Historias. A los seres humanos nos encantan las historias. No sólo han servido como vehículo del conocimiento a lo largo de generaciones, sino también han sido el entretenimiento del hombre casi desde que empezamos a comunicarnos entre nosotros. Tanto es así que muchas veces preferimos que nos cuenten un hecho a presenciarlo, pues a menudo éste no será ni la mitad de épico que la historia que lo narre.

Fondo y forma

Si hay algo tan importante como la historia en sí es la forma en la que es contada. Si los hechos que en ella se narran no son lo suficientemente llamativos, se maquillarán para mantener la atención del oyente hasta el final. Las historias van pasando de unos a otros, mutando con cada narración, con cada cantar, aportando cada persona su pequeño toque personal. Así un suceso se va transformando poco a poco en una proeza, más tarde pasa a convertirse en una hazaña y tiempo después acaba siendo una gesta. Al final, la forma en la que se relatan los hechos acaba teniendo un poco de todos aquellos que fueron parte de la cadena. Dicho de otro modo, acaban formando parte de la historia.

Esta distorsión del suceso inicial ha conseguido que pasen al imaginario popular figuras como El Cid, Robin Hood o El Rey Arturo, que distan bastante de los personajes reales que los inspiraron, o que nos imaginemos a los vikingos con cascos con cuernos y pensemos que los piratas enterraban los tesoros. Deformaciones de la realidad que siempre responden a intereses del narrador, ya sea porque el propósito sea ensalzar una figura y granjearle algo de fama –como hacía el bardo de Sir Robin en Los Caballeros de la Mesa Cuadrada-, porque se quiera endulzar la historia para hacerla más interesante, o porque mediante esa historia se pretenda difundir un idea o un sentimiento.

Sófocles fue quien dijo aquello de que “una mentira nunca vive hasta hacerse vieja”, aunque quizás no tuvo en cuenta el gusto del ser humano por las buenas historias, o el hecho de que si una mentira vive el suficiente tiempo acaba convirtiéndose en verdad, o acaba modificándola. Y es que hay historias que no sólo han cambiado sucesos pasados, sino que también han sido clave en el devenir de los hechos futuros. Han ido conformando nuestra cultura a lo largo de los siglos y quién sabe cómo sería nuestra sociedad actualmente si algunas de esas historias no hubiesen existido. Por poner un ejemplo sencillo, en la antigua Roma el gesto del pulgar hacia arriba significaba la muerte y no el perdón como comúnmente hoy se cree. Si no se hubiese malinterpretado un cuadro de 1872 del pintor Jean-Léon Gérôme, hoy en día los “likes” que damos por Internet serían bien distintos.

El poder de la mentira

Las historias son poderosas y, si son buenas, en nuestro fuero interno querremos que sean ciertas. Tanto es así que en ocasiones, aún conociendo la verdad, o la versión más acercada a la misma, preferiremos la versión edulcorada y mejorada que nos aporta la historia. Por ejemplo, en Diciembre de 2014 el actor Omar Sy, protagonista de la película Intocable (2011) fue el encargado de inaugurar la Navidad en los Campos Elíseos de París. Omar había conseguido enternecer a medio mundo con su interpretación de un inmigrante a quien un millonario, tetrapléjico tras un accidente, contrata como asistente personal. Esa historia le valió a Omar la fama y el aprecio mundial, pues la gente veía en él no sólo al actor, sino también a su personaje. Lo curioso es que esta película está basada en hechos reales, el asistente cuya historia conmovió al mundo existe y se llama Abdel Sellou, pero a él no le reconocerán por la calle, ni le invitarán a inaugurar la Navidad. Más allá de alguna entrevista, su nombre se irá borrando con el paso del tiempo, pero su historia perdurará, y no lo hará como la suya propia, sino como la historia de todas aquellas buenas personas que ponen todo su esfuerzo y emplean su vida en mejorar las de otros. Esta historia conseguirá entonces que la sociedad se gire hacia ellos y les otorgue su merecido mérito, y no habría sido posible si nadie la hubiese narrado, si no se hubiese contado de tal forma que nos despertase esos sentimientos, sin Omar Sy.

En un momento de la película El Atlas de las Nubes, las hermanas Wachowsky nos cuentan cómo la torpe fuga que protagonizan en la actualidad unos ancianos en una residencia acaba dando lugar a una película, la cual sembrará en el futuro la semilla de la revolución. Así de poderosa puede llegar a ser una historia.

Y es que la tergiversación de la realidad a lo largo de los siglos ha conseguido crear mártires, mitos, símbolos e ideas, tanto para bien como para mal. Ha provocado revoluciones y las ha aplacado, ha conseguido que la gente cambie su manera de ver el mundo e incluso ha llegado a cambiar el mundo en sí. Y todo eso no fue gracias a la historia, sino a cómo fue contada. Fueron los trovadores, los escritores, los poetas, los cantantes, los divulgadores, los cineastas y los cuentacuentos. Fueron ellos quienes han estado reescribiendo la Historia, encauzándola con viles y nobles propósitos, mientras nosotros estábamos absortos en el relato. Tejiendo las diferentes culturas y dando personalidad a los pueblos. Son esas historias las que nos han hecho lo que somos y no esa verdad, ya desdibujada, que se esconde tras ellas.

George Orwell dijo aquello de que la Historia la escribían los vencedores, pero son los trovadores quienes deciden cómo contarla. No les subestimen, pues ellos conocen el poder de una buena historia.