Él se fue a Alemania en los 70 a trabajar en una lavandería. Ella, periodista, lo hizo en 2012. Estas dos personas nos relatan la vida de dos generaciones de emigrantes españoles.

En la década de los 90, el gran crecimiento de la economía española estuvo ligado a un espectacular movimiento migratorio, España se convirtió en un país receptor de inmigrantes. Sin embargo, durante la dictadura de Franco, fueron los españoles como Emilio París los que buscaron oportunidades lejos de nuestras fronteras. Él llegó a Frankfurt en 1970, con tan solo 15 años, de la mano de su madre y de su hermana menor. El motivo, según él mismo explica: “Reagrupación familiar. Mi padre se fue a trabajar a Alemania cuando yo era muy pequeño”.

La actual crisis económica ha dejado mermado el mercado laboral. Sin embargo, países como Alemania o el Reino Unido muestran ligeros síntomas de recuperación. Prueba de ello es que, mientras la tasa de desempleo no supera el 6% en dichos territorios, en España roza el 25%, por no hablar del 51% de paro que existe entre los menores de 30 años.

Con estas perspectivas, muchos jóvenes cualificados se plantean a diario la salida del país en busca de una oportunidad. Ese fue el caso de Cristina Villota, de 26 años, quien al acabar la carrera, en 2012, hizo las maletas y partió rumbo a Bournemouth (Reino Unido). Lo cierto es que hoy en día la población española parece estar más cualificada, sin embargo tienen los mismos problemas para acceder a los puestos deseados. “No me costó encontrar un trabajo, lo más difícil fue encontrar un puesto relacionado con mis estudios y mis cualidades”, indica Cristina.

Según relataba, Cristina comenzó trabajando como camarera en un restaurante italiano, luego encontró mayor estabilidad en una de las franquicias por excelencia en Inglaterra, KFC. No fue hasta al año y medio cuando logró un puesto acorde a sus actitudes, en una agencia de fotografía. “Está mejor pagado y me hace sentir bien profesionalmente”, apostilla.

La generación anterior lo tuvo incluso más complicado. Emilio no pudo retomar sus estudios a su llegada a Frankfurt y pronto comenzó a trabajar en una lavandería: “No en todos los sitios te cogían con 15 años y sin saber alemán”, añade.

Las condiciones han cambiado

Ni la situación ni las condiciones son las mismas, aseguran estos emigrantes. La red de transportes en los años setenta era más bien deficitaria. “Fuimos en tren, haciendo escala en Francia. El billete no era barato y te tirabas dos días para llegar”, recuerda Emilio. Al llegar allí se encontró un mundo desconocido: “Pasé de un pueblo pequeño a una gran urbe. Y no entendía nada”.

Cristina, por su parte, reconoce que una de las buenas cosas de vivir en Londres, donde actualmente reside, es la cercanía con España. “Realmente hay vuelos todos los días, es verdad que son caros, pero en dos horas te presentas en Madrid”

A pesar de los factores comunes de toda migración que se realiza ante unos problemas económicos, en busca de un futuro mejor, los motivos que lideran esta decisión son diametralmente opuestos. Mientras que en la década de los 70 los españoles partían en bloque con su familia en busca de cualquier oportunidad, en la actualidad esta nueva generación lo hace individualmente y con un objetivo en mente: encontrar un buen trabajo.

“Lo bueno es que al ser pequeños, los padres asumían toda la presión y tanto yo como mi hermana lo teníamos más fácil, pero recuerdo que mi padre estuvo viviendo en unos barracones, compartiendo habitación con decenas de personas”, señalaba Emilio, quien reconocía que las preocupaciones para ellos en ese momento eran mínimas.

La independencia y las costumbres de unos y otros también quedaban patente en este encuentro. Emilio reconocía que buscaba cualquier atisbo de español para conseguir satisfacer ese sentimiento de pertenencia a un colectivo, “los fines de semana tenía un grupo de amigos españoles e italianos, hacíamos lo que cualquier joven: ir de discotecas, de cines... Cuando tuve mi familia, el ritmo de vida cambió y empecé a acudir a los centros españoles”.

Cristina, por su parte, asegura que uno de los principales motivos por los que eligió Bournemouth fue creyendo que no habría apenas compatriotas. “Pensaba que al ser una ciudad pequeña, habría menos españoles, lo que agilizaría la mejora de mí nivel de inglés”, comentaba.

La hora de volver

La difícil tesitura de cualquier emigrante radica siempre en el momento elegido para retornar, cuando la nostalgia se convierte en deseo. Emilio trató de volver a España para hacer el servicio militar, pero como él mismo reconocía, “desde que me fui a Alemania mi intención era volver, pero Franco se estaba muriendo y había mucha tensión”. Fue años más tarde, con la caída del muro de Berlín en 1989, cuando decidió poner fin a su aventura. El cambio en el comportamiento de sus compañeros fue decisivo para tomar la decisión. “Con la caída del muro vi un cambio en la mentalidad alemana, se volvieron más xenófobos. Entonces decidí volverme”, afirma.

Pero los tiempos han cambiado, las travesías ya no son tan largas y la tecnología ha hecho el mundo más pequeño. Cristina Villota lo tiene claro: “A día de hoy, no pienso vivir en España. No creo que me puedan ofrecer unas condiciones como estas”, comentaba mientras confesaba su añoranza por su familia y su país.

A pesar de todas estas diferencias, quizá lo más doloroso es que dos generaciones de una misma familia se vean obligadas a salir de su país en busca de un trabajo. Realmente este es el factor más penoso y común de toda migración, la salida forzosa.