La primera celebridad cuya muerte se debió al sida en Estados Unidos fue un galán de cine. En Francia tuvo que ser un filósofo. En Portugal, el luctuoso honor correspondió a un peluquero.

Una estrella de los años dorados del celuloide estadounidense, una estrella de los años dorados de la filosofía francesa, una estrella de los años dorados de la peluquería lusitana. Rock Hudson, Michel Foucault y António Variações. Una vez más, la idiosincrasia nacional creando tipos. Una vez más, los modos de vivir, las maneras de pensar y las formas de morir configurando un triángulo de aristas indiscernibles. Pues a la unidad del pensamiento y la vida, que decían Nietzsche y Deleuze, hay que añadir el vértice de la muerte. Y si los modos de vida inspiran maneras de pensar, también determinan la forma en la que se muere. Y si los modos de pensamiento crean maneras de vivir, también hacen posible o imposibilitan de raíz una u otra forma de despedirse de este mundo: Sócrates bebiendo cicuta, Barthes atropellado, Bruno en la hoguera, James Dean en un accidente de automóvil, como Camus, Empédocles arrojándose al Etna, con un par de auténtico presocrático, Shelley ahogado en el mar, Lorca (y otros muchos) vilmente ejecutado a sangre fría, Descartes de un constipado, el propio Nietzsche esclerotizado por una locura cuyo detonante fue la visión del martirio de un caballo...

Y Hudson, Foucault y Variações, fallecidos por complicaciones derivadas del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Hudson estaba a punto de cumplir 60 años. Foucault tenía 57. António tan solo 39, el más joven. Curiosamente, la muerte del portugués se produjo el 13 de junio de 1984 y la del francés el 25 de ese mismo mes, con apenas 12 días de diferencia. Se mueren tan jóvenes los peluqueros...

Peluquero sí, pero, además y sobre todo, músico, revolucionario, hombre libre e icono de un pop que no sabía de cinismos justo en el momento en el que el pop como estética parecía encanallarse o, a lo sumo, mostrar evidentes síntomas de agotamiento.

Si los Beatles volviesen a publicar hoy un disco como Sgt. Pepper’s, tal vez considerarían la opción de borrar algún ilustre y no tan ilustre personaje de los muchos que conforman su mítica portada. Lo que es evidente es que le harían un hueco a Variações.

Hay algo del caballero de la fe en los gestos de este hombre sublime. Pensemos en Bach y la perspectiva tan novedosa que nos ofrece Kierkegaard. Seguramente Kierkegaard entreveía la figura de Bach cuando delineaba el perfil del caballero de la fe. Las generaciones futuras, si es que todavía leen a Kierkegaard, pensarán, sin duda, en Antonio Variações.

¿Qué clase de música es la de A.V.? Todos los críticos señalan la influencia de Amália Rodrigues, la gran dama del fado portugués. También parece clara la presencia de otros géneros bien conocidos, mayoritarios - rock, pop, incluso blues - en su música. Se percibe un vocalismo próximo a Bowie en varios temas. ¿Fado, rock, psicodelia? En realidad, A.V., lejos de perderse en amalgamas heteróclitas, lleva cada género hasta su punto de indeterminación absoluta, como (no) quería Valente para la escritura, y obtiene así un lenguaje musical que no es sino el fruto de una libertad absoluta. Hacer de lo mayoritario una lengua menor, en sentido cualitativo, es uno de los secretos del gran arte. Por eso no hay exageración alguna en considerar a A.V. uno de los mayores artistas europeos de la segunda mitad del XX.

En otras ocasiones nos hemos referido a esa música del último hombre que parece emerger en la utilización de los recursos rítmicos y prosódicos de artistas como Coco Rosie. También A.V. elige la vía de la diferencia y la repetición para crear sus variaciones musicales. Partiendo de refranes, dichos populares y lugares comunes de la tradición portuguesa (o corpo é que paga, etc.) y unas bases rítmicas muy limitadas, A.V, obtiene resultados asombrosos.

Porque si algo detectamos en A.V. es un peculiar manejo de la noción de imitación, es decir, una fructífera producción de imágenes. Los poetas y demás gente de mal vivir, decía Platón, fabrican apenas productos de la imitación, que no son más que imágenes. O simulacros. Tal es el fondo del alma pessoana.

Sí, detrás de A.V., como detrás de Coco Rosie, se percibe la alargada sombra de Pessoa.

Y las variaciones de Variações son los heterónimos de Pessoa, como las performances de Coco Rosie son deudoras del mismo procedimiento de disolución de la subjetividad que lleva a cabo el poeta portugués. En uno y otro caso despunta la experiencia de lo que hay detrás del sujeto, la diferencia, afirmada ahora por lo que es en sí misma. No se trata de imponer cortes en la gelatina del deseo sino de hundirse cada uno en el ocaso propio de la especie.

Variações constituía él solo un linaje: una raza de uno, que cantaba Goyeneche, o la inmensa Amelita Baltar, acompañados de Piazzola para mayor gloria del gran Horacio Ferrer. Lejos de ser el gordo triste, era el gayo barbudo, sobrenombre de connotaciones nietzscheanas. Si Nietzsche abrazó Carmen frente a la pesadez wagneriana, A. V. tuvo que aligerar el fado con dosis de pop, o quizás fuese al revés, pues a finales de los setenta el pop había ganado excesiva grasa. En cualquier caso, la música portuguesa es la vía por la que A.V. llega a la música. Los portugueses son un pueblo misterioso, condicionado acaso por la angustia de vivir entre la espada y la pared, entre la Caribdis de los infinitos oceánicos y la Escila de esa grotesca Castilla imperial. Un carácter hamletiano que cada día contempla al sol hundirse en el ocaso. De los gallegos, primos hermanos, decía Castelao que, antes que pedir, emigran. Los españoles, según se narra en la novela picaresca, pasan hambre, pero muy dignamente de puertas afuera. Los yanquis conquistan y someten países con el cuento de llevar la libertad por todo el mundo. Los franceses complican el lenguaje con esos acentos tan seductores que tienen. Los portugueses te cantan un fado.

Viver abraçada ao fado, morrer abraçada a ti, es el desgarro de uno de los fados más hermosos que se hayan escrito. Abrazar el fado, o sea, entregarse a un destino trágico como Edith Piaf a su colibrí, pero no sucumbir a él, sino, al contrario, trazar peligrosas derivadas surrealistas, ser capaz de evitar el Juicio Final y transmutarlo en un nuevo colibrí, sí, solo que esta vez gramsciano. Postular un surrealismo sin sueños, ni nocturnos ni diurnos, es lo mismo que defender un arte, una vida (y una muerte) sin juicio. Será Variações y no el bueno de Artaud quien terminará al fin con el Juicio de Dios que nos acompañó durante siglos como la Peste.

Es sorprendente comprobar que cuando Variações estaba en plena efervescencia creadora, en España todavía sonaban los ecos del tardofranquismo musical. Como mucho, se anunciaba la modernidad almodovariana con productos como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. No se trata de establecer comparaciones odiosas, pero toda la sofisticación de la movida punk-libertaria de aquel Madrid en Transición palidece ante el gesto gozoso y transgresor, pero muy serio, de A.V. Serio porque desde Buñuel nadie en la península ibérica había sido capaz de comprender el significado de la proclama rimbaudiana: Il faut être absolument moderne.

Si algo compartía Variações con buena parte de los músicos de la movida era la ausencia de una mínima educación musical. En el caso del portugués, lo que faltaba era casi cualquier educación oficial recibida en sus años mozos. Pero el peluquero-músico la sustituyó por una formación autodidacta. Ese es el camino del genio. Sus inicios compositivos estuvieron caracterizados por un desconocimiento absoluto de la técnica y, sin embargo, el sentido está ahí desde su primer tema. En sus maquetas más antiguas, A. V. solo tiene a su disposición una rudimentaria caja de ritmos. No necesita más. También a Pessoa le había bastado con pluma y papel para construirse un nuevo laberinto bajo la advocación de la máscara. El mito Variaçoes se construye sobre cimientos de exorbitante sencillez fenomenológica.

Hemos hablado de Pessoa, Rimbaud, Artaud. Incluso podríamos mencionar a Kant. Son todos nombres clave en la estética contemporánea. Y eso es lo que fue António Variações: un renovador de la estética contemporánea, un revolucionario de la estética ibérica. En definitiva, un adelantado a su tiempo.

En una época en la que prácticamente venimos al mundo con la huella digital (la ficción del precrimen, como la condición del hombre actual, ya está aquí), en la que todo se sabe de todo el mundo antes de salir del vientre de la madre o de la probeta correspondiente, resulta que tres décadas después del último avistamiento de ese cometa, casi 32 años después de su muerte, seguimos sin saber quién era António Variações. Pero, aun obviando los disfraces, las máscaras, el goce, el dolor, el silencio, la carne, el miedo, la esperanza y más allá de las maquetas defectuosas, los sonidos estridentes, las deficiencias armónicas, más allá incluso de la misma muerte, si solo quedase la herencia estricta de las canciones, su legado perduraría como un hermoso grito de rebeldía para revolotear sobre nuestras cabezas como el signo luminoso de una potencia de vida a la que no podemos renunciar sin condenarnos.