Aunque el colectivo imaginario asocia de manera inmediata a la comunidad judía con las cuestiones del denominado ámbito religioso, su producción y creación no se han ceñido al levantamiento de sinagogas y el estudio del Talmud. Buena muestra de ello es el legado que se encuentra al sur de Europa, en la península ibérica, región que han denominado hasta la actualidad Sefarad (ד ר פ ס ) y cuyo momento de esplendor data de los siglos VIII y XII.

Todas las áreas universales y de máxima belleza natural son cultivadas por unos habitantes que ven la llegada y aparición de otras culturas como una oportunidad de enriquecimiento mutuo; el más claro ejemplo es la Escuela de Traductores de Toledo. Centrando nuestra atención en la música y la poesía, haciendo esperar en este texto a las maravillosas creaciones científicas, filosóficas, narrativo-gramaticales; se puede agrupar en tres los grandes géneros: el romancero, las coplas y el cancionero.

El romancero estaba asociado a la expresión del dolor, del sereno y la felicidad. Vamos a introducir aquellos que traspasaron las fronteras asentándose en Oriente o el norte de África. El primer caso consta de melodías con un complejo constructo y constantes variaciones tonales, como venía manifestándose especialmente en la Antigua Grecia o lo que es hoy día el canto gregoriano. Por el contrario, aunque el hallado en el norte de África alberga dentro de la archivística 24 categorías (burlescos, carolingios, históricos, épicos, moriscos, fronterizos, del amor fiel, etc.), esta tipología, suponemos que por su cercanía geográfica, es mucho más similar a la desarrollada en la península ibérica.

Las coplas son el segundo de los grandes géneros cultivados y que se relacionan con el hallazgo del universo y la visión del cosmos. Una amalgama de estrofas tanto para sus letras como para su composición melódica que entiende su esencia entre el siglo XVIII y el XIX de la era común. Su transmisión es realizada además a través de pliegos de cordel o en forma de opósculos y las versiones aljamiadas o en judeoespañol tienen un destino marcadamente didáctico.

En tercer lugar el cancionero, con su personalidad lírica, es el género más popular y extendido. Empastado hoy día en las operetas, tangos o foxtrot, su supremacía frente a otras formas ha derivado principalmente de la transmisión oral que las mujeres hacían de esta pieza. Excluidas históricamente de las altas esferas y del núcleo de los rituales judíos donde se concentraban las coplas y los cantos de sinagoga; es lavando, charlando, cocinando o cosiendo donde ellas exteriorizaban estos cánticos. Recogidos luego en nacimientos, bodas o entierros, va quedando la huella y la transmisión de generación en generación de este género al que con tanta facilidad echa mano el ser humano. Su temática abarca desde las canciones de cuna, de boda, narrativas, noticieros, sátiras, endechas y amor entre otras modalidades. Está especializado en la inserción de la contrafacta (añadirle texto a melodías que carecen de ello) y representa importantes influencias del turco, italiano, hebreo, árabe o francés independientemente de que el judeoespañol fuese una constante. Esto puede deberse a su procedencia de la diáspora.

A continuación una muestra escrita. Se trata de un poema de la Mujer de Dunas “Ben Labrat”:

¿Recordará su amado a la cierva graciosa
en el día de la partida con su único hijo en brazos?
Puso él en su mano izquierda el anillo de su diestra,
en su brazo puso ella su ajorca.

Al tomar ella su velo como recuerdo
cogió él el suyo para no olvidarla.
No se quedará él en Sefarad
aunque recibiera medio reino de su señor.