancha» el menor disfrutará sintiendo la seguridad afectiva de sus progenitores que le dejan explorar y divertirse sin regañarle, convirtiendo dicha situación en algo memorable para el menor. Si nos paramos a pensar en lo más destacado de nuestra infancia, puede que venga a nuestra memoria alguno de estos viajes familiares en que nos lo pasamos tan bien.