Su nombre, parcialmente eclipsado por la cercanía de la capital lombarda, evoca a nivel internacional el premio del famoso circuito para los apasionados de Fórmula 1 y para otro público más europeo recuerda la memorable Corona Férrea o la Monja de Monza, personaje histórico de la novela de Alessandro Manzoni, Los novios, que en el siglo XIX la difundía en la literatura.

Por todo lo demás, visitando esta señorial localidad, a 15 kilómetros y a 11 minutos de tren de Milán, se va de sorpresa en sorpresa al ir descubriendo su glorioso pasado, crucial para la historia de Europa. Monza entra en la serie de las numerosas localidades italianas llamadas «menores», al ser menos frecuentadas por las masas, aunque dotadas de ricos patrimonios histórico-artísticos.

Para la historia que involucra el Occidente se inicia con la catedral, donde se hace obligatoria una parada para adentrarse en su museo y tesoro: en el altar de la Capilla de Teodolinda reluce la histórica Corona Férrea, uno de los más importantes ejemplos de orfebrería y significado de todo Occidente. De hecho, esta corona cuajada de piedras preciosas -compuesta por seis placas de oro, adornada con rositas en relieve engarzadas de gemas y esmaltes de distintos colores- se conserva milagrosamente desde la Edad Media.

En su interior, una circunferencia de metal da el nombre de férrea, que según una antigua tradición se identifica con uno de los clavos utilizados para la crucifixión de Cristo. Una reliquia, pues, que Santa Elena habría hallado en el año 326 durante un viaje a Palestina, e introducido en la diadema del hijo, el emperador Constantino. Una devota tradición que une la Corona a la pasión de Cristo y al primer emperador cristiano, explicando el valor simbólico atribuido por los reyes de Italia, que la habrían utilizado en las coronaciones para testimoniar el origen divino de su poder y su vínculo con los emperadores romanos.

Probablemente, se remonta a la época ostrogoda, pasada a los reyes lombardos y transmitida a los soberanos carolingios, que la habrían restaurado y donada a la catedral de Monza. En 1354, el papa Inocencio VI estableció el derecho de la catedral de Monza de celebrar las coronaciones de los reyes de Italia y emperadores de Europa; mientras en 1576, san Carlos Borromeo instituyó el culto del Sagrado Clavo, reconociendo la corona como una reliquia. Por ello, la Corona Férrea está guardada en un altar consagrado, de Luca Beltrami entre 1895-1896.

Se prosigue con el Palacio del Arengario, los Museos Cívicos, la Basílica de San Juan Bautista, con los lugares dedicados a San Gerardo, co-patrón de la ciudad, hasta la iglesia de San Mauricio, edificada en lo que fue el convento benedictino de sor Virginia de Leyva, la manzoniana Monja de Monza, la Torre medieval de la calle Lambro, el puente de los Leones, la plaza de Trento y Trieste con el monumento a los Caídos para acabar con la Capilla Expiatoria. Visitas imperdibles además de las iglesias de Santa Magdalena, Santa María in Strada, San Maurizio y Santa Margarita, San Gerardo, Santa María de los Ángeles y el Santuario de Santa María delle Grazie.

Entre los siglos XVI-XVII, cabe citar las vicisitudes de Mariana de Leyva, hija de un noble español, Martín de Leyva, dada a luz por Virginia María Marino en el palacio Marino (actualmente sede del ayuntamiento de Milán). Dos siglos después, Manzoni le asignaba una juventud muy similar a la verdadera: cuando Mariana, huérfana de madre, entra en el monasterio de clausura de Monza, contaba solo trece años, y a los dieciséis ya había tomado los votos. Ya sor Virginia, en su prisión monástica permanecerá 75 años de su existencia, incluidos los transcurridos emparedada viva en una celda de un metro y medio, tras la condena del tribunal religioso con una sentencia inhumana, indultada por el cardenal Borromeo después de catorce años. Manzoni ignora o modifica parte de la verdad pero enfoca los lugares que logran revivir aquella época por una Monza repleta de monasterios y conventos en un condado sometido a una nobleza entre la ocupación española en el Milanesado y la Inquisición. En realidad fue una protesta anti-austríaca.

Un siglo más tarde se erige la Residencia Real, magnífico palacio recientemente recuperado en el corazón de la comarca, que abarca los apartamentos reales y el parco recintado mayor de Europa: dos joyas -arquitectónica y naturalística- incomparables. Se trataba de la residencia veraniega, encargada a Giuseppe Piermarini -inspirándose al palacio real de Caserta, la ultimó en estilo neoclásico entre 1777/80 -por la emperatriz María Teresa de Austria para su hijo Fernando de Habsburgo, gobernador de la Lombardía austríaca desde 1771.

Se eligió Monza por su posición estratégica entre Milán y Viena y por el bello paisaje boscoso. Primeramente fue habitada por la familia real austríaca y, sucesivamente, convertido en Palacio Real bajo el Reino de Italia Napoleónico, mantuvo su destino hasta la monarquía italiana de los Saboya, la última que la disfrutó: 700 aposentos en total, distribuidos en tres plantas. A la que se dotó en 1805 del Gran Parque bajo la dominación francesa, convirtiéndose en pequeña capital, que proseguirá en sus funciones con la casa real de Saboya hasta el asesinato del rey Humberto I en julio de 1900.

Anexos, la completan la Capilla Real, el Serrone, la Rosaleda, el Teatrito de Corte, la Rotonda, los Jardines y el Parque, que con sus 700 hectáreas de extensión, es uno de los parques mayores de Europa (casi el triple de los jardines de Versalles). Al lado, se encuentra el Hotel de la Ville, óptimo y privilegiado alojamiento enfrente del inmenso parque y a un breve paseo del centro histórico.

En el interior del mismo Parque, se ubica el Autódromo Nacional Monza, denominado «el Templo de la Velocidad», que acoge anualmente el Fórmula 1 Gran Premio de Italia — cuya próxima edición serán los días 6 (pruebas libres), 7 y 8 de septiembre 2019 —, además de carreras deportivas, conciertos y eventos a nivel internacional. Fue construido en 1922 según el proyecto de Alfredo Rosselli. Su trazado es uno de los más antiguos del mundo, entrando en la leyenda de los deportes del motor ininterrumpidamente. Su ubicación dentro del extenso Parque ofrece un escenario único: la velocidad irrumpe en la quietud de la naturaleza aportando renovada linfa.

Monza, de burgo agrícola evolucionaba a ciudad y ya a finales del siglo XIX una activa revolución industrial transformaba la ciudad en un importante centro para la producción de tejidos y la fabricación de sombreros. Un destino industrial que se ha consolidado hasta la actualidad en la vasta y fértil comarca de Brianza, patria de factorías mecánicas, eléctricas y electrónicas.

En fin, llegar a Monza significa disfrutar de su vida placentera, compartiendo un turismo medio-alto, cultural, sostenible, que puede alternar las visitas al patrimonio con paseos a pie o en bicicleta por el centro o por los senderos entre las deliciosas arboledas de la espléndida Villa Real.