A pocos kilómetros de Florencia, rozando la comarca del Chianti, en la colina Ramole, permanece un conjunto residencial donde domina la mansión principal rodeada de otras viviendas para formar una especie de aldea.1 Esa es la impresión que se percibe atravesando el umbral de este lugar exclusivo convertido en resort, cuyas edificaciones se remontan al siglo XV cuando empezaron a poblarlas los miembros de la familia Bigordi, antepasados del célebre pintor renacentista, Domenico Bigordi,2 llamado Ghirlandaio, un apodo derivado del oficio de su padre, artesano de guirnaldas. Cabe recordar la figura de este artista, el predilecto de Lorenzo el Magnífico, en cuyo taller se formó Miguel Ángel, que muy probablemente, junto con el actualmente homenajeado Rafael, frecuentó este lugar al visitar a los Bigordi.

La mano del hombre ha ido antropizando el verde entorno florentino, transformando la naturaleza en verdadera obra de arte, como aparece en los fondos de las pinturas de Leonardo. Así se ha ido instaurando una armonía entre vegetación y edificación que aporta un valor añadido de inalterada belleza con su paisaje. Un contexto que invita al descanso, a la relajación y al encuentro con sí mismo, pudiéndose experimentar un retiro espiritual sin renunciar al confort más actual.

La lograda aventura se debe a la iniciativa de un miembro de otra iluminada familia florentina, Marco Cecchi, la cual adquirió la antigua Morada a su última propietaria, que a su vez la había comprado a los marqueses Pannocchieschi d’Elci, para retomar aquel glorioso Renacimiento. La propiedad se compone de una quinta y de una granja que produce aceite de oliva virgen extra.

Los actuales dueños, considerando la envergadura histórico-artística del conjunto arquitectónico de la Morada y de su privilegiado emplazamiento, decidieron respetar el núcleo original para destinarlo a la acogida de familias enteras que viajan por estos parajes toscanos. Las intervenciones de restauración y remodelación fueron ultimadas en 2017, coincidiendo con la publicación de Ghirlandaria, que recoge las memorias de la familia de pintores florentinos a partir del siglo XV, aportando las vivencias humanas y laborales de ambos artistas.

Tras abrirse la cancela de la histórica Morada, se percibe la antigüedad del trazado arquitectónico, a partir de la placita de acogida de la villa, donde impera el edificio central elevado hacia el valle y asomado al sereno paisaje, que enmarca una extraordinaria vista de la ciudad de Florencia con sus principales monumentos. En los sótanos se ha instalado una spa para completar un bienestar ya ofrecido por la piscina de 120 m2 emplazada entre olivos, árboles frutales y rodeada de una alfombra de tupido césped, o la alberca decorativa con funciones de hidromasaje a través de sus tres vigorosos chorros exteriores y de otro sumergido.

El núcleo original está integrado por, la ‘Fattoria’ (la ‘Granja’), propiedad de los Ghirlandaio y, separadas de las precedentes edificaciones entre intrincadas callejuelas, se agrupan el ‘Frantoio’ (la ‘Almazara’, construida antes de 1482 y que aún mantiene sus características), la ‘Bottega’ (el ‘Taller’, con sus típicas líneas toscanas) y la ‘Limonaia’ (el ‘Invernadero’), además del ‘Studio’ (el ‘Estudio’ que, orientado hacia el sur, se dispone en tres plantas) y de la ‘Locanda’ (la ‘Posada’, que rememora la arquitectura campesina clásica de Toscana), destinada a sala del restaurante, donde se sirven las mejores recetas tradicionales de la zona, con el toque de unos excelentes chefs.

Todas ellas forman un refugio ideal que dispone de una veintena de alojamientos distribuidos en cinco estructuras: la principal consta de cinco habitaciones matrimoniales y una en la dependencia; otras cuatro matrimoniales están ubicadas en la Fattoria, dos en la Bottega, tres en el Frantoio y una en su anexo, además de otras tres dobles y una individual en el Studio.

Cabe resaltar el Parque, la amplia zona verde que enriquece y adorna la Morada Ghirlandaio, objeto de un auténtico rescate que aporta un ulterior atractivo al resort. En los alrededores se percibe un muestrario de la naturaleza rigurosamente toscana: olivares, viñedos, campos, bosques de encinas y los elegantes cipreses, inconfundibles y peculiares de la región, con particular atención al bastión orientado hacia la capital, un rincón para pensar y meditar.

Y, confirmando custodiar y transmitir el Corazón del Renacimiento, el auténtico testimonio de gran poder histórico-artístico, lo constituye la Capillita dedicada a la Visitación de la Virgen María, totalmente restaurada y aún consagrada a las celebraciones religiosas. Abierto al público, previa reserva, en este recogido templito se pueden admirar los frescos de Ridolfo —fallecido en 1561— donde, además de figurar su autorretrato, retrató al padre Domenico, al tío Benedetto y al hijo llamado también Domenico, la egregia estirpe que revive entre estos muros seculares.

Con estas premisas se presenta como un lugar ideal para pararse, capaz de transmitir todas las emociones posibles e imaginables, de responder a cualquier necesidad práctica y de facilitar una total autonomía. Está dotado de dos estaciones de carga de vehículos eléctricos y un amplio helipuerto. El resort, Morada Ghirlandaio, en las cercanías de Florencia, convida a saborear la serenidad de la Toscana renacentista con las más recientes comodidades y con la atención de un personal de alto nivel profesional.

Notas

1 Morada Ghirlandaio.
2 Domenico di Tommaso Bigordi, apodado Ghirlandaio (Florencia, 1449-1494). Maestro del Quattrocento, destacó en la aplicación de la perspectiva y por el monumentalismo de sus frescos en las iglesias de Santa Trinitá y Santa Maria Novella, así como en el fresco de la Adoración de los Magos en el Hospital de los Inocentes, de su ciudad natal.